"En Cataluña unos pocos señores se han limpiado el culo con la democracia"
Javier Cercas | Escritor
El autor presenta en Sevilla la novela con la ganó el Planeta, 'Terra Alta', un 'thriller' con el que ha querido reinventarse y que nació, cuenta, de su rabia ante la crisis desatada por el separatismo
El Grupo Planeta dio el pasado octubre un sonado golpe de efecto y, ya de paso, un revés de cuidado al otro gigante de la edición en España, el grupo Random House, donde publicaban Javier Cercas, ganador del premio mejor dotado económicamente y más mediático del país, y Manuel Vilas, finalista del mismo. Pero en Terra Alta, la novela galardonada, Cercas cambia no sólo de sello, sino también de registro y hasta de estilo. Melchor Marín, un joven mosso d'esquadra con un pasado durísimo y turbulento convertido repentinamente en leyenda policial por su actuación en los atentados islamistas de Cambrils, llega buscando el anonimato a la comarca que da título al libro, un lugar cerca de la raya aragonesa, apartado de todo y donde, como nunca pasa nada, que es el mantra que sus vecinos indulgentemente se repiten entre sí, todo –por ejemplo el rencor y los agravios– se cuece a fuego lento y en silencio. Y el horror irrumpe de nuevo en forma de atroz asesinato de los propietarios de la mayor empresa de la zona.
–¿Cómo lleva el papel de autor de prestigio al rescate de un premio con su reputación literaria, digamos, en entredicho?
–Eso sería halagador, pero no voy a decir eso. Yo puedo ser vanidoso, pero idiota no. Si dijera que yo he venido a rescatar el premio, quedaría fatal. Este premio es genuinamente popular, esa es la verdad, y eso es lo mejor de él, y yo sueño con que la literatura popular vuelva a ser buena literatura, lo que significa, en parte, que vuelva a ser relevante para la gente. Hubo un tiempo en que era así. El Quijote, por usar como ejemplo la mejor novela que existe, era en su época un libro enormemente popular, lo conocían hasta los analfabetos, y los intelectuales lo despreciaban. A Shakespeare nadie se acercaba por el aura de literatura seria que le atribuimos ahora, sino porque era puro espectáculo.
–Muchas cejas se enarcaron al saber que había ganado usted el premio. "Ah, que Cercas quiere aún más público". ¿Por qué está bajo sospecha la literatura de alcance popular?
–Pero éste tío qué hace, ¿no? La literatura del siglo XX, bueno, una parte de ella, nos acostumbró a que los libros buenos están en las catacumbas, pero eso nunca había sido así. Es una perversión además de una estupidez pretender que sólo lo que leen cuatro gatos es bueno. Ya sabemos que una cosa es la literatura y otra la industria editorial, pero lean ustedes el libro antes, ¿no? Y si quieren, luego lo critican. A la larga, todos los buenos libros tienen lectores. El tiempo es la mejor crítica literaria. Y no digo que todos los premios Planeta sean buenos, ni que lo sean todos los best-sellers, pues claro que ya sabemos que no, pero esos prejuicios son letales para la literatura. Lo sé porque yo mismo los tuve. Si yo decidí presentarme al premio fue porque quería decir a los lectores aquí hay algo distinto.
–Y vaya si lo hay. Hay una ruptura muy clara con su largo ciclo de novelas sin ficción, o de autoficción, como se prefiera, que exploraban su memoria personal y familiar y la del país. ¿Qué estímulo buscaba al abrazar un tipo de novela más convencional, con el molde de la literatura de género, el policíaco en este caso?
–Cuando acabé El monarca de las sombras sentí que algo se había cerrado, que algo había acabado. Tuve la impresión de que si seguía por esa línea corría el riesgo letal de repetirme, de convertir en fórmula aquello que fue hallazgo y necesidad. Un escritor debe explorar su territorio pero si eso se convierte en fórmula, está muerto. Aunque diga para consolarse que es un autor experimental. ¡Menudo experimento repetir exactamente lo mismo con pequeñas variantes! Yo tenía un problema grave con eso, y tardé bastante en darme cuenta, pero ahora estoy feliz. Feliz de veras. Por otro lado, si nos ponemos quisquillosos, el género policial en mis libros no es del todo ajeno, a fin de cuentas siempre hay en ellos una indagación, un enigma, y alguien que intenta descifrarlo.
–El cambio se aprecia incluso en la prosa, no ya sólo en el tipo de narración. Donde antes la sintaxis, por ejemplo, era alambicada y envolvente, ahora es sencilla y directa... ¿Cuán complicada es una reinvención total?
–Bueno, hay una música distinta, eso sí. En cuanto al estilo en sí, puede ser verdad eso que dices, pero yo no estoy tan seguro. Pere Gimferrer [jurado del premio] me dijo después que cuando comenzó a leer, lógicamente sin saber que era mío el libro, me reconoció en la quinta página. Puede haber modulaciones distintas pero no creo que haya cambiado tanto el estilo. Yo diría, aunque parezca muy tonto, pero para mí ha sido más importante el cambio de la primera a la tercera persona.
