José Antonio Lucero: "Uno de los problemas de la República fue que los cambios que querían proponer no llegaban igual a la ciudad y al campo"

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El profesor y novelista gaditano José Antonio Lucero acaba de publicar La maestra (Ediciones B), novela que relata los procesos de depuración que padecieron los profesores afines a la Segunda República

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El profesor y novelista José Antonio Lucero
El profesor y novelista José Antonio Lucero / DS

Presiones sociales, limitar el ejercicio de su profesión, penas de cárcel. Son algunas de las situaciones en las que se encontró buena parte del cuerpo docente –un tercio- en los meses previos a la guerra del 36. La causa de estas condenas iba de la sospecha de la filiación izquierdista hasta comentarios en clase que fuesen contrarios a los principios de lo que se denominaría el Movimiento Nacional. Es este uno de los ejes narrativos de La maestra, la última novela del historiador José Antonio Lucero (Rota, 1988), autor de La vida en un minuto o La madrina de guerra, entre otras publicaciones. Lucero –perdón por el recurso fácil- nos alumbra en esos años de oscuridad: aquellas semanas cercanas al alzamiento del 18 de julio. En La maestra, además, su autor recrea a personajes como el médico Antonio Vallejo-Nájera o el militar Gonzalo Queipo de Llano. Conversamos sobre un periodo de nuestra historia, sobre sus protagonistas –en una ficción con dosis, sustanciosas dosis, de realidad histórica-.

-La maestra relata el proceso de depuración que padeció el cuerpo docente en la Guerra Civil. Es una obra de ficción, pero inspirada en casos reales. Cuénteme sobre este episodio de nuestra historia.

-Fueron cientos de miles los docentes que pasaron por un proceso de depuración en la Segunda República. Sin embargo hubo docentes que, a pesar de que los apartaron de su plaza, siguieron manteniendo su vocación docente. Se conoce poco acerca de cómo vivieron el franquismo estos docentes depurados. Precisamente, lo que he querido relatar en la novela es cómo los profesores apartados se buscaron la vida durante los años de la dictadura. Pero sin perder su vocación. Jamás.

-¿Algunos de estos profesores terminaron en la cárcel, no?

-Así es. En estos procesos de depuración se realizaba un análisis exhaustivo de la práctica docente, o de las afiliaciones políticas. En aquellos años era muy habitual que los profesores estuviesen afiliados a los partidos, que participasen de la política, pues esta se entendía como un medio de transformación, al igual que la escuela. Muchos docentes eran activistas. Esta fue una de las grandes manchas –entiéndase la palabra mancha- que el franquismo intentó extirpar de la sociedad española. Entre las cuestiones subversivas, a juicio del régimen, estaba el promover la educación laica o la educación igualitaria. Muchos profesores, por defender estas ideas, acabaron en cárceles. O asesinados.

-Otro asunto central de la trama: los hijos de los profesores ejecutados. Muchos fueron dados en adopción a familias afines al régimen.

-Sí. Aquí aparece un personaje, que es el doctor Antonio Vallejo-Nájera, quien intentó llevar a cabo unos experimentos en la cárcel de Málaga. Un hecho documentado. Yo lo retrato en la novela tal como lo cuentan los estudios que quedan o que hay al respecto sobre esos experimentos que se llevaron a cabo. Esos experimentos tenían un objetivo: extirpar lo que el psiquiatra llamaba el gen rojo de la sociedad española. Esta, por otra parte, fue la excusa para considerar que a muchos niños había que apartarlos de sus familias, acusadas de activismo político. Esos hijos fueron dados a familias que, digamos, pudiesen librar a los niños de ese mal rojo, de ese gen rojo, de sus padres. Estos experimentos justificaron todas estas adopciones irregulares y robos de bebés que ocurrieron en las cárceles franquistas. Algo que naturalmente no está bien documentado, pero que está ahí, porque son historias que se mantienen de una generación a otra.

Los problemas más graves de la educación son la falta de recursos del profesorado y de los centros educativos. También la ratio, que debería ser menor

-Ha mencionado un nombre relevante en esta historia –y en nuestra historia-: el doctor Antonio Vallejo-Nájera. ¿Quién fue y cuál fue su cometido en los primeros años de la dictadura?

-Antonio Vallejo-Nájera fue un médico psiquiatra muy eminente del régimen franquista, de ese primer franquismo. Él era muy afín a la ideología conservadora, y en sus estudios –por ejemplo, La eugenesia de la raza- justificaba que la raza española debía ser pura. Sin elementos izquierdistas. Esos experimentos que Vallejo-Nájera hizo en las cárceles o en los campos de concentración iban en consonancia con esa limpieza étnica que quería llevar a cabo en la población española.

