"Los sevillanos somos muy teatreros, y así es mi música: muy melodramática"
Juamba d'Estroso | Músico
LõBISON regresa con 'De lo que no se habla no se olvida', en el que su autor se enfrenta a sus miedos
"Mis discos plasman los grandes dolores del alma, que se curan con amor", asegura
La serena madurez de Sandra Ortega
"Solo desde la emoción se pueden generar nuevos públicos"
Aunque en diez años haya llegado a sacar un álbum con Falso Cabaret y cinco con LõBISON, nunca fue Juamba d’Estroso un cantante y compositor de línea de montaje, sino un iconoclasta ecléctico, un poeta de delirante verso que fue transitando por los discos que grababa, evolucionando a través de ellos, hasta convertirse en un nihilista atrapado en su propio mundo, del que a veces asoma para mostrarnos sus últimas canciones con todo su poder, estirándolas hasta sus límites, a veces entre susurros, a veces entre rugidos. Y como en este verano hemos conocido las ocho que completan su última obra, De lo que no se habla no se olvida, hablamos con él para conocer las claves de un disco repleto de extrañeza, confusión… fascinación.
-En la canción No me quiero morir aparece la doctora que usted afirmaba que era su morfina. ¿Es este quinto disco una continuación de aquel Solo de 2016 en que la conocimos?
-Es que mis discos plasman los grandes dolores del alma, que se curan con amor, y ella es la representación. Cuando duele el alma uno busca esa medicina que representa la doctora, la morfina. Y de eso viene hablando también este disco: de la impotencia del dolor, de la vida, de no adaptarse…
-Una línea argumental que también siguió en su disco La industria de los sentidos, que mostraba a un rabioso poeta que, a su vez, ascendía de las cenizas del enfermo de Solo, al que casi solamente lo motivaba el amor por la doctora que aliviaba sus dolores. ¿No es redundante la insistencia en este nuevo disco?
-Lo bueno que tiene ser minoritario es que siempre hay gente que te descubre y le pareces novedoso. Este disco habla mucho del fracaso, de la frustración, pero también de reírse mucho de eso; algo como lo que hacía también Silvio. Al final vas viendo el campo de batalla y dices: las armas que tengo son muy buenas. La música es una opción. Y aunque la mía no tenga mucha salida, es la que me sirve para retratar personajes, en fotos del revés, en ráfagas de blanco y negro, y para transmitir emociones a través de ella.
-Sin embargo, usted me dijo una vez que no tenía emociones y se había convertido en un ser tóxico, alguien que tenía a su peor enemigo en su interior. ¿Tiene muchas similitudes con usted el personaje enfermo detrás de esas canciones, con tanta desnudez y crudeza, o sale solo de su imaginación?
-Por un lado, está dentro de mí, pero también intento reflejar lo que veo, que creo que nos pasa a todos. Vivimos en una sociedad que está muy lejos de nuestra autenticidad, totalmente lejana a ella; vivimos dentro de manadas, de grupos sociales; intentamos ser aceptados en grupos sociales, pero lo que estamos haciendo es huir de nuestra autenticidad. Eso está dentro de mí, pero también es empatía con los demás, de la que me retroalimento. Parece que está dentro de nuestro ADN, del entorno en el que hemos vivido, de nuestra historia, pero siempre hemos estado exiliando a la gente. Exiliamos a personas cuando el ser humano es una de las grandes creaciones del universo, y lo hacemos porque para nosotros resulta fácil expulsar a los que creemos que son raros, inadaptados; a los que no se acoplan al grupo social; exiliamos lo más importante de nosotros que es nuestra autenticidad.
-Siendo así, ¿por qué en el título de su disco anterior se definía usted como Enemigo de lo auténtico?
-Porque somos enemigos de lo autentico, es así. La sociedad nos vende la autenticidad; tenemos que comprar lo que la sociedad nos crea, porque eso es lo auténtico. Y yo lo que busco a lo largo de la vida, aunque unos la tenemos más escondida que otros, es precisamente la autenticidad real. Lo que pasa es que tenemos muchas trampas; viene el genio de los tres deseos a engañarnos: pídeme esto, que es lo auténtico.
