Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Subir el coche a pulso | Crítica
'Subir el coche a pulso'. José Carlos Naranjo. Galería Birimbao (Alcázares, 5), Sevilla. Hasta el 27 de octubre
Hay un largo recorrido en la pintura de paisaje desde la búsqueda romántica de grandiosos enclaves naturales (abismos de los Alpes en Turner, soledades de la isla de Rügen en Friedrich) hasta los raquíticos huertos que recogen Maximilien Luce o Paul Signac junto a barrios obreros o zonas industriales. El paisaje, tras la naturaleza idealizada por Corot y las elegantes atmósferas impresionistas, debe abrir los ojos a una nueva forma de vida, la urbana, que se ha alejado de la naturaleza. El recurso al parque (Klimt,Rusiñol) o al jardín (Monet, Caillebotte) no hacen sino levantar acta de esta separación o, mejor, de esta ausencia.
Pero la naturaleza sigue estando ahí y sale al paso de quienes estén dispuestos a reconocerla. Creo que este es el caso del gaditano José Carlos Naranjo (Villamartín, 1983): la encuentra en las cañas, juncias y otras hierbas que crecen a su antojo, según las épocas del año, en las proximidades del Regent's Canal en Londres.
Ranciére ha acuñado la noción de régimen artístico. Es el modo en el que cada época une entre sí las diferentes prácticas artísticas, la manera en que esas prácticas se hacen visibles y pueden relacionarse con otros modos de hacer. El régimen artístico de la época moderna se caracteriza por la indiferencia y la –perdón por la palabra– poeticidad. Indiferencia quiere decir que cualquier tema o asunto puede ser materia del arte. Las grande pasiones no son sólo atributo de reinas o diosas: también puede protagonizarlas una mujer de la pequeña burguesía provinciana, mientras un muro lleno de carteles puede convertirse en paisaje urbano. Esta ampliación del dominio de la mirada artística no tiene otro límite que el tratamiento poético. El arte moderno intenta así sacar a la luz o dar vida a la poesía que dormita bajo la prosa de cada día.
De diversos modos se han reiterado estas ideas por críticos y artistas. Baudelaire dijo que lo maravilloso está entre nosotros, en las calles más vulgares de la ciudad; Picasso acuñó la frase, hoy convertida en tópico, "yo no busco, yo encuentro"; y Duchamp pensaba que el gesto del artista convertía al objeto en obra de arte.
Estas convicciones laten en las obras de Naranjo. En los cotidianos desplazamientos en bicicleta de su casa al estudio ha tropezado con una naturaleza viva, por deslucida que parezca, y a partir de esa mirada al paso ha ido construyendo su peculiar paisajística.
Estas transformaciones del régimen artístico entrañan cambios en la percepción o por seguir los términos de Rancière, una nueva distribución de lo sensible. Esos cambios perceptivos aparecen ya en la misma actitud de quien mira. Los inventores de la perspectiva cultivaron y promovieron una disposición contemplativa: la mirada frontal, capaz de apuntar al infinito, hacía de cada ser humano un centro del universo que buscaba ordenarlo. Los románticos prefirieron la visión excéntrica, la del viajero que antepone el valor de lo extraordinario e incluso caótico a la serenidad del orden. El romántico es un buscador que, como Goethe, juega con las arenas del Lido en Venecia y se atreve a desafiar las iras del Vesubio en Nápoles. El artista moderno ni ordena ni explora, simplemente pasea. Más que contemplar o buscar, se deja sorprender por los rasgos de la ciudad, por lo inesperado, sea la coincidencia, fijada por Kirchner, de menestrales y lujosas cocottes en las calles de Berlín o la indignación del buen burgués sorprendido como voyeur por Cartier Bresson.
Es importante añadir que esta actitud moderna está cruzada por lo que algunos llamarían azar. Naranjo lo sugiere al titular la muestra Subir el coche a pulso. Alude a un mal aparcamiento tras una noche demasiado animada: el coche se le queda con dos ruedas en la carretera y las otras dos al filo del canal. Transeúntes madrugadores ven lo que ocurre y deciden coger a pulso el coche y ponerlo en buen camino. Algo inesperado, imprevisible que ocurre de pronto, tan de repente como puede presentarse el tema de un cuadro. Queda una pregunta: la solidaridad de los viandantes o el hallazgo afortunado del artista, ¿son productos de azar o más bien resultado de una afinidad entre los seres humanos y un entrañamiento del artista en las cosas?
Hay otra mutación perceptiva moderna, fundamental en la obra de Naranjo: la fotografía. Baudelaire todavía la consideraba una rival advenediza de la pintura, pero para nosotros, siglo y medio después, la fotografía es maestra y molde de la mirada. Naranjo sigue los pasos del negativo fotográfico para dar prestancia a la imágenes intempestivas de las hierbas del canal y recoge de la fotografía además el recorte, el fragmento que él convierte con acierto en collage. La obra de José Carlos Naranjo, al menos por lo que revela esta muestra, es un apretado compendio de la modernidad artística.
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