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Qué hacer en Sevilla este fin de semana

"Soy un jubilado intermitente"

Miguel Ríos. Cantante

El músico granadino llega junto a Serrat, Ana Belén y Víctor Manuel al Estadio de la Cartuja, donde ofrecerán un concierto para celebrar los 20 años de la gira 'El gusto es nuestro'.

Miguel Ríos, retratado en una calle del centro de Granada, la ciudad donde nació en 1944.
Gonzalo Cappa

17 de septiembre 2016 - 05:00

En 1996, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos, cuatro artistas ya para entonces con una dilatadísima trayectoria, bendecida además por el éxito, se reunieron para celebrar en una serie de conciertos por todo el país su complicidad sobre los escenarios y su vieja amistad dentro y fuera de los mismos. Ahora, 20 años después de aquella exitosa gira a la que llamaron El gusto es nuestro, los cuatro vuelven a aliarse con la excusa de este aniversario. Hoy llegan a Sevilla para actuar, esta noche a partir de las 21:30, en el Estadio de la Cartuja (entradas desde 39 hasta 99 euros). Hablamos con uno de ellos, el incombustible granadino Miguel Ríos, reticente a la retirada a pesar de sus propios anuncios en este sentido, sobre este nuevo regreso a las tablas.

-Alguno con malafollá, como dicen en su ciudad, habrá pensado, al ver su nueva gira: ¿pero éste no se había jubilado?

-Este es un retiro muy gozoso porque estoy escribiendo y me ha servido para darme cuenta de que la música no es imprescindible para que un cantante sobreviva. A veces, cuando has estado 50 años en una profesión, te acompañan muchos miedos como el de quedarte sin voz, una especie de miedo escénico a desafinar. Así que me ha venido muy bien el retiro, igual que la llamada del amor de mis tres compañeros de gira.

-Está Leonard Cohen con su fedora, Joaquín Sabina con su bombín, Bob Dylan con su sombrero de cowboy y Miguel Ríos, investido doctor honoris causa por la Universidad de Granada el pasado mayo, con un birrete...

-Creo que Dylan también es doctor honoris causa, lo que pasa es que él se lo calla... Mi mérito es haberme doctorado en la calle y entiendo que la universidad, que ha estado durante siglos de espaldas a la calle, tiene que hacer una suerte de maridaje para no apolillarse. Pero me dio mucha vergüenza porque los que no hemos sido universitarios podemos tener una suerte de complejo de inferioridad. Toda mi vida he ido enganchándome a los retales de saber que estaban a mi alcance para tener unas prendas intelectuales menos toscas. Así que es bonito que reconozcan que has cumplido con una pulsión humanista como es el rock, que ha cambiado durante el siglo XX parte de la andadura de la humanidad. Aunque, en mi caso, haya estado en la periferia, lejos de la meca del rock. Ahora me están llegando más propuestas para ser honoris causa, pero las estoy poniendo en cuarentena, aunque comprendo que tiene su razón de ser porque la música popular ha estado abandonada por la política y, por lo tanto, por la sociedad en el sentido participativo. Lo que se está viendo ahora es que los doctos entienden que para un desarrollo armónico hay que avanzar en las emociones que produce la música popular. Espero poder evitar el trago de ser investido otra vez...

-En 1986 se unió a Víctor Manuel, Ana Belén y Sabina para cantar en la Nochevieja la canción Cualquier tiempo pasado fue peor. ¿Ahí nació el germen de El gusto es nuestro?

-Puede ser, pero creo que El gusto es nuestro nace de la cabeza de Víctor Manuel, gran cantante y compositor, pero también un hombre muy cerebral y ordenado que tiene una vertiente empresarial, que es capaz de ver lo que puede ser un espectáculo atractivo para la gente. La primera vez que actué con Ana Belén fue cuando hizo su primer disco y en la presentación en el teatro Alcalá de Madrid salí a cantar con ella Santa Lucía. En Mucho más que dos puede que esté la constatación de que esto era posible.

-Usted escribió en sus memorias que cuando le propusieron a Sabina entrar en la gira de El gusto es nuestro hace 20 años se excusó diciendo: "Es que vamos a parecer El Consorcio".

