Rapeando en gaélico

Kneecap | Crítica

Una imagen de este filme norirlandés sobre la banda de rap Kneecap.
Una imagen de este filme norirlandés sobre la banda de rap Kneecap.

La ficha

*** 'Kneecap'. Comedia-musical, Reino Unido-Irlanda, 2024, 103 min. Dirección y guion: Rich Peppiatt. Fotografía: Ryan Kernaghan. Música: Kneecap. Intérpretes: Mo Chara, Móglaí Bap, DJ Próvai, Michael Fassbender, Simone Kirby. 

Desde Irlanda del Norte, reivindicando el gaélico y buscando pasar página en el viejo conflicto entre unionistas e independentistas, Kneecap recoge en clave de comedia pop las andanzas del hoy popular trío de raperos del mismo nombre formado en un barrio de Belfast en 2017 para convertirse en punta de lanza generacional absorbiendo en sus letras y su espíritu punk el aire cambiante de los tiempos en aquella zona caliente.

Rich Peppiatt se mira en cintas como Trainspotting o en el cine de Guy Ritchie, ya saben, narración picadita en primera persona, montaje juguetón, colores intensos, insertos, sobreimpresiones y animaciones, para dar cuenta de dos hermanos (Mo Chara y Móglaí Bap, interpretados por ellos mismos) de padre terrorista (Michael Fassbender, parodiando en cierta forma a su personaje de Bobby Sands en Hunger, de Steve McQueen) que trapichean, se emborrachan y buscan sexo como cualquier adolescente de su edad y su encuentro con el profesor de música (DJ Próvai) con quien terminan formando una banda rapera para gritar sus particulares himnos urbanos de rabia e inconformismo.

Fiel a cierto trazado estándar en su escalada de afirmación y reconocimiento, el guion entrevera también la trama central con las andanzas en la sombra del padre desaparecido, el recogimiento de la madre abandonada, una historia de amor y sexo intercultural con una chica unionista, la persecución policial liderada por la tía de esta última y otra más relacionada con el tráfico de drogas. Tal vez demasiados frentes que, entre canción y canción, estiran más de la cuenta una película premiada en Sundance cuyas virtudes descansan siempre en el conseguido tono ligero y gamberrete y en su capacidad para tratar lo político y lo identitario con un agradecido distanciamiento irónico y mucha socarronería.  

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