-En La maestra cuenta el decreto-ley por el que la dictadura entiende prescritos los delitos cometidos antes de la guerra. ¿Por qué cree que Franco toma esa decisión? ¿Qué supuso este decreto-ley para esos profesores apartados de su profesión?

-Es un decreto-ley que llega muy tarde, en 1969. La novela se desarrolla en dos tiempos: primero la Guerra Civil –o los últimos años de la Segunda República- y después los años setenta. Ese indulto, según leo, llega con un intento del régimen por abrirse al exterior. Es un intento de lavarse la cara desde el punto de vista exterior, cuando el franquismo era una rara avis en Europa. Ese indulto del año 69 dio lugar a historias curiosas: la de los topos que salieron de sus casas. Recuerdo ahora la película La trinchera infinita, buenísima. Y también dio lugar a que muchos docentes que todavía no habían recuperado su plaza de magisterio pudiesen acudir reclamarla. Y se les concediera. De hecho, en esta historia hay una sevillana: Ángeles García Palacios.

-Escribe en un diálogo: “Aquellas que seáis destinadas a las escuelas rurales tenéis que saber que a veces sentiréis cierto recelo por parte de los vecinos. Recelo por ser mujer, por vestir como vestís vosotras, chicas de ciudad; recelos por tener estudios y, en definitiva, por saber y conocer, cosa que hasta ahora las gentes de la España rural asumen como algo para los hombres”. ¿Tanta era la diferencia, digamos, cultural, entre la ciudad y el pueblo, en aquella década de los años treinta?

-Sí, la había, y mucha. Hubo una gran diferencia entre la España urbana, burguesa, de ciudad, y la España rural. En lo rural había un peso importante –se retrata en la novela- de la Iglesia, del cacique, del terrateniente. La Guerra Civil, al menos desde mis estudios, es una guerra que ocurre sobre todo en el campo. Es una guerra muy rural. Una guerra que está provocada por las revoluciones campesinas y anarquistas. Es una guerra de terratenientes contra jornaleros. Me interesaba contar en mi novela cómo afectan al campo los cambios que hace la República desde las ciudades. Uno de los problemas de la República fue que los cambios que querían proponer no llegaban igual a la ciudad y al campo. Porque el campo va a otro ritmo.

Hubo una gran diferencia entre la España urbana, burguesa, de ciudad, y la España rural. En lo rural había un peso importante –se retrata en la novela- de la Iglesia, del cacique, del terrateniente. La Guerra Civil, al menos desde mis estudios, es una guerra que ocurre sobre todo en el campo. Es una guerra muy rural

-Por cierto, el curso siguió en septiembre de 1936. ¿La educación no se detuvo durante la guerra?

-Se detuvo de manera muy irregular. Hay que entender que la guerra no llega a todos los lugares a la vez. La guerra estalla en el verano del 36, afecta a varios lugares, y luego hay un frente de guerra que se va moviendo en función de los movimientos militares. El resto del territorio es un territorio de retaguardia en donde la vida sigue, en mayor o menor medida. El curso por tanto sigue también. Donde no había guerra se hizo la vida lo más normal posible.

-En la novela afirma que, en la tarde del alzamiento, los vivas a la República por parte de Queipo de Llano fueron tramposos. Sin embargo, hay quien considera que esos vivas fueron honestos; es decir, que el general se sublevó contra el Gobierno de la República, pero no contra el sistema.

-La intención de Queipo de Llano no la conocemos a ciencia cierta. No podemos preguntarle ahora, claro. Por lo que he leído, por ejemplo, en la novela La huella borrada, de Antonio Fuentes, se dice que Queipo lanza esos vivas a la República con el propósito de que la gente no se situase en contra. Es cierto que cuando la sublevación ocurre, sobre todo en esas primeras semanas, nadie sabe nada en realidad.

-Lali, protagonista de La maestra, nos va descubriendo sus técnicas, o trucos pedagógicos, para que una clase funcione y los alumnos prosperen. ¿Cuáles son los suyos?

-Bueno, pues se parecen mucho a los de Lali. He sido un profesor que siempre he intentado en mis clases aplicar múltiples estrategias educativas. Por ejemplo, con el uso de recursos digitales. Aunque la experiencia te dice que las claves son mucho más sencillas: hay que llegar a la emoción de los alumnos, respetar el legado que otros maestros nos han dejado, es decir, el conocimiento, y poner en valor estrategias que pongan a los alumnos a pensar, a experimentar, a reflexionar. Todos estos métodos pedagógicos, por cierto, ya estaban presentes en la Segunda República. Esto me ha sorprendido a la hora de documentarme para la novela.

-¿Cuáles son los problemas más graves de la educación, hoy día?

-Es difícil de responder. Pero diría la falta de recursos del profesorado y de los centros educativos. También la ratio, que debería ser menor. Pero nada de esto se solventa, y eso quizá sea lo más grave, porque no hay un pacto de educación. 

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