El final de Judy resucita a Renée
Judy | Crítica
La ficha
*** 'Judy'. Drama-biopic, Reino Unido, 2019, 118 min. Dirección: Rupert Goold. Guion: Tom Edge (basado en la obra teatral de Peter Quilter). Fotografía: Ole Bratt Birkeland. Música: Gabriel Yared. Intérpretes: Renée Zellweger, Jessie Buckley, Rufus Sewell, Finn Wittrock, Michael Gambon, Bella Ramsey, John Dagleish.
En 1961 la última Edith Piaf, frágil, delgadísima, encorvada, rota por la enfermedad, envejecida por las adicciones, dio sus mejores conciertos cuando, con 45 años que parecían el doble, dio unos conciertos para salvar su querida sala de conciertos Olympia del cierre. Se salvó también ella, resucitando para un público parisino que la recibió con 16 minutos de aplausos y la hizo salir a saludar 22 veces. Dos años más tarde, el 31 de marzo de 1963, daba su último concierto, rotas ya del todo ella y su voz, en Lille, y cinco meses después fallecía.
Entre el 19 y el 21 de febrero de 1958 la última Billie Holiday grabó con su voz aún mas rota por las adicciones Lady in Satin. Le acompañaba la orquesta de Ray Ellis, quien años después contó: "El momento más emocionante fue cuando la escuché interpretar I'm a Fool to Want You. Había lágrimas en sus ojos". El 11 marzo de 1959 concluyó la grabación de un nuevo disco con la misma orquesta. Cuatro días después murió su amigo y cómplice Lester Young. Lo poco que quedaba de Lady Day se quebró y murió cuatro meses más tarde con 44 años que parecían muchos más.
En 1968 y 1969 la última Judy Garland, estragada por las adicciones y arruinada, dio sus últimos grandes conciertos en el London Palladium y, con sus facultades casi agotadas, en el club Talk of the Town. América la ignoraba pero Londres la adoraba. A los tres meses de su último concierto en Copenhague el 25 de marzo de 1969 murió a los 47 años, representando también, como Edith y Billie, muchos más. Las tres tuvieron trágicos y prematuros finales por causas coincidentes –las adicciones– pero por razones distintas. Tal vez les uniera un cierto carácter autodestructivo que agravó las heridas que la vida les infringió. Es tentador convertir estas heridas en causas de sus adicciones. Pero otras cantantes geniales, como Ella Fitzgerald, no tuvieron vidas más fáciles y pudieron imponerse a las circunstancias. El ser humano es un misterio que no se puede resolver aplicando sólo la razón.
Esta película trata de esa Judy final, centrándose en sus conciertos en Londres cuando era ya una ruina. Y lo hace siguiendo el esquema tradicional que tantas películas dedicadas a estrellas han establecido: flashbacks engarzados en el presente de su declive. ¡Cuántos biopics no han arrancado de camerinos en los que la estrella se ensimisma ante el espejo o de escenarios vacíos en los que resuenan ecos de aplausos! La película se tensa entre los polos de la recreación de la brutal presión a la que Louis B. Mayer la sometió en sus años de estrella infantil y adolescente, desequilibrando un carácter inestable e iniciando su dependencia de los barbitúricos, y su desastroso presente.
La esquematización de la figura del productor, convertido en un ogro de cuento, pretende dotar al relato de un malo monumental y a la tragedia de Judy de una causa. Tal vez por eso casi se eludan elementos tan importantes en la vida de la actriz como su matrimonio con el director Vincente Minelli, la relación con su hija Liza y desde luego sus éxitos desde finales de los 30 a los 50 o desde El mago de Oz (1939) a Ha nacido una estrella (1954) o Vencedores o vencidos (1961).
Basada en una obra teatral, el interés del guión es mostrar la muñeca rota y lo que la rompió. Es una elección legítima, pero somete una vida en la que no todo fue fracaso ni dolor al imperativo melodramático. Están de moda los biopics tristes de finales melancólicos y trágicos al estilo de Las estrellas de cine no mueren en Liverpool (2017) o El gordo y el flaco (2018).
Rupert Goold, realizador televisivo con un solo largometraje también basado personajes reales (Una historia real), la dirige con oficio. No es poco. Pero el personaje exigía más. Lo mejor de su trabajo es la dirección de Renée Zelweger y lo mejor de la película, esta interpretación. Hay que pellizcarse para reconocer a la actriz que todo el mundo daba por difunta profesionalmente, reina de los mohines y emperatriz de los memes. Con esta gran interpretación –cuyo anuncio hizo temblar a los admiradores de la Garland– Zelweger ha asumido un inmenso riesgo. Y ha triunfado.
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