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Jorge Cuadrelli, creador de Viento Sur Teatro, repasa su vida en 'Mi patria son las palabras', una emocionante autobiografía que es también el retrato de una generación que quiso cambiar el mundo

Jorge Cuadrelli, con Maite Lozano, su compañera en la vida y en Viento Sur Teatro.

En sus memorias, Mi patria son las palabras, que publica la editorial Samarcanda, Jorge Cuadrelli cuenta con motivo de un accidente de coche que tuvo en un viaje entre Zúrich y Estocolmo que entonces conducía sin carné, y que lo hizo hasta los 46 años, y ve en ese detalle un símbolo de su aventurada biografía. "Siempre he vivido como si tuviese permiso", anota en el libro, y suscribe esa impresión en persona: "El otro día estuve hablando con una alumna de esto. Ella me preguntaba si debía presentarse a una prueba, porque no sabía qué resultado conseguiría, y yo le decía que no hay garantías de nada, y menos en este tiempo, y que no se puede tener miedo ni pedir permiso. A esa alumna le decía: te estás perdiendo lo mejor, que es ir con tu verdad", asegura el director, intérprete y dramaturgo. "A lo largo de su existencia, el hombre tiene que tomar muchas decisiones. Si uno se detiene a pedir permiso, se le escapa la mitad de la película", opina este argentino instalado en Sevilla, donde gestiona junto a su inseparable Maite Lozano el proyecto de Viento Sur Teatro. "Esa libertad ha sido mi filosofía, la que ha facilitado mi felicidad y, en consecuencia, ha facilitado también la felicidad de mucha otra gente. Es verdad que a veces no me han comprendido, pero digamos que ese ha sido un precio que he tenido que pagar en esta batalla".

Una historia que comenzó en Concordia, en la provincia de Entre Ríos, donde Cuadrelli nació en 1950, y en la que su protagonista vivió gracias a su arrojo episodios fascinantes, como la creación de Comuna Baires, una forma de vida más que una compañía de teatro alternativo, que se exiliaría en Italia y triunfaría en los festivales europeos, o el levantamiento de Willaldea, un pueblo que fundó en Argentina en los años 80 un grupo de soñadores que creía que aún era posible la utopía.

"Antes se tenían las ideas y se llevaban a cabo, simplemente", defiende el creador, que pone como ejemplo una anécdota de su juventud. "Yo, como todos, me hacía esas preguntas de qué voy a hacer con mi vida, y en ese tiempo tenía un sueño: dedicarme a la fotografía. Compré con un amigo las máquinas y nos pusimos a ello, con la mala suerte de que, en el primer trabajo que nos encargaron, un concurso de cantantes, los tres rollos que hicimos salieron mal. Teníamos que entregar las fotos a la semana siguiente, pero no nos vinimos abajo. Reunimos a esos cantantes de nuevo y salvamos los muebles. Y desde entonces sé que cada desastre puede ser una oportunidad para el aprendizaje", valora Cuadrelli, que en su libro rememora un capítulo de infancia que puede ser ilustrativo de su carácter: cuando él, un niño de apenas tres años, se cayó de un caballo que le habían regalado y "mi padre me subió nuevamente, enseguida, para que no tuviese miedo".

Cuadrelli, en 'Tiempo de burlas y entremeses'.

Ese chaval también comprendería pronto que la vida estaba ligada a la política: su madre, "por desacuerdo ideológico", había cubierto con papel de envolver "los honorables retratos de Perón y Evita que presidían el libro de lectura", lo que provocó el escándalo de la maestra y la directora de la escuela primaria y la expulsión del niño de ese centro. "No me imaginaba que la política iba a ser una parte importante en mi vida", escribe Cuadrelli en Mi patria son las palabras, pero este hombre de la escena fue comprendiendo que no podía desentenderse de los otros. "He intentado construir un trocito de este mundo convencido de que cada ser humano tiene que asumir esa responsabilidad y hacerse cargo de los que le están cerca, sean ellos familiares, amigos o necesitados", afirma en el libro. "Junto a aquella historia de la fotografía", añade en persona, "yo tenía otro sueño, que era crear un pueblo. Pero un pueblo distinto, que empezaría por un cine y no por una iglesia, como es habitual. Y de algún modo he podido crear ese pueblo, que se llama Viento Sur, con una escuela y casi 300 alumnos". Entre los profesionales destacados que se formaron con él están los actores José Luis García Pérez y Álex O’Dogherty, que hace unos días, cuando el autor presentó su libro, participaron en un vídeo homenaje a su mentor.

