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Síndrome expresivo 75
“Ve al grano. No te pierdas en detalles innecesarios y circunloquios laberínticos. Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sabias sentencias repetidas mil veces en cualquier curso de redacción eficaz o conversación entre filólogos al borde de un ataque de nervios. El lenguaje, my friend, tiende al ahorro de palabras y a la economía en la concatenación de frases. ¿Alguna duda?
Pues, no sé vosotros, respetados lectores de esta humilde columna, pero, cada vez que recibo una carta o panfleto de una de las múltiples administraciones públicas y otras plataformas creadas para enchufar al personal, constato que el sentido común expresivo no circula por las arterias de estos tecleadores de verbo engolado y sintaxis estéril. Os juro que no logro descifrar ese registro encriptado. Tal vez la dicción sea confusa e infantil. Quizá el tono grandilocuente esconda el vacío de significado. A lo mejor no estoy a la altura de la sabiduría de tan eximios redactores. Y punto.
A mis pacientes alumnos suelo recomendarles que lo que se puede expresar con una palabra corta, una oración simple y una organización de ideas lógica siempre es más elegante y eficaz que un texto oscuro, dislocado y enloquecedor. A veces, leemos en clase la inmortal aventura protagonizada por don Quijote y Sancho Panza contra los temibles molinos de viento y, a continuación, rematamos la hora de lectura con la terrible entonación de palabras kilosilábicas y frases infinitas de algún texto administrativo. Hasta el adolescente más somnoliento y concentrado en su próxima publicación en redes sociales se sobresalta ante tamaña estafa expresiva: “Profesor, no lo entiendo. ¿Podría explicar lo que significa?”. “Bueno, Cervantes pretende…”. “Profe, al viejo lo hemos entendido a la primera. El problema está en el viejoven de la oficina. No he pillado ni una frase”.
Los chavales no andan descaminados cuando denuncian la falta de claridad y eficacia en los textos redactados por unos empleados, en teoría, al servicio del ciudadano de a pie. Tú, ¿para quién escribes, monstruo?, sería la pregunta del millón. En este punto, reconozco mi torpeza y falta de habilidad lectora para descifrar el significado del siguiente enunciado:
“De conformidad con lo establecido en el vigente reglamento (artículos 45.6 y 65 de la Ley 53/2024 de 16 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, y vistos los preceptos legales de general y pertinente aplicación al caso, una vez instruidos los expedientes individuales por la Delegación del Gobierno de Andalucía, es por lo que, a partir del presente escrito público para general conocimiento, se le notifica a todos los efectos legales que todo es una broma”.
Desde esta inmerecida tribuna, homenajeamos a los ocurrentes Monty Python de la redacción administrativa. Son geniales estos romanos. A continuación, desglosamos algunas de las cómicas construcciones gramaticales, capaces de desencajar las mandíbulas de lectores atentos, filólogos desocupados y gente de mal vivir:
La dictadura del lenguaje administrativo sume al ciudadano en la más absoluta incomprensión de la realidad. Sin el más mínimo rubor, los doctos de la nada claman a los cuatro vientos que “la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley (ignorantia juris non excusat o ignorantia legis neminem excusat)” y olvidan, como bien apunta José Antonio Marina, que “el mal uso del lenguaje administrativo no es solo una cuestión de estilo, sino un problema ético, porque el lenguaje opaco impide que los ciudadanos comprendan sus derechos y deberes con claridad”. ¿A que esta afirmación la habéis entendido a la primera? Vale.
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