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Jojo Rabbit | Crítica
*** 'Jojo Rabbit'. Comedia dramática, Estados Unidos, 2019, 108 min. Dirección y guión: Taika Waititi. Fotografía: Mihai Malaimare Jr. Música: Michael Giacchino. Intérpretes: Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie, Taika Waititi, Sam Rockwell, Rebel Wilson, Stephen Merchant.
Hay una corriente de libros dedicados a lectores no sólo juveniles centrados en la crítica al nazismo. Su éxito más reciente es El niño con el pijama de rayas de John Boyne y la obra más representativa, la trilogía Out of Hitler de Judith Kerr (1923-2019), cuyos dos primeros libros, las estupendas Cuando Hitler robó el conejo rosa y En la batalla de Inglaterra, fueron traducidos al español.
Boyne –sobre cuya novela se hizo una película demasiado blanda– trataba del descubrimiento del horror desde sus entrañas por parte de un niño cuyo padre trabajaba en un campo de exterminio. Kerr, cuya familia, judía, tuvo que huir de Alemania cuando era niña, eligió su propio punto de vista: el de las víctimas en el mejor de los casos forzadas al exilio. La novelista neozelandesa Christine Leunens ha optado por lo primero en su muy interesante novela El cielo enjaulado el descubrimiento del horror por parte de un niño engañado por la propaganda y la parafernalia nazi.
El también neozelandés Taika Waititi ha convertido esta novela en una película tomándose libertades que la ajustan al universo de Hollywood en el que trabaja desde que la nominación al Oscar por su cortometraje Two Cars, One Night en 2004 le entreabrió las puertas de los grandes estudios que los premios en el Festival Sundance y en el de Berlín de Boy (2010) y el éxito de Lo que hacemos en las sombras le abrieron del todo en 2014. Thor: Ragnarok fue su consagración comercial en 2017 y su éxito le permitió abordar este proyecto en el que trabajaba desde hacía tiempo.
Todo menos tonto, Waititi ha convertido la novela en dos películas en una buscando el equilibrio entre disparate y emoción: en su primera parte es una sátira dotada de toda la agresividad y humor negro esperables de él; en la segunda adopta un tono más tierno. Así compensa la agresividad propia de su cine con lo esperable en una cara producción destinada al gran público. Y ha acertado, aunque ello rebaje grados a su película: ha gustado a la crítica, seducido a la taquilla y obtenido seis nominaciones a los Oscar.
La historia del niño fervientemente nazi, miembro de las Juventudes Hitlerianas que tiene al propio Hitler como amigo imaginario, pero ha de enfrentarse a la realidad del nazismo al descubrir que su madre tiene escondida en su casa a una judía, vale sobre todo por la acidez disparatada que Waititi, quien se reserva el papel de Hitler para desmadrarse a gusto, toma de Chaplin y Mel Brooks (todos recuerdan El gran dictador, pero tal vez no a los Hitler parodiados por este actor y director en el Springtime for Hitler de Los productores y su remake de Ser o no ser). Ello da a su primera parte, con la colaboración inestimable de un gran e igualmente paródico Sam Rockwell, un disparatado tono de caricatura. Pero el equilibrio entre este aire gamberro que juega con desenvoltura con los anacronismos –el terreno en el que Waititi se siente más seguro– y el drama no está logrado. Porque lo más hiriente de la película no es el descubrimiento de la verdad por parte del niño, sino verlo y oírlo hipnotizado por la perversión nazi.
El jovencísimo Roman Griffin Davis está perfecto en su difícil papel de niño nazi que descubre el horror que se esconde tras el seductor brillo de banderas y uniformes. Waititi se tira al exceso con eficacia payasa. Rockwell, perfecto. Scarlett Johansson vuelve a demostrar lo sabido: que es una actriz más bien cortita que sólo da buenas interpretaciones en las manos adecuadas y con personajes a su medida. En este caso no está dirigida con la severidad debida y el personaje excede sus posibilidades dramáticas.
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