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La sabiduría del lado amable

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Juan Romero inaugura, a sus 90 años, una exposición en Birimbao en la que reúne sus últimas pinturas y sigue apostando por el color y la inventiva

El pintor Juan Romero, fotografiado este lunes ante algunas obras que se exponen en la galería Birimbao. / Juan Carlos Muñoz

A la galerista Mercedes Muros, de Birimbao, le ha comentado alguna vez una clienta que adquirió obra de Juan RomeroJuan Romero que en ocasiones se detiene a mirar ese cuadro, y que entonces, abstraída en la belleza que despliega el autor, siente que los problemas pasan a un segundo plano. La pintura expansiva y jovial del sevillano (nacido en 1932, y en activo a sus 90 años) puede percibirse, ciertamente, como un desagravio o una invitación a la esperanza: se ha afianzado a lo largo de las décadas como un bálsamo, fantasioso y sensorial, contra los mensajes adversos que manda la vida. El hecho de que haya titulado la muestra que puede verse hasta el 10 de enero en Birimbao Pinturas, sin más añadidos ni ínfulas, refleja la honestidad y la sencillez que siempre han movido a este artista, ajeno a las modas y todavía ilusionado con los desafíos que le plantea el lienzo.

El cromatismo y la inventiva que definen la producción artística de Romero se antojan hoy, después de ese mal sueño de la pandemia, más necesarios que nunca, pero el creador prefiere percibir su trabajo como algo atemporal que no dialoga con las miserias del presente. "Yo soy tan sincero ahora como antes, sigo haciendo lo mismo de siempre", señala un pintor que nunca ha pretendido encajar en las convenciones. "Hay una leyenda que dice, por ejemplo, que los cuadros con peces no se venden, y aquí hay unos cuantos", añade a modo de confirmación. El mar que aparece en su obra, como otros elementos que Romero toma de la naturaleza, las flores y los árboles, o escenas de la India y de Japón que el pintor reinterpreta, sugieren al espectador una sensación de aventura lejos de la rutina. Se diría que este optimismo, ese ánimo alegre, es una marca de la casa a la que el andaluz se mantiene fiel, pero él hace memoria y rememora una etapa en la que los "monstruos" irrumpieron en su universo, "quizás porque me mudé a un piso en París con las paredes negras y, claro, eso me condicionó. Yo tuve la suerte de contar con dos mecenas que no se metían en mi obra, pero me pagaban una cantidad que les daba derecho a adquirir mis cuadros, y siempre despreciaron esa parte más oscura. Eso me hizo pensar", evoca el creador, que volvería pronto a la perspectiva luminosa.

Aunque en la sala más cercana al despacho los galeristas han recuperado tributos al Bosco y a Van Gogh del pasado, al pintor no le interesan ya los homenajes ni las referencias. "Ya tengo muchos años, y a esta edad lo que te interesa es pintar, no explayarte en las citas", dice. Pero en su charla, a continuación, se van sucediendo los nombres ilustres. Cuenta que se fue a Francia –París ha sido una residencia crucial en su historia– en busca de la aprobación de Picasso, pero nunca llegó a visitarlo por el temor de que le "mandara a hacer puñetas". Con su admirado Hundertwasser sí llegó a intercambiar unas palabras, pero el maestro le pidió que volviese por la tarde y su prudencia le impidió insistir. En esos años estaba fascinado también por las vanguardias que proponía el grupo Cobra, pero Romero apenas llamó a ninguna puerta. "Era gente que llevaba ya su tiempo, y que estaría cansada de que le llegaran chavales como yo", argumenta. "A pesar de que no di mucho la lata a los veteranos, está claro es que mi pintura habría sido muy distinta si me hubiese quedado en Sevilla. París fue un aprendizaje".

Una de las obras que expone Birimbao. / D. S.

Por Klimt, que murió antes de que Romero naciera, o más concretamente por un libro sobre el austriaco, supo de la grandeza de lo ornamental, un término que le incomoda menos que naíf, otra palabra con la que a veces aluden a su paleta. "Siempre he dicho que no se puede ser naíf cuando has estudiado siete años Bellas Artes. No es una etiqueta que me guste, pero lo de ornamental es otra historia. Me encanta que la gente considere bonito lo que hago. Quizás porque los monstruos no me fueron bien, yo elegí el lado amable". El tiempo le ha dado la razón y su apuesta ha encontrado sucesores, sostienen Mercedes Muros y Miguel Romero. "Hoy muchos artistas reivindican lo ornamental. Pérez Villalta salta cuando alguien habla de ello en plan peyorativo. Y es significativo que Cristóbal Quintero titulara con orgullo una muestra [que acogió Birimbao] Pintura decorativa".

La bonhomía de Juan Romero ha encontrado el consenso. Hubo, vuelve a recordar el pintor, algún especialista que se le resistió, como Raymond Cogniat, pero eso no evitó que el sevillano se hiciera con el Premio de la Crítica en la Bienal de París en 1967. Su pintura, exponen desde Birimbao, se ha ganado devotos en EE UU. "Una mujer norteamericana vino en marzo a Sevilla y nos compró un cuadro, entonces le hablamos de esta exposición y ahora ha venido expresamente. Y hay otra familia americana cuyos padres coleccionaban obra de Juan y cuyos hijos siguen haciéndolo", explican. Una suerte de elfo que recibe a los visitantes lo insinúa a la entrada de la exposición: la viveza del color, la fantasía y la importancia del detalle habilitan, en la pintura de Romero, un hogar para los que no tienen miedo a la belleza, un cálido refugio para los soñadores.

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