El cielo sobre Mumbai

La luz que imaginamos | Crítica

Una imagen del hermoso filme de Payal Kapadia.
Una imagen del hermoso filme de Payal Kapadia.

La ficha

**** 'La luz que imaginamos'. Drama romántico, India-Fra-Hol-EEUU, 2024, 118 min. Dirección y guion: Payal Kapadia. Fotografía: Ranabir Das. Música: Dhritiman Das, Topshe. Intérpretes: Kani, Divya Prabha, Hridhu Haroon, Chhaya Kadan.    

Santi Gallego puede dar fe. Ya desde el anuncio en abril de su inclusión en la sección oficial de Cannes, donde luego ganaría el Gran Premio del Jurado, intuimos que La luz que imaginamos iba a ser una de las películas del año. Avalaban aquel presentimiento el reconocimiento crítico de la anterior cinta de Payal Kapadia, A night of knowing nothing (2021), pero también todos esos elementos coyunturales que empujan a ciertas películas a convertirse en pequeños fenómenos culturales y críticos más allá de sus bondades intrínsecas: mujer directora en un país como la India, protagonistas y sororidad femeninas, mirada crítica aunque poética a la realidad de aquel país, temas colaterales como el peso de la tradición patriarcal, las castas, el mundo del trabajo, las reivindicaciones sociales, etc. En definitiva, era el momento para una película como esta y así ha sido sancionado por los premios, las academias y las listas de lo mejor de 2024.

Pero al margen de todo ello, La luz que imaginamos es un filme cálido y hermoso. Arranca con imágenes nocturnas de la ciudad de Mumbai sobre las que escuchamos retazos de historias anónimas en distintas voces, pequeños relatos fragmentarios sobre sueños, ilusiones y realidades. De entre todos ellos, Kapadia elige dos para aislarlos de la multitud. Son los de Prbha y Anu, dos enfermeras que comparten piso a pesar de sus diferencias de edad, carácter y espíritu. La primera (Kani) es una mujer casada, solitaria, melancólica y de ojos tristes que respeta su condición a pesar del abandono y de las proposiciones sinceras de un médico del hospital; la segunda (Divya Prabha), más joven e impulsiva, representa el vigor de las nuevas generaciones que quieren emanciparse de los matrimonios concertados, los protocolos románticos o las apariencias, una chica que ve a escondidas a su novio musulmán, se escribe mensajes de texto con él y ansía ese encuentro carnal que consume el deseo reprimido entre paseos por la ciudad.

Kapadia alterna ambos relatos, introduce a una tercera mujer en la ecuación (para hablar de paso de la emigración interior y las dificultades de la clase trabajadora), y modula e infiltra un tono reposado, íntimo y poético en sus pequeñas cuitas cotidianas y en sus conversaciones íntimas entre cortinas mecidas por el viento. La musicalidad, el susurro y los sonidos de la ciudad, también gran protagonista de fondo, se infiltran en unas vidas que necesitan a la postre salir al exterior para desanudarse y liberarse.

En su segunda mitad, ahora en un pequeño pueblo en la costa, La luz que imaginamos se hace más diurna pero también se abre a lo sensual y lo onírico: los cuerpos finalmente se encuentran en una escena erótica que desafía muchos tabúes de representación en el cine indio; la conversación nunca mantenida con el marido ausente se materializa ahora como fantasma. Allí, lejos del mundanal ruido, nuestras tres mujeres y un joven enamorado conforman aunque sea por un instante la promesa utópica de un nuevo amanecer.

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