Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Icónica Santalucía Sevilla Fest
Apenas le habían colado el gol a la selección española en el estadio Rhein Energie de Colonia cuando ya estaba Kiko Veneno pisando el escenario de la Plaza de España para cerrar otra semana de conciertos del Icónica Santalucía Sevilla Fest, una vez que tras el suyo fuese Derby Motoreta’s Burrito Kachimba la banda que presentase sus canciones en directo. Puede que ese tirón que está teniendo la selección española gracias a sus buenos resultados resultase insalvable para la taquilla del festival, porque la asistencia fue más escasa de la esperada y a duras penas se contabilizaron 5.000 espectadores. Pero si los que se quedaron en casa disfrutaron con la posterior remontada en el fútbol, los que vinimos aquí a disfrutar con la música vivimos una grandísima noche también, volcados completamente con todos los artistas.
Kiko comenzó fuerte. Lobo López es una de las mejores canciones del disco que, si no el mejor, es el más mediático y del que más se habla últimamente: Échate un cantecito. Tan en candelero está que ha eclipsado por completo a los dos últimos que ha lanzado, de los que solo interpretó una canción, Autorretrato. Y además esta hubiese sido la única de las compuestas durante la última década y media si no hubiera comenzado la recta final del concierto con Los tontos, la que editó junto a C. Tangana, y antes que esa no hubiese estrenado Guitarrita. El grueso del repertorio de anoche salió del fascinante trío que comenzó con el álbum citado, del que extrajo la mitad de él, y los que siguieron durante los años centrales de la década de los 90, Está muy bien eso del cariño y Punta Paloma, con dos temas de cada uno. La única concesión a sus inicios fue Delincuentes, la que hacía con aquella banda de la que Kiko Veneno tuvo la sabiduría y habilidad necesarias para desprenderse de su fantasma sin perder la magia ni el apelativo que desde entonces lleva como apellido, para saber depurar su intencionalidad poética y cargarla de sentimiento con el que crear así una música tan contemporánea como popular y enraizada en su propia personalidad. Antes de ella, el Blues de Memphis fue rotundo y divertido, y Superhéroes de barrio fue la delicia habitual en la que todos los músicos se convierten en eso, en superhéroes, no importa que quien lo arrope instrumentalmente sea el alma y el corazón de los hermanos Amador en aquellos inicios que decíamos o la técnica y la maestría de los siete grandes músicos que le acompañaban esta noche: Félix Roquero -lo bueno, si breve, ya saben ustedes- y Anabel Pérez, cómplices muchas veces con su violín y su teclado y protagonistas de un momento muy especial con sus solos en una conmovedora interpretación de Veneno; Willy Leal con sus voces de apoyo, que a veces pasaban al primer plano, como en el Blues de Memphis y La leyenda del tiempo; Juan Ramón Caramés y Jimmy González, formando una potente sección rítmica al bajo y la batería; José Torres y sus guitarras flamenca, acústica y eléctrica; Álvaro Marabot cambiando el tono rockero psicodélico que tiene su guitarra eléctrica en su habitual banda The Magic Mor por los dejes andaluces en esta otra. Sincretismo entre dos tradiciones musicales muy distintas se llama eso de Marabot y también lo que hicieron todos juntos un poco antes en Traspaso, el homenaje de Kiko al rock andaluz de los 70, dedicado esta noche a los Motoreta’s, que convirtió las reminiscencias de los tarantos de Gualberto, a través de la letra de la canción y los aires del arreglo, en el cachondeo de Pata Negra cuando atacaban el blues con sus guitarras de palo. En esta interpretación recortada nos perdimos las notas del teclado de Anabel, viva imagen de las de Jesús de la Rosa y la posterior tormenta eléctrica y ruidosa como las que salían de la cabeza de Robert Fripp en sus días más nublados. Hoy Kiko volvió pronto a entonar la última estrofa de la canción para hacerla volver a su ser original, como cuando fue creada hace casi treinta años para el disco de Punta Paloma.
