Lo que nos pasa por dentro

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Juan del Val sitúa 'Delparaíso', su nueva novela, en una urbanización de lujo.

Al narrador le interesaba explorar "qué hay detrás de las apariencias, y un sitio así era idóneo para hacerlo"

El escritor Juan del Val.
El escritor Juan del Val. / Carlos Ruiz

Hay vecinos que hacen bikram yoga, y spinning, y meditación, y dieta macrobiótica, y que encadenan una tarea tras otra seguramente para aplacar la sensación de vacío; otros que llevan trajes de tres mil euros y que acumulan una deuda parecida a un abismo: el nudo de la corbata les seguirá oprimiendo por mucho que lo aflojen. Juan del Val (Madrid, 1970) ha elegido como escenario de su nueva novela, Delparaíso (Espasa), una de esas urbanizaciones inalcanzables a las que sólo acceden unos privilegiados, un microcosmos donde imperan las apariencias y el culto al dinero, valores que podrían extrapolarse al resto de la sociedad.

Delparaíso, matiza su autor, no es sólo el retrato de una élite: a ese complejo se traslada también cada día Mariano, el jefe de seguridad; allí han empezado a trabajar como albañiles Mihai y sus primos, que han venido desde Rumanía para ganarse la vida. "Hablo de diferentes clases sociales, de lo que nos pasa por dentro", afirma el escritor y guionista, que regresa a las librerías tras el Premio Primavera logrado con Candela. "Me interesaba mucho", prosigue Del Val, "lo que hay detrás de las apariencias, y una urbanización de lujo, un sitio donde en principio a todo el mundo le gustaría estar, era el lugar idóneo para eso".

El novelista no comparte esa frase hecha que dice que el dinero no da la felicidad. "Tal vez no lo haga, pero, oye, te quita los nervios", asegura. Sin embargo, añade, "las miserias humanas, el dolor" están en todos lados. En las setenta casas que componen esa urbanización hay personas que son desleales a su pareja, pero que también, quizás sin sospecharlo, están traicionándose a sí mismas, a lo que un día fueron; se producen robos, asesinatos, secretos, comas etílicos, claudicaciones. "Nunca hay motivos suficientes para suicidarse, o quizás sobren, las dos cosas son posibles en la misma vida", piensa uno de los personajes.

"El dinero te da tranquilidad, aunque nadie, sea rico o pobre, escapa del dolor y de las miserias humanas"

A Del Val le gusta "reflejar el momento actual en mis libros, contar lo que le ocurre a la gente". Uno de los asuntos que asoman por las páginas de Delparaíso es la obligación de estar bellos y ser perfectos. Lorena, la mujer de un futbolista, se somete a retoques constantes; Eli, encargada de una galería, se siente "fea y gorda" a medida que avanza la edad. ¿Madame Bovary habría pasado, de contarse hoy su historia, por el quirófano? "Espero que no", responde el narrador. "Tal vez no debería decir estas cosas, pero las digo: yo estoy en contra de la cirugía estética. Lorena, por ejemplo, es un bellezón, todos la admiran y la envidian por su físico, pero para ella eso no es suficiente, siempre querrá más. Y Eli, que también es atractiva a su manera, ha renunciado a lo que quería ser. Pintaba con cierto desasosiego, cuadros duros, y acaba encerrada en otra vida. Esas situaciones acaban estallando", apunta.

Entre las "cosas que siguen pasando" también estarían los viejos códigos de la masculinidad y la hombría: Don Julio, el notario, le partirá los dos labios y un diente a su hijo cuando descubra por unas revistas pornográficas que es "maricón"; Borja terminará "atormentado por eso y por muchas otras cosas: el alcohol, las drogas, el temor a la locura", expone el autor, que despliega en su libro toda una red de complejas relaciones entre padres e hijos, "un tema que me interesa muchísimo".

Del Val trata en la novela también las distintas clases de inmigración: un jugador rumano, Luca Sandovich, hablará con la calidez y la complicidad de compartir un idioma, pero desde el interior de un Porsche, con cuatro paisanos que echan una dura jornada como obreros en esa urbanización. "Esa escena es la vida misma", opina el autor. "Quería plasmar la suerte distinta que tiene gente que viene del mismo país, pero también me atraía explorar cómo lo vive cada uno. En la novela hay cuatro primos que tienen una perspectiva diferente:hay quien es feliz, quien está cansado... Me he permitido una historia romántica con el personaje que peor lo tiene. De todo el libro, ¿quién se enfrenta a más obstáculos? Mihai, un inmigrante, obrero, rumano y sordo. Pero la vida lo lleva a un lugar bonito, tiene la suerte de encontrar a la persona adecuada. Me apetecía plantear algo de esperanza frente a tanta desolación", explica el guionista y colaborador de El hormiguero.

"No estoy muy de acuerdo con la cirugía estética. Hay gente bella que nunca se verá bien en el espejo"

En su retrato de los inquilinos de la urbanización, esa minoría privilegiada, ahogada en su vano intento de proyectar una imagen idílica, Del Val tenía los mimbres para hacer una sátira, pero el autor afirma que ese nunca fue su propósito. "En todo lo que escribo, también en mi vida, el humor es una necesidad", sostiene. "De mis novelas, ésta es la que menos cosas graciosas tiene, aunque también cuente con escenas divertidas. Yo aquí no podía despistarme, y me he tenido que controlar en algunos momentos porque me salía del tono del conjunto. Hay tiritos, algún dardo contra algún personaje al que no le tengo mucha simpatía, pero yo no quería reírme de nadie con este libro". Su intención, añade, era otra, algo que observa Mayte, una artista de teatro y del destape retirada, uno de los personajes más logrados y lúcidos de la galería, "que mañana va a seguir todo igual estés tú o no, que la vida va a continuar, que no somos tan importantes aunque nos lo creamos".

Del Val cuenta que estaba "inmerso" en la redacción del libro cuando estalló la pandemia. "Estaba describiendo a gente que se toca, que se relaciona como nos hemos relacionado siempre, y de repente irrumpe un tiempo en el que tenemos que llevar mascarilla y no nos podemos saludar más que en la distancia", recuerda. "No sabía qué hacer, en un principio pensé en incorporarlo, pero desistí. Andamos demasiado metidos en esto para tener perspectiva, y la perspectiva es crucial para escribir una novela. Así que decidí contar lo que iba a contar, sin variaciones", apunta el autor, que se define como "sociable, yo necesito quedar con la gente" y cree que "saldremos de ésta: el ser humano tiene que abrazarse, juntarse. Soy optimista en ver la luz al final del túnel, pero no, digamos, en los plazos: nos queda un tiempecillo jodido, esa es la verdad".

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