- Joaquín es muy cobarde, mandó a la reunión a Paco Lucena, que por entonces era su perro fiel. Joaquín no tiene cojones de decir eso. Ahora sí tiene porque ha ganado galones, pero por entonces no estaba tan separado del mundo real como lo está ahora. Fue su representante quien soltó la frasecita en la reunión.

-¿Tiene alguna vacuna para no separar los pies del suelo?

-Simplemente haber nacido en Granada, una ciudad que marca mucho. La primera vez que volví a ella en el sentido literal fue cuando empecé a grabar discos, pero no me podía mantener en Madrid, sobre todo el primer año. Tuve que volver a Granada y estuve allí un mes esperando para sacar un disco. En Madrid no tenía grandes relaciones con la gente del rock, yo era bastante provinciano por entonces para ver cómo funcionaba este mundo. Estando en Granada en esa situación lo primero que escuché fue: "Mira, ya está aquí, ya ha fracasado". Por otro lado, yo nunca he sido especialmente mitómano, me gusta más admirar porque me hace más fuerte, me produce un acicate para superarme.

-Desde fuera parece que en los últimos tiempos sus admiraciones se centran en el terreno literario más que en el musical...

-La primera vez que vi a Ray Charles me puse de rodillas. Es verdad que ahora conozco menos la música que la literatura, porque en música cualquier novedad es para mí un déjà vu, es como si ya lo hubiera vivido. Todo lo que sale me remite a algo que ya estaba antes, a sensaciones que ya he tenido. Pero en literatura no me pasa esto y sí me conmueven las cosas de una manera especial. Pero luego hay gente como José Ignacio Lapido o Quique González que publican discos que realmente me emocionan y me digo que es muy bueno que haya gente que mantenga ese nivelazo. El otro día fui a Marbella a ver a Robert Plant y fue como una epifanía, me di cuenta que no me había equivocado al escoger mi vida. Hay músicos que al escucharlos me reafirman en que, pese a que yo haya hecho una música extranjerizante como decía el NODO, no me equivoqué a la hora de escoger el rock y su manera de entender la vida. Siento que he tenido suerte, puesto que puedo pensar, a mis 72 años, que no equivoqué mi camino.

-Se lleva bien consigo mismo...

-Nunca he tenido grandes conflictos conmigo mismo porque, al haber tenido éxito, no tenía motivos para quejarme. Estaba haciendo algo que me gustaba y me daba dinero, las consideraciones filosóficas o morales son cuestiones que vienen con la edad. En la música no entras sólo por el escenario, entras también por toda la liturgia que hay alrededor. Y además se liga con más facilidad. No te da tiempo a arrepentirte...

-¿Quería ser estrella del rock más que cantante?

-Siempre he sabido que en España sólo podías aspirar a ser una estrella enana. Cuando coincides con las estrellas del rock latino te encuentras con personas con unos egos muy desarrollados, y con mucha razón porque tienen un éxito planetario, como Fito Páez o el propio Joaquín Sabina. Pero siempre he sabido que hay un nivel superior que es el que hemos mamado de Memphis y de otros lados. Aunque los vericuetos de la vida te hagan un ser imprescindible a los ojos de alguien porque le has dado el estribillo de su vida, uno sabe que hay gente que ha llevado la música a otro nivel. Eso te obliga a algo muy bueno para la creación, la humildad, porque hace que sigas esforzándote.

-Después de la que le cayó en 2008 con la campaña de apoyo a José Luis Rodríguez Zapatero, ahora vuelve a firmar un manifiesto pidiendo un Gobierno "de progreso". ¿No escarmentó después de que durante años lo llamaran artista de la ceja desde determinados medios de comunicación?

-¿De dónde vienen los palos? Eso es lo que hay que investigar, lo tengo asumido y me importa bien poco porque sé que muchos dan palos guiados por la mano del patrón. Mi participación política me la tomo muy en serio. De aquellos lodos vinieron estos barros. En las escuelas no nos han enseñado a conversar, a discutir, a proponer o a rebatir. Nos han dado una educación dirigida a crear imbéciles en vez de a crear seres humanos críticos, lo que nos lleva a la situación que vivimos ahora. Estamos más cerca de las pinturas negras de Goya que de cualquier otra cosa. Tenemos unos políticos que no se dan ni la mano, es impresentable que antepongan cuestiones personales al bien general.