-Tres buenos deseos serían ética, moral y conciencia. Para aplicarlas tanto en las canciones como en la vida real. ¿En su caso son las canciones un informe del clima emocional del que las canta?
-Es como ir siempre contra uno mismo. Esa es la mejor forma de quitarte todas las capas de cebolla, quitarte de encima a esos genios de los tres deseos. Creo que eso de ir contra nosotros mismos es muy de Sevilla; vamos siempre contra nosotros, pero no lo asumimos. Parece un acto de debilidad, pero es todo lo contrario, es un acto de fortalecimiento: ir contra ti mismo es luchar contra tus miedos, tus vicios, no caer en lo fácil; porque nos gusta caer en lo fácil; en lo fácil se vive muy bien. Hasta que le ves los cuernos al toro.
"Lo bueno que tiene ser minoritario es que siempre hay gente que te descubre. Este disco se ríe del fracaso"
-Usted escribió uno de los versos que más me gustan de todo el rock sevillano: Lo peor de no tenerte es disimular que todo marcha bien. Pero, irónicamente, algo de trasfondo tan amargo aparecía en una canción que se llamaba Mi gran día, la que abría el primer disco de LõBISON, Perro amor. Parecía que iba a usar usted la ironía como defensa, pero eso no ha ocurrido en los siguientes discos.
-Eso de reírnos de nosotros mismos es muy sevillano, ya se lo dije antes; muy de Triana, que es donde yo me he criado. Pero también los sevillanos somos muy dramáticos, muy teatreros y así es mi música: muy melodramática. Pero sí que a la vez ha tenido esa mezcla de reírme de mí mismo. En este último disco, por ejemplo, está la canción Imposible soy, en la que intento expresar que ni me aguanto ni me aguantan. ¿Cómo podemos vivir si ni nos aguantamos ni nos aguantan?, pues con arrogancia. Porque, como dice la canción, vives como podrido por dentro, tienes muchas mixturas que acaban en un contenedor; pero tiene su punto cómico: así evoluciono, porque imposible soy.
-Entre la explosión de ruido controlado que era su música cuando la interpretaba el grupo LõBISON completo y la mezcla de pasión y ácido con la que usted en solitario las convierte en poesía tan poderosa como sórdida, hay mucha diferencia.
-El disco de Falso Cabaret era de mucha frescura, se grabó en las primeras tomas. Mientras que Perro amor y Solo, los dos primeros de LõBISON, fueron discos en los que duraron mucho las grabaciones; busqué un contenido orquestal, muy perfeccionista. Pero yo quería volver a la frescura y en La Industria de los sentidos siete de las diez canciones se grabaron en directo en el estudio. Fue la primera vez que grabé un disco prácticamente en directo y no por tomas. Después, en Enemigo de lo auténtico grabé todas las guitarras y la voz en directo, añadiendo más tarde las capas de bajo y batería. Cuando grabé este De lo que no se habla no se olvida, quería volver al concepto de Falso Cabaret y hacerlo en las primeras tomas y se grabó en dos tardes, con frescura, que es algo que está volviendo de nuevo, de hecho.
-Que grabase Enemigo de lo auténtico con ese sonido low-fi es lógico, porque usted permanecía recluido en casa durante la pandemia, solo con su guitarra y su voz. Pero, ¿por qué ha vuelto usted a este sonido desnudo?
-Soy una persona llena de inseguridades, como buen autodidacta. A nivel musical soy un acomplejado, lo reconozco. Y como con este disco actual no voy a dar conciertos no quería comprometer a nadie en la grabación y empecé a ensayar los temas en el estudio. En la primera canción, Show show fantasma, me puse también con el bajo y la batería y vi que quedaba bien; a partir de ahí se me quitaron todos esos miedos que llevaba, por lo que decidí meter todos los instrumentos yo solo. Al final, tras una llamada para otro asunto de Jaime Neria -batería de LõBISON- le enseñé lo que había hecho y quiso participar, por lo que toca la batería en seis canciones. Pero en Show show fantasma la toco yo y fue un single que tuvo muy buena acogida y a la gente le gustó la batería. Es muy triste decirlo, pero ya de mayor me estoy quitando estos miedos, algo que incluso me ha llevado a recuperar alguna canción antigua de la que no tenía confianza en su letra. Lo bueno que tiene este proyecto es que me ayuda a no tener miedo a sacar las cosas sin complejos, y no me importa que la gente diga que soy un cortavenas, un triste; y si las letras son sórdidas me da igual, y si soy políticamente incorrecto, pues también me da igual.