Echo de menos fue una maravilla de ritmo y de cadencia, como lo fue también la sonrisa que nos afloró a todos con la sorpresa de Riders on the Storm, la mítica canción de los Doors que Kiko debe tener bastante presente en sus momentos fiesteros, ya que por Twitter circula un video en el que se le ve y oye con Pau Riba hace unos cinco años martirizando la letra entre el inglés, el castellano y el catalán; esta noche la construyó algo mejor con la ayuda de Dandy Piranha, con quien la adaptó a nuestro idioma en el descanso de un concierto en el que coincidieron en Galicia, metiéndole al principio unos curiosos acordes de drum & bass. Y siguió siendo una maravilla la manera en que sentimos el abrazo de sueño y tiempo cuando interpretaron tras ella La leyenda del tiempo. El set lo terminaron marchándose En un Mercedes blanco, la canción en la que está esa línea que ha dado el nombre al programa más seguido de la televisión en nochevieja: cachitos de hierro y cromo. Aparecieron de nuevo con Félix al violín y Ana Gallardo a los coros, para contar la historia de ese tipo machista que tuvo siete novias y a las siete abandonó; pero qué se le va a hacer si la vida misma no es políticamente correcta y así era Joselito. Y Kiko le cantó a la vida tal como es, antes de despedirse definitiva y triunfalmente con Volando voy y su mijita de cachondeo otra vez: enamorao de la vida, aunque a veces duela; si tengo frío, busco a mi agüela.
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba orientó posteriormente su repertorio justo al contrario que Kiko Veneno. Esta banda está presentando su reciente disco, Bolsa amarilla y piedra potente, en una gran gira por festivales españoles que culminará en otoño con una visita a Londres y Dublín, antes del salto del Atlántico hacia la primavera americana, y anoche interpretaron en directo once de la docena de canciones que contiene esa obra. En realidad, de su primer disco, que se llamaba como ellos, no recuperaron alguna hasta el inicio del tramo final del concierto, cuando atronó ese The New Gizz con que solían comenzarlos siempre hasta ser sustituido ahora por Seis pistones (Makensy’s dream), después de la introducción instrumental de Agua grande. Tras aquella todavía alternaron un par más, el Aliento de dragón, en la que Dandy Piranha, el cantante, aprovechó para interactuar un poco con el público, y El salto del gitano, con la que siempre cierran sus espectáculos, a pesar de que en el disco nuevo hay otra, Manteca, que está pensada precisamente para ser la más rápida de su historia y un momento culminante de los conciertos. De todas formas, con esta sí que cerraron el repaso a la bolsa y la piedra.
Antes he dicho que de las canciones nuevas solo faltó una, Daddy Papi, y quizás la banda lo decidió así para no resultar redundantes, porque ese tema está conectado y continúa la historia de Porselana teeth, la bola de demolición con la que siguieron esta noche, antes de dos nuevas más, Prodigio y La fuente; la primera llamada así en clarísima referencia a Prodigy, de los que incluso meten un sample de Smack My Bitch Up dentro de la canción, porque los Motoreta’s le han echado un ingrediente más a su mezcla de estilos y en esta cazuela de barro árabe removieron bien el breakbeat con el hard rock blacksabbathiano para que el resultado no fuese espeso e indigesto. En La fuente la referencia primigenia tampoco era difícil de hallar, porque eso de a la fuente fuiste a beber, aunque era de noche remitía directamente a Morente. Antes de que Dandy comenzase a desgranar su lírica, todos los demás componentes del grupo, Bacca y Gringo a las guitarras, Soni al bajo, Papi Pachuli a la batería y Machete Carrasco a los teclados y sintetizadores, construyeron un pedestal sonoro alto y férreo para que la explosión de la canción no lo derribase, aunque a mí casi siempre me faltaron graves en la mezcla final; echémosle la culpa a mi acúfeno, pero hubiese necesitado que me saturasen el oído los subgraves en la misma forma que me saturaron muchas veces la visión los 45 focos apuntados hacia nosotros. Apenas llevábamos un cuarto de hora de concierto y sabíamos que tendríamos que prepararnos bien para la intensidad sobrevenida. Tras La fuente era difícil mantener que lo mejor todavía estaba por llegar; pero quedaba tiempo para comprobar que sería así. Con ellos se rompió el molde y anoche volvieron a demostrar que han establecido un nuevo estándar para los espectáculos de rock en vivo, ya sea rock andaluz, progresivo, heavy...
