De cómo Kant soñó Bucarest
De libros
Impedimenta prolonga su idilio con Mircea Cartarescu de la mano de 'Solenoide', la novela que, con su pulso clásico, mejor resume el caleidoscópico ideario estético del escritor rumano
La ficha
'Solenoide'. Miercea Cartarescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Postfacio de Marius Chivu. Impedimenta. Madrid, 2017. 800 páginas. 28 euros.
Un solenoide es un dispositivo capaz de crear un campo magnético de gran intensidad en su interior pero débil o directamente nulo en el exterior. Habitualmente adquiere la forma de una bobina de hilo conductor aislado y enrollado. El protagonista de Solenoide, un profesor de rumano en una escuela de la alucinada Bucarest de los años 80, bajo el régimen comunista, encuentra un artefacto de estas características en su casa, que perteneció anteriormente a un inventor algo estrafalario (en la misma casa aparece también un sillón de dentista con un extraño tablero de mandos) quien a su vez llegó a conocer al legendario Nikola Tesla. Solenoide es la novela que el escritor Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) publicó hace un par de años en su editorial rumana de costumbre, Humanitas, y que acaba de lanzar en la que también es su editorial habitual en España, Impedimenta, con la traducción de Marian Ochoa de Eribe (cuya dedicación a Cartarescu, por cierto, va pidiendo a gritos un Premio Nacional). Solenoide es la novela que mejor resume y cristaliza el caleidoscópico, poético y febril ideario estético de su autor, y lo es precisamente desde la cualidad simbólica del objeto que le da título. En la escritura de Cartarescu, un solenoide es la representación más precisa del ser humano: una criatura armada a base esencialmente de proteínas capaz de crear un campo magnético mucho más poderoso en su interior que en su exterior. Si para el autor el mundo tiene la dimensión exacta de su cráneo (resulta significativo el modo en que su libro anterior, El ojo castaño de nuestro amor, llegaba a ser una premisa de Solenoide), a lo largo de estas 800 páginas Cartarescu da buena cuenta de cómo ese mundo se construye y acontece. La premisa es clara: la realidad no es un acontecimiento externo sino un proceso de creación interno, que tiene lugar, cierto, en la extensión precisa del cerebro. No se trata de una lectura tanto racionalista como apegada al apriorismo kantiano: el ambiente nos aporta determinados estímulos, pero estos siempre son procesados en estructuras inequívocamente humanas (y por tanto, sí, previsibles: de ahí que la realidad pueda llegar a conocerse). En un plano estético, Cartarescu insiste en su empeño en consolidarse como nuestro último romántico: el mundo, aun en su acepción positivista, es una obra de la inteligencia. No hay más realidad que la que emana de esa creación. Nada puede ser aprendido si no es imaginado.
Para subir al lector a semejante tren, el autor de El Levante amasa un formidable alter ego. Cartarescu dio su primer paso en el ámbito literario con una lectura poética celebrada en un encuentro universitario cuando tenía 21 años. Aquella exposición virginal llamó la atención de profesores y autores de cierto postín presentes en el acto y derivó a la publicación del primer libro de poemas del escritor, episodio fundacional de una de las trayectorias literarias más importantes de la Europa del último medio siglo. Pues bien, el anónimo protagonista de Solenoide participa en una lectura poética similar, en el mismo encuentro poético al que asistió Cartarescu, pero su intervención se salda con la indiferencia del público y algunas críticas dolorosas. De manera que el personaje termina dedicándose a la docencia, a su pesar, y apartado de la escritura, con la excepción de sus diarios, de preclara emulación kafkiana. En una Bucarest de arquitecturas imposibles, como una Brasilia que se soñara nueva a mayor gloria de sus constructores, nuestro hombre inventa el mundo y es este mundo el que nos ofrece Cartarescu. El mundo. Sin más.
Escribe el protagonista a través del autor: "¿Cómo podemos llamar realidad a aquello que percibimos, las cosas de nuestro entorno, como una topografía que intuimos gracias a los ojos, los oídos, las puntas de los dedos y de la lengua y, simultáneamente, a los rumores sobre territorios, ciudades y estrellas que no veremos jamás? ¿Cómo puedo saber que existe incluso lo que tengo enfrente, el dorso velludo de mi mano, mis uñas duras, la taza de café de la mesa? ¿Qué es la realidad? ¿Qué motor visceral convierte lo objetivo en subjetivo?". La realidad es "el animal más tortuoso, más estratificado, más lleno de órganos, tuétano, tubos, grasas y cartílagos que se pueda imaginar. El animal en el que vivimos, el gusano anélido de carne formada por el polvo infinito de estrellas". Y más adelante: "Mi mundo es Bucarest, la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra, pero, al mismo tiempo, la única verdadera". Sólo en la medida en que el campo magnético sucede, siempre en el interior, el mundo existe.
Escrita con el pulso de los clásicos, deudora en gran parte del silencioso grito de Kafka pero a la vez original y reveladora en todas sus hechuras, Solenoide es, por más que su extensión pueda sugerir lo contrario, singularmente accesible dentro del corpus del escritor rumano, quien opta aquí por contar la cosas como son. Al mismo tiempo, el lector encontrará una muestra precisa del poder de la literatura a la hora no de emular a la existencia, sino de ser. Y ésta, claro, sigue siendo la cuestión.
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