–Iba a preguntarle a continuación precisamente eso: si ha sentido más libertad al abandonar después de tantos años esa primera persona, al dejar de hablar desde un "yo" que, aunque sea una construcción literaria, entraña inevitablemente una mayor exposición...
–Es cierto, eso lo sentía yo. En todos mis libros. Porque además usaba una primera persona que a veces era la de un tipo que se parecía muchísimo a mí y a veces era yo mismo. Sí, creo que separarme de mi propia biografía me ha dado mucha libertad para tratar temas que no había tratado antes. O tratarlos de otra manera. Desde luego me ha llevado a descubrir una escritura nueva, fresca, distinta. Ha habido quien ha comparado esta novela, por sus temas, el valor de la ley, la posibilidad de la justicia, la legitimidad de la venganza, el odio, con Las leyes de la frontera. Pero en Terra Alta están tratados de manera mucho más directa. Yo tenía la sensación de estar en un callejón sin salida y esta novela, el hecho de escribir sobre personajes que en apariencia al menos no tienen absolutamente nada que ver conmigo, ¡un tío que es policía, ya ves!, eso me ha abierto un nuevo territorio. Y ese nuevo punto de vista me ha hecho respirar.
–Usted lo acaba de decir: un tema central de la novela es la reflexión sobre el valor de la ley, que es de hecho una alabanza del valor de la ley. Suerte con eso...
–¿Por qué?
–Porque, tal como parece ser percibida hoy por muchísimos, la ley es aburrida, no tiene épica, ni es sexy, ni nada. Para muchos hablar del respeto a las leyes es, por defecto, un tic derechoso. Que no mola, vaya.
–Bueno, pero para Melchor [el protagonista de la novela] sí.
–La cuestión es que a una reforma fiscal no se le escriben emocionados poemas épicos. Pero en cambio a las colores de las banderas, por ejemplo...
–La gente se confunde mucho. Una ley de una dictadura y una ley de una democracia deberían tener nombres distintos. Porque una ley en una dictadura es fruto del apaño entre unos cuantos y una ley en una democracia, nos guste o no, es el resultado del acuerdo entre todos. Y es la garantía de la igualdad de todos. Ocurre una cosa extraordinaria con Melchor, y es que se enamora de un libro, de Los miserables, porque él mismo es un miserable, sabe que lo es. Y él lee ese libro como no lo ha leído nadie; en el malo ve al bueno, y en el bueno ve al malo. El malo de Los miserables es el policía, Javert, que persigue al bueno durante 2.000 páginas. Melchor siente, al leer la novela, que tiene un papel central en Terra Alta, que los aparentes malos son los verdaderos buenos, y que los aparentes buenos son los malos. Y siente que Javert es la encarnación de la ley, que para Melchor es la única defensa que tienen los pobres y los indefensos frente a los ricos y a los poderosos.
–Alguien podría decirle a Melchor que las leyes pueden responder exactamente a los intereses de los ricos y los poderosos...
–En una dictadura sí, pero en una democracia no, insisto. Porque en una democracia todos votamos. Todos elegimos a quienes hacen las leyes, todos decimos vas a ser tú o aquel otro el que las haga. Las leyes son un fruto de nuestras decisiones. Una ley democrática nos puede gustar o no, y a mí hay muchas que no me gustan, pero todas son legítimas. Y los pobres y los indefensos no tienen otra cosa a la que agarrarse. Si no hubiera leyes, a qué se agarrarían los pobres y los indefensos. Si no entendemos esta naturaleza de las leyes, no entendemos nada de la democracia. Es así. La novela puede leerse también como lo que los alemanes llaman bildungsroman, es decir, una novela de formación, un camino hacia la madurez. Yo pienso que sin ambigüedad no hay literatura, pero creo también que lo que podría aprender Melchor es que en la vida no se puede apostar todo a un solo valor. Porque lo bueno llevado al extremo casi siempre se convierte en malo, y como le dice en la novela un personaje, un superior suyo, la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias. Y por eso la verdad, que es un valor maravilloso, a veces es mejor callársela. Pero vivimos en un tiempo que es ridículo y cualquiera que le pega fuego a una cafetería se hace pasar por revolucionario. Y lo que nos enseña la Historia es que quienes pegaban fuego a las cafeterías eran los fascistas. Winston Churchill ya dijo que los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas. Ojo, eh, mucho ojo.
–Dice otro personaje de la novela que la vida civilizada consiste en aprender a vivir con la frustración. Hay zonas de España con un nivel de renta penoso y con índices de paro y calidad de empleo casi de emergencia social. Y en ellas cuesta entender, me parece a mí, de dónde viene esa colérica frustración de parte de la sociedad de Cataluña, una de las más ricas de España...
