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Ambicioso recital de melodías

Juan Laboreria & Carmen Santamaría | Crítica

Juan Laboreria y Carmen Santamaría en el Alcázar / Actidea

La ficha

LABORERIA & SANTAMARÍA

***

XXV Noches en los Jardines del Real Alcázar. Juan Laboreria, barítono; Carmen Santamaría, piano.

Programa: Gabriel Fauré, Reynaldo Hahn y su tiempo

Gabriel Fauré (1845-1924): Le papillon et la fleur / Au bord de l’eau / Prison / Chanson d'amour

Robert Schumann (1810: 1856): Widmung

Camille Saint Saëns (1835-1921): L'attente

Henri Duparc (1848-1933): Testament

Reynaldo Hahn (1874-1947): Si mes vers avaient des ailes / À Chloris / L’heure exquise / La bonne chanson

Richard Strauss (1864-1949): Die Nacht

Lili Boulanger (1893-1918): Reflets

Isaac Albéniz (1860-1909): Barcarole

Maurice Ravel (1875-1937): Chanson spagnole.

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 16 de agosto. Aforo: Tres cuartos de entrada.

No se anduvo con remilgos el barítono donostiarra Juan Laboreria en su presentación sevillana: un recital en cuatro bloques que haría temblar al más experimentado de los cantantes por la variedad musical y las exigencias expresivas que contenía. De los cuatro, dos bloques estaban dedicados a Fauré y Hahn, por sus respectivas efemérides, y otros dos eran variados, con lied alemán de varias épocas (Schumann, Strauss), más mélodies francesas también muy diversas (Saint-Saëns, Lili Boulanger, Duparc, Ravel) más una canción italiana de Albéniz.

Es la de Laboreria una voz de barítono lírico que corre con facilidad, sobre todo en la franja central, y es homogénea en casi todo el registro. Mostró una línea firme en un timbre agradable y dentro de un fraseo correcto, al que acaso le faltó un poco de variedad en el matiz, en la acentuación, con tiranteces en los límites del agudo y algunos apuros en los pasajes de dinámicas más leves, esos que están pidiendo medias voces y expresión a flor de labios, y acaso por eso canciones que son todo delicadeza como Au bord de l’eau de Fauré o À Chloris y L’heure exquise de Hahn le quedaron demasiado adustas y rectilíneas, faltas de esa flexibilidad en el decir, en el manejo del tempo que las hace irresistibles. Fue interesante apreciar el cambio de estilo de Fauré a Widmung de Schumann, que cantó con tono imperioso, del que se contagiaron lo mismo L’attente de Saint-Saëns que Testament de Duparc, otra pieza que habría requerido algo más de sutileza expresiva. Al final, los problemas vinieron por la naturaleza declamatoria de Die Nacht de Strauss, un lied que comprometió también sus graves, como Reflets de Lili Boulanger hizo con sus agudos en la peliaguda escala ascendente del final. Desde el vuelo de la mariposa de Fauré, el colorista y dúctil piano de Carmen Santamaría fue un estupendo apoyo para la voz.

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