Aunque Cuadrelli rechaza estar escribiendo "la historia con mayúscula", en su viaje asoman un buen puñado de elementos que definieron a su generación: la devoción por el Che Guevara, el interés por el psicoanálisis, la fascinación por la nouvelle vague, la simpatía por la Teología de la Liberación... O el dolor del exilio, cuando los de la Comuna, a su regreso de haber triunfado con su espectáculo Water-Closet en el Festival de Nancy, fueron "gentilmente invitados por la dictadura argentina a abandonar el país", como recordaba Cuadrelli hace unos años en una entrevista con este periódico. Vivencias a las que el narrador regresa en sus memorias sin intención de subrayar el dramatismo o la dificultad de algunos pasajes, sino de celebrar la vida. "No he venido a soltar mis penas", avisa al principio de la obra.

"Ya no estoy en la Comuna, ahora somos una sociedad limitada, pero la esencia es igual y aún creo en lo mismo"

Mi patria son las palabras es ante todo un canto de amor al teatro, "esa ficción que, a veces, se parece más a la verdad que la verdad", un mundo al que Cuadrelli accede en la escuela, cuando convence al padre Francisco de sus aptitudes como actor en una versión del Martín Fierro. Una vocación que ha querido ligar siempre a su entorno, como un diálogo con su sociedad, y ha visto como expresión de lo humano –"tu trabajo debe estar en la misma dimensión que la vida, desconfiad de los que son sólo artistas"– y que abrazó con tal intensidad que le ha dejado secuelas físicas: una "fibrosis quística, silicosis" que dio la cara después de construir "dieciocho espacios escénicos, en diferentes lugares del mundo, dos aldeas, muchas casas reformadas, muchas escenografías (...) y nunca usé ningún tipo de protección, ni mascarillas, ni guantes casi nunca", por lo que hoy, cuenta, tiene los "pulmones acartonados".

Con su hija Rocío en el proyecto de Willaldea, en 1988.

Cuadrelli no se siente lejos del jovencito que quería cambiar el mundo con la Comuna Baires. "Creíamos profundamente en todo eso", evoca. "Y en cierto modo lo sigo creyendo. Con Viento Sur me he disfrazado de sociedad limitada para poder seguir siendo una comuna. Me he camuflado, tengo una asociación cultural, pagamos cuotas de autónomos... todo eso para permitirnos la misma filosofía. No es la apariencia lo que importa, sino la esencia", dice sobre un teatro escuela que ha promovido producciones de entremeses de Cervantes, Don Juan Tenorio, El avaro de Molière o Woyzeck, de Georg Büchner y está detrás de propuestas como el Corral de Comedias. "Por mucho que diga que he vivido sin permiso, no he ido a lo loco. Siempre había un fundamento filosófico, moral, que está detrás de este proyecto de Viento Sur", hace balance Cuadrelli.

El autor reconoce que algún amigo le ha señalado que en su escritura "no hablo bastante de lo que siento", y él admite que "no es fácil desnudarse públicamente, quiero decir, es fácil quitarse lo superficial, la ropa, pero el alma, eso es un viaje a ninguna parte". Pese a esto, Mi patria son las palabras posee momentos de verdadera emoción, como cuando Cuadrelli recuerda a su madre, que murió tras dar a luz a su tercer hijo, o relata su historia de amor con Maite Lozano, que le trajo la estabilidad aunque él advirtiese a la que terminaría siendo su compañera durante casi cuatro décadas, desde entonces hasta el presente, que "no era un buen negocio meterse conmigo, yo ya había completado el cupo de fracasos sentimentales".

Una fotografía tomada en Caprezzo, Italia, en 1992, de Cuadrelli con sus hijos. Nahuel, el último, está en la barriga de Maite.

Las memorias de Cuadrelli contienen también la historia de un emigrante al que pese a la distancia le "duele" su país de origen, una reflexión sobre cómo revivimos la peripecia de Ulises. El protagonista encontró su "lugar en el mundo" en Sevilla, antes en la sala El Cachorro y después en la actual sede de Viento Sur, que abrió sus puertas en 2013. Y eso que al principio el argentino no entendía el carácter local. "Algunas cosas me chocaban: la impuntualidad, la falta de disciplina", apunta en el libro. Pero Cuadrelli ha acabado siendo, dice, "más andaluz que los andaluces. Mírame hoy: cuando oigo las noticias en la radio, ese acento de Salamanca con el que hablan los locutores me da coraje", bromea.

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