–Y del mundo. Y del mundo [se sume en un largo silencio].
–A lo mejor usted, que vive allí y ha escrito tanto sobre el asunto, ha encontrado alguna explicación convincente...
–En realidad lo entendéis todos.
–Bueno, yo tengo mi opinión, como todos, pero no sé si se ajusta a lo que verdaderamente ocurre...
–Que sí, hombre, que sí lo entiendes, lo que pasa es que finges que no lo entiendes. Todos lo entendéis perfectamente, y quien no lo entienda es que no quiere entenderlo. En el libro que acaba de sacar [Capital e ideología] Thomas Piketty dice cosas muy interesantes sobre esto. Por ejemplo habla de algo elemental como es el egoísmo fiscal. Desde que el mundo el mundo, son los ricos los que se quieren separar de los pobres, nunca al revés. Ahí está una parte de la explicación. Hay muchos otros elementos, pero no quiero hablar tanto de política...
–Usted mismo me comentaba antes que lo que ha ocurrido en Cataluña en los dos últimos años le ha cambiado como persona. Y que esos sucesos, en parte, aunque aparezcan mencionados sólo de pasada en la novela y no sean el tema de la misma, sí que han sido su "carburante"...
–Cierto. Lo que ocurrió en 2017 ya no era política, era Historia, con mayúsculas. Yo nunca había experimentado algo así. Bueno, el 23 de febrero de 1981. La cuestión es que la Historia, cuando llega, no se queda fuera de casa, en los titulares del periódico o en las televisiones. Se te mete en casa, te afecta personalmente. La crisis de 2008 causó un terremoto en Occidente de dimensiones sólo comparables a la de 1929. El auge del nacionalpopulismo viene de ahí. El fenómeno ha tenido manifestaciones distintas. Trump. El Brexit. Salvini. Aquí nos ha tocado la crisis catalana. O el primer Podemos. O ahora Vox, que no es exactamente fascismo sino más bien una máscara posmoderna del fascismo, y que obviamente ha surgido como respuesta a la crisis catalana.
–Vive parte del año en un pueblo de poco más de mil habitantes de hegemonía independentista. A lo mejor ese contacto le ha permitido entrever alguna solución...
–¡Hegemonía no, todos, joder, todos son separatistas! Pero no tengo ningún problema, algún tonto siempre hay, pero nada, nada, vivo muy bien allí. Para arreglar esto primero hay que reconocer que hay un problema. Los separatistas insisten en decir que es un problema entre Cataluña y España, y no es verdad. Hay un problema entre catalanes. Esto es un problema entre catalanes, más de la mitad de los cuales hemos dicho por activa, por pasiva, en todas las elecciones, todas sin excepción, que no queremos esto. Claro que es también un problema entre Cataluña y España y un problema europeo, pero es sobre todo un problema entre catalanes. ¿Hay fractura en la sociedad? Por supuesto. Y da miedo ver cómo una de las sociedades más privilegiadas del mundo se parte por la mitad. Es acojonante. Esto no es la guerra de Yugoslavia. Ni es el Ulster o ETA, afortunadamente no es una guerra, ni hay muertos, pero negar la existencia de esa fractura es negar la evidencia. No voy a entrar en temas personales, pero a mí me han insultado por la calle. Y he perdido amigos.
–¿Amigos-amigos?
–Claro. Algunos de los mejores que he tenido. Y no soy ninguna excepción en Cataluña, me temo. Hay gente con la que yo no quiero hablar porque han hecho cosas que... A ver, es que cuando yo digo que hemos visto cosas que nunca creía que veríamos, me refiero a cosas como éstas.
–Una parte, los independentistas, ofrecen diálogo, pero en los términos que ellos decidan y sobre los temas –o el único tema– que ellos decidan. En la otra, a algunos, los más viscerales, se les cae de la boca el 155 cada vez que hablan. ¿Puede empeorar todavía el panorama?
–¡Es que no es verdad que ofrezcan ese diálogo! ¡Si no dialogan con la otra parte de Cataluña! ¡Si cierran el Parlamento cuando les da la gana! ¿Diálogo?, ¿qué diálogo? En cuanto al 155, cuando el PP estaba en el poder se aplicó en el último momento y a la desesperada, cuando todo el mundo estaba con el agua al cuello y a punto de estallar todo. Pero no es verdad, lo dicen para ganar votos, al menos el PP, Vox no sé, pero tampoco me lo creo. Yo no estoy a favor del castigo, pero sí estoy a favor de que haya unas normas, y esas normas las debemos respetar todos. ¿Ah, que los políticos no? ¿Por qué? ¿Están por encima de nosotros, son especiales? ¿Está la patria por encima de la ley? Cuidado, que eso da mucho miedo, suena a lo que suena. Aquí lo esencial es que una serie de señores se han limpiado el culo con la democracia, y además de la manera más perversa, ¡en nombre de la democracia!
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