Las formas de la noche

Basilisco | Crítica

Jon Bilbao, uno de los mayores cuentistas del español actual, alcanza una de sus cimas con un libro que fluctúa entre la sucesión de relatos, la novela y la confesión autobiográfica

Las formas de la noche
El escritor y traductor Jon Bilbao (Ribadesella, Asturias, 1972).
Luis Manuel Ruiz

10 de mayo 2020 - 06:00

La ficha

'Basilisco'. Jon Bilbao. Impedimenta, 2020. 320 páginas. 22 euros

Aunque ha abordado otros géneros considerados mayores como la novela (incluso la juvenil) y sigue ejerciendo como traductor literario, Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) es considerado sobre todo un cuentista de fuste. Títulos de sobra avalan el dictamen: desde Como una historia de terror (Premio Ojo Crítico 2008), pasando por Bajo el influjo del cometa (2010) y Física familiar (2014), todos en la extinta y llorada Salto de Página, hasta, ya en Impedimenta, Estrómboli (2017), y, ahora, este Basilisco.

Antes, en El silencio y los crujidos (2018) o Shakespeare y la ballena blanca (2013), Bilbao ha intentado también una hibridación de formatos que, luchando contra las fronteras del cuento, lo abre a perspectivas que más parecen pertenecer a la novela corta, la autobiografía y el ensayo, y que parece obedecer a la propia mecánica, o metabolismo (observo que él prefiere los símiles biológicos) del concepto de relato que maneja. Algo similar sucede en este Basilisco, al que sólo aproximativamente puede concedérsele el estatuto de libro de cuentos: porque sus textos, superada la orilla que circunscribe el género, suelen rebosar e inundar compartimentos anejos que nos interrogan sobre los límites de esa etiqueta y la relación que guarda con lo que tiene alrededor.

Por ponerlo negro sobre blanco, Bilbao es uno de los mayores cuentistas del español actual, si no uno de sus mayores escritores en general. El hecho de que no goce de más amplio predicamento en las cabeceras se debe quizá al tipo de ficción que practica: una que a menudo (ya desde su novela inicial, El hermano de las moscas, de 2008) se ha movido entre las aguas turbias de la fantasía, el terror, la ciencia ficción incluso, y que le han condenado a la ceja torcida de los críticos, según suele ser de rigor en este tipo de ocasiones.

El universo de Bilbao es peculiar y reconocible a primera vista, algo a lo que contribuye poderosamente la concentración de su estilo: una prosa desnuda, muy anglosajona, escandida por estratégicos puntos y aparte, que pretende engañosamente retratar una realidad objetiva en la que el narrador cree no estar involucrado, ante la que él querría limitarse a servir de testigo o figurante sin líneas en el guión. El tema general de sus historias es la desazón, y aquí me parece percibir dos variantes: una, la que enfrenta al hombre civilizado a las fuerzas desatadas de la naturaleza, contra las que puede bastante menos de lo que su soberbia imagina (abundan en sus cuentos gentes extraviadas en páramos, excursionistas que las pasan canutas, maestras aisladas, incluso un padre a la deriva en el mar que pierde el flotador de su hija); y otra, tal vez reverso o prolongación de la anterior, la que opone al hombre cuerdo a los miedos sobre los que su presunta normalidad se asienta, los recuerdos soterrados, el pasado rodeado de zanjas, el orbe de pesadillas que se abre más allá de la cotidianeidad de la oficina y el comedor familiar.

De todo esto hay, naturalmente, mucho y bueno en Basilisco, quizá uno de sus títulos más originales hasta la fecha. Por defecto diremos que se trata de su enésimo libro de cuentos (lo que ya es bastante), pero también algo más: que explora ciertos senderos suplementarios insinuados en alguno de sus textos anteriores.

Portada de la edición de Impedimenta.
Portada de la edición de Impedimenta.

El resultado, como he apuntado más arriba, fluctúa entre la sucesión de relatos, la novela y la confesión autobiográfica. Sobre esto, volvemos a encontrar epígrafes protagonizados por un narrador en primera persona muy afín al propio autor, si no él mismo en ocasiones, que nos hace partícipes de sus dudas existenciales y artísticas mientras sobrelleva su vida de pareja junto a Katharina, también vieja conocida de los libros de Bilbao. Y, a la vez, asistimos en paralelo a una saga del Oeste americano, escenario que ya se insinuaba en otros títulos del asturiano pero que nunca había sido encarado de modo tan rotundo y directo: las aventuras de John Dunbar, pistolero californiano, en sus andanzas a través de los territorios de Arizona y Colorado, a sueldo de científicos locos que buscan fósiles, o enfrentado a un temible banda de forajidos que destroza los cadáveres de sus víctimas sin un motivo aparente.

Los dos decorados alternativos (la vida de clase media del escritor en Euskadi, el galope del vaquero por los desiertos rojos del Far West) van combinándose sin relación evidente hasta un punto, el cenital del libro, en que todo se hace obvio, como no podía ser de otro modo, a través del poder de la metáfora. Dejamos al lector solo frente a esa revelación maestra, donde Bilbao alcanza una de sus cimas como escritor y arquitecto de ficciones: unas páginas densas y certeras, ricas en imágenes, en que a través de una mise en abîme se trata de justificar el oficio de literato y cuanto él implica. Por todo ello, aunque no sólo, cabe recomendar Basilisco como el excelente producto que es: un nuevo paso adelante de un imprescindible de nuestras letras en el desbroce de su universo particular: aquel que el protagonista sin nombre del último de sus relatos emprende al adentrarse en la vieja cueva de su infancia, ignorante de los prodigios que le aguardan tras el barro, tras la noche, tras todas las formas de noche.

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