La música desafiante, e incluso experimental, siguió con Caño cojo, en el que aplastaron al duende flamenco a base de guitarrazos y siguió con El Valle inmenso, una de las piezas en las que mejor se fundió el rock andaluz de aroma clásico con la psicodelia estroboscópica. Desde ahí una vuelta al disco nuevo, esta vez larga. El Chinche, que contó con Álvaro Juchicú, el armonicista de la Milkyway Express, fue lo más desenfadado y callejero que les he escuchado desde hace tiempo; Ef Laló fue otra de esas canciones que en seguida te transportan al pasado, esta vez fue a la mitad de los 70, cuando la Lole nos enamoraba con esas calmadas bulerías que se marcaba con Manuel a la guitarra flamenca, aquí convenientemente distorsionadas. Con Pétalos jugaron al despiste; Dandy estaba en unos sueños de los que la banda lo despertaba con un cruce de sinte y batería, pero la hipnosis onírica no se le despejaba y continuaba en una somnolencia melancólica, en una oscuridad en la que los demás le acompañaron, resguardados, agachados sobre sus pedaleras de efectos, en una estampa melodramática que amplificaba el drama; Dandy salmodiaba que todo estaba baldío, sus palabras, como las de la Guadalupe de la canción, nos entraban como cuchillos. Los golpes de la batería fueron marcando el ritmo hasta que el tiempo se detuvo unas décimas de segundo que parecieron eternas, cuando el galope del metal golpeó el suelo de la plaza. Hay canciones que parecen tener un año y cincuenta años al mismo tiempo y Gitana es de esa clase; cuando Dandy citaba a la luna en la mañana los acordes les anclaban a nuestra tierra como hacían las canciones de Triana en 1974; reconocimos arpegios de los que hicieron brillar al rock andaluz; la batería y el bajo se perdían en la amalgama de todos los demás instrumentos, hasta que la música y la voz enmudecieron porque ya no quedaba nada que escuchar, solo teníamos que salir del hipnotismo, a lo que no contribuía el sonido del platillo de la batería. El crescendo de Tierra, otra de las canciones nuevas, nos fue sacando a la superficie hasta que el estruendo de Turbocamello nos despejó las miasmas para noquearnos con el mano a mano final de las guitarras de Gringo y Bacca, rockeras, potentes.
Las guitarras; protagonistas también en Gun-Gun. Con ellas la frescura y el vigor de la música de los Motoreta’s volvió a hacerse presente, una situación ideal para recibir a Kiko Veneno, que se unió a ellos igual que hizo en la grabación del Alas del mar original que aquí todavía sonó más emocionante, resuelta de nuevo por la guitarra de Bacca de forma dura y brillante. Las leyes de la frontera es la canción que más se aparta del sonido habitual de la banda, ese que llaman kinkidelia, que en esta noche volcó todo el significado del sufijo de la palabra en el prefijo e hizo de la canción un torbellino mucho más cercano a Los Chichos que a Led Zeppelin, una absoluta maravilla. Y así llegaron al último de los temas nuevos. En una entrevista que hace tiempo le hice a Gringo me dijo que ellos sueltan en los conciertos una cosa tan explosiva que puede gustar o no, pero que te deja con la sensación de que ahí hay manteca; y así llamaron meses después a una canción diseñada concretamente para los conciertos: Manteca; la que define todo el contenido al que el guitarrista se refería en sus palabras.
La melodía, tan familiar ya a nuestros oídos, escuchada siempre desde los primeros conciertos del grupo, de las guitarras de Bacca y Gringo, sobrepuestas siempre a los graves del bombo de Papi y del bajo de Soni, nos metieron en The New Gizz, con Dandy desde el borde del escenario ofreciendo el micrófono al público para cantar esas palabras de tómaloooo, siénteloooo, que tan incrustadas tenemos ya en nuestra memoria colectiva. El aire se derretía, como escuchamos en la letra de Dámela, la siguiente, en parte también porque tras ella la bestia sónica que habitaba en el escenario nos echó a todos su abrasador Aliento de dragón.
Un ruido de transición mantenido inició los bises, la Nana del caballo grande estremeció en su alfa y apabulló en su omega; Dandy se transfiguró en Camarón para una nana que jamás dormiría a nadie porque es trepidante, una joya de la fusión del flamenco con el rock más potente. Y para el final definitivo, El salto del gitano, la muestra de pasión contagiosa de seis músicos que conocen el secreto de la música que tocan; la salmodia de sig na geg no sig nag nag sé resonó imponente. Mientras la gente aplaudía y por los altavoces sonaba la rumbita de la cachimba que te pone ciego, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba dijo adiós y yo elegí salir del trance dando un tranquilo paseo por la Avenida de Isabel la Católica para salir del recinto, sin quedarme mucho tiempo a comprobar si el ecléctico DJ que es Tridi Puñema iba a ser capaz de poner a todos los que se quedaron con él a bailar sevillanas, como hizo con los jevis la noche de Deep Purple.
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