Maternidad en transición

Son muchos los palos, todos de rabiosa agenda de actualidad, que quiere tocar la actriz Marta Nieto (Madre, Tres, La manzana de oro) en su primera película al otro lado de la cámara. Por un lado, las nuevas maternidades y las parejas separadas en tiempos de precariedad; por otro, la aceptación de un hijo transexual y su correspondiente gestión afectiva; por último, el del arte como espejo y terapia para salir del atolladero vital.

Nieto decide ponerse ella misma en el epicentro de su triple salto y no precisamente con un retrato demasiado complaciente con su personaje, una de esas malas madres que tiene que lidiar con una realidad que la sobrepasa y un carácter que juega en su contra. A su lado, un ex-marido sin demasiadas trazas de caricatura (Nahuel Pérez Biscayart), una hermana mayor confidente y soporte y, por supuesto, ese hijo en plena transición de género que ocupa sus mayores preocupaciones, temores, frustraciones y proyecciones.

Empero, no es el asunto trans lo verdaderamente central (y si lo era, no lo consigue por incomparecencia de una las partes), sino más bien la salida de esa madre, aburrida vigilante de sala en el Museo Reina Sofía, de su paralizante bloqueo que, junto a una concepción extrema de la maternidad, se ha llevado por delante su propio tiempo, su vocación y sus impulsos creativos.

Con todos esos ingredientes, La mitad de Ana se mueve entre el naturalismo y una tendencia a la fuga lírica e incluso onírica que no juegan precisamente a su favor. Nieto se decide a animar los cuadros y detiene a veces el tiempo en un ejercicio de efectismo reflexivo y simbólico que se nos antoja demasiado explícito y contraproducente. También lo es un timorato triple final que encuentra una salida fácil a asuntos bastante complejos.