-Sus compañeros de escenario han tenido que convivir con ese mismo tipo de crítica desde sus comienzos...

-Es una visión interesada. Las únicas personas a las que les importa tener contradicciones son las personas decentes. Vemos gente que una semana mantiene todo lo contrario de lo que decía la semana anterior, y sin embargo tienen el rostro y la caradura para seguir sonriendo mientras les recuerdan que se están desdiciendo, en vez de irse a su casa muertos de vergüenza. En su pensamiento eso entra en el sueldo, pero yo no podría aguantar ni cinco minutos, tendría que reconocer al segundo que me han pillado. Aquí se ha hecho una política en la que no importa nada mientras aguantes y tengas los votos suficientes, tenemos el caso paradigmático de Rita Barberá. Entiendo que los servidores públicos deben tener castigos públicos.

-Serrat ha renegado recientemente del Mediterráneo que sirve de sepultura a miles de emigrantes. Usted ya publicó hace décadas En la frontera, una descarnada canción sobre la inmigración y también Año 2000 sigue vigente e incluso, visto ahora, tiene un sorprendente tono casi antisistema...

-Esto viene demostrar una vez más que las canciones no sirven para nada. En la frontera hablaba de los espaldas mojadas y de los que intentaban subir a Estados Unidos. Para entonces, por cierto, ya había gente jugándose la vida en una patera para tratar de llegar a España. Cuando cantaba Año 2000 hablaba del cambio de era y ahora vemos que es al contrario, vamos más a Blade Runner que al flower power. La gente de mi generación tenía la aspiración de cambiar el mundo.

-Volviendo a El gusto es nuestro, ¿cómo ha sido el reencuentro después de 20 años?

-Ahora tenemos mejores instrumentos dentro del escenario para disfrutar del concierto. Durante muchos años los músicos hemos estado pensando que sonaba bien porque veías a la gente disfrutar, pero en el escenario no escuchabas nada. Ahora es una gozada tener la voz de Ana Belén en mi monitor de oído, con esa afinación y ese vibrato... Somos muy diferentes estilísticamente. Ana es una mujer exquisita, quien quiera ver alta comedia tiene que ir a verla actuar. Luego está un intimista como Juanito [Serrat], con el que se me han saltado las lágrimas con esa forma suya de narrar. Y Víctor Manuel es una galerna del Cantábrico.

-¿Tienen un guión de chascarrillos y ocurrencias entre canción y canción?

-Serrat y Sabina ya hicieron todo el catálogo de monólogos sobre un escenario. Hicieron una labor muy teatral, pero si nosotros hablamos mucho el concierto duraría una semana. Hay una cosa que no deja de asombrarme, y es que hay canciones de hace décadas que han cabalgado por el tiempo más de lo que yo podría haber imaginado. Es el caso de Vuelvo a Granada, que la escribí hace 50 años y que despierta el mismo grado de emoción en Granada, Barcelona o La Coruña. Tienes una serie de embajadores etéreos que están haciendo tu trabajo, que hablan bien de ti porque las canciones son las que hacen que la gente se enternezca o que se cabree, que es un sentimiento que también puede provocar una canción. Es un repaso a la música de la vida de mucha gente.

-¿Le tienta la idea de grabar un disco con temas nuevos?

-La verdad es que sí. Mi intención era trascender, llegar a todo el mundo, pero ahora haces un disco y ya ni siquiera tienes el soporte. Mi abuela veía volar los aviones y decía que era mentira, que eso no se podía mantener en el cielo. A mí me pasa lo mismo ahora con la música: ¿cómo puede sonar si no está el disco? He tenido la suerte de estar en el principio y el final de la industria musical, lo que te lleva a este escepticismo. Ahora voy a terminar la gira, que requiere de toda mi energía y mi sensibilidad y luego tengo algunos proyectos muy bonitos que ya iré descubriendo conforme vayan surgiendo.

-¿Seguirá saliendo esporádicamente de su jubilación?

-Soy un jubilado intermitente.

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