El premio y el castigo

La semilla de la higuera sagrada | Crítica

Una imagen del premiado filme de Mohammad Rasoulof.
Una imagen del premiado filme de Mohammad Rasoulof.

La ficha

** 'La semilla de la higuera sagrada'. Drama, Irán-Alemania, 2024, 168 min. Dirección y guion: Mohammad Rasoulof. Fotografía: Pouyan Aghababayi. Música: Karzan Mahmood. Intérpretes: Missagh Zareh, Niousha Akhshi, Amineh Mazrouie Arani, Setareh Maleki, Mahsa Rostami.

Aún recordamos con sobrecogimiento el primer episodio del anterior filme del iraní Mohammad Rasoulof, otro de los muchos cineastas y artistas perseguidos por la censura política y religiosa de su país hasta el punto de tener que exiliarse. En aquella La vida de los demás seguíamos en sus rutinas cotidianas y banales a un hombre de mediana edad que, finalmente, se revelaba como el verdugo responsable de la ejecución colectiva de varios reos condenados con el simple gesto de apretar un botón al otro lado de un muro.

Rasoulof demostraba en aquel tramo su férreo control del relato y también su capacidad para el golpe de efecto que quebraba el sentido en una dirección siniestra y a la postre reveladora de un clima social represor. El padre de familia de esta Semilla de la higuera sagrada salida de Irán clandestinamente para arrancar su carrera de éxito en Cannes camino de los próximos Oscar bajo bandera alemana, también es, en cierto modo, un verdugo, el juez por fin ascendido tras años de servicio que decide sobre los destinos de los acusados en pleno clima de revueltas y protestas. Su nombramiento afecta a la dinámica familiar y a su relación con su esposa y sus dos hijas, dos jóvenes universitarias que participan generacionalmente del espíritu de disidencia y que se verán envueltas en un episodio violento que provoca el detonante que carcome el núcleo hasta límites insospechados.

Rasoulof deja entrar de cuando en cuando los vídeos reales grabados con los móviles que nos recuerdan lo que ocurre en las calles, pero su interés central, y el mérito de la primera parte de su filme, reside en esa paulatina descomposición de la familia narrada en clave de crónica de recelos y conflictos morales, un poco a la manera del cine de su compatriota Farhadi.

Otra cosa es ya cuando, en el largo último tramo del filme, se decide a desatar el nudo lejos de los espacios reducidos e íntimos del hogar o los despachos. La película se abre entonces al ámbito rural, a la casa familiar en una aldea, para virar también en su configuración hacia unos trazos alegóricos y genéricos que se nos antojan excesivos: una persecución en coche, un encierro forzoso, la revelación del monstruo patriarcal ya sin careta alguna y una larga secuencia de huida y nueva persecución empujan las ambigüedades y sutilezas del filme hacia el terreno de lo explícito-metafórico como ring social y político que no necesitaba de tanto golpe de efecto para el calado de su mensaje.    

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