-Lo que sí continúa siendo igual en sus discos es el sonido sucio que a usted tanto le gusta.
-Este disco sigue siendo igual de sucio que los otros, lo que ocurre es que creo que es más ecléctico. Este no está grabado en directo, quizás por eso no se ve tan crudo, y hay temas que a pesar de ser pantanosos tienen su punto limpio. Pero el enfoque es igual de sucio, sí.
-¿Cómo va el disco, por cierto?
-Muy bien. Y no solo hablo de las críticas, sino de las ventas; estoy vendiendo muchísimos discos. Sigue la estela del anterior en cuanto a critica, pero este va mucho mejor en ventas; para mi está siendo una gran alegría también en lo tangible. Estoy vendiendo cinco o seis discos al día, y luego la gente me pide los discos anteriores.
-Nunca le he preguntado por qué su proyecto personal se llama LõBISON, que es una especie de hombre lobo. ¿Escribe usted mejor estas canciones que transmiten privación y pobreza de ánimo, depresión, en las sombras de las noches de luna llena?
-Antes escribía más, pero ya ni recojo en papel las ideas buenas; ahora he cogido la rutina de crearme una agenda en el móvil y me grabo la voz, por lo que escribo poquísimo; aunque sé que escribir es una forma de liberarse. LõBISON salió por una canción de Falso Cabaret. Antes de ese nombre teníamos otro que era Hotel, pero fuimos a ver a Lisabö en la Politécnica, allá por 2005, y entre los discos de su sello que vendían fuera estaba el de un grupo que tenía una canción que se llamaba Hotel y decidimos cambiar el nombre. Estuvimos entre Falso Cabaret y LõBISON y salió el primero por mayoría. Luego adopté el segundo para el siguiente proyecto.
"No me importa que la gente diga que soy un cortavenas, un triste; y si las letras son sórdidas me da igual"
-Su música no es fácil. ¿Quiénes son sus referentes? Sé que anduvo de gira con Rafael Berrio; yo estuve en sus conciertos de Sevilla.
-A lo largo de la vida te va influenciando mucha gente. Dio la casualidad de que conocí a Rafa como musico primero y después fuimos amigos. Nos pusimos en contacto y le entusiasmó mi propuesta, más asalvajada y punky que la suya, pero nos acoplamos muy bien. Todos tenemos en la vida la suerte de encontrarnos con buenas cosas y eso hay que aprovecharlo y vivirlo. Con él se unieron dos de esas cosas, la devoción que yo le tenía y la amistad; tuve grandes momentos con él y se quedaron muchas cosas por hacer entre él y yo. He tenido muchas influencias y muy diversas; por ejemplo, la tienda de discos Burial para mí ha sido otro elemento importantísimo en mi vida. De pronto tenías todos los discos de la tienda para escuchar. Yo ya era una persona ecléctica, porque considero que los buenos melómanos somos eclécticos, pero esa tienda era el paraíso del eclecticismo. A nivel de vida me han influido las amistades, las relaciones laborales, el entorno. Tenemos la suerte de que Sevilla es una ciudad en la que se vive en la calle y eso es bueno para los que estamos siempre mirándonos para dentro, pensando en por qué las cosas no funcionan; porque yo soy de los que piensan que el mundo está mal porque nuestros adentros están mal; en el momento en que todos arreglemos lo que tenemos dentro, el mundo va a funcionar de maravilla. Y tenemos la suerte de vivir en una ciudad en la que continuamente nos estamos poniendo máscaras, nos tenemos que relacionar con gente que nos cae bien, con gente que nos cae mal, con gente que piensa de forma diferente a nosotros, y nos vamos adaptando; tenemos la empatía suficiente como para llevarnos bien con todo el mundo. Esta ciudad hace al músico diferente al de otras ciudades, porque la calle te influye como persona.
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