Javier Buzón se sumerge en las aguas de la memoria
El autor celebra la capacidad del arte para retener los recuerdos en su primera exposición individual en Rafael Ortiz, ‘Pintar la pintura. Souvenirs’, en la que reinterpreta a otros maestros
Un día, Javier Buzón quiso trasladar a su obra la felicidad serena del litoral, esa afinidad con la vida que advertía en los parajes de la Costa Brava. Trazó el perfil de unos bañistas que avanzaban sigilosos por el agua, le inspiraron también unos árboles que extendían sus ramajes hacia el mar y los barcos. Después, como si necesitara prolongar esa armonía, el autor cogió una de esas pinturas “y la convertí en un cuadrito, pinté de nuevo esa escena para mí, en un formato más pequeño, más íntimo, como una postalita”. Un ejercicio con el que Buzón surcaba la senda por la que se adentraría en los años siguientes: una reflexión sobre los caprichosos mecanismos de la memoria y la capacidad del arte para retener los recuerdos, también una investigación sobre el lugar que ocupa la pintura en nuestro bagaje emocional.
Pintar la pintura.Souvenirs, la exposición de Javier Buzón que acoge la galería sevillana Rafael Ortiz hasta el día 23 de este mes, vincula constantemente en su propuesta la creación y la vida. En una de las piezas, La mañana, se vislumbra toda una declaración de intenciones: una joven fotografía lo que podría ser el exterior de un museo, adornado por una estatua. Frente a esa imagen –la instantánea que toma el personaje– que se perderá en el maremágnum de las redes sociales y el turismo voraz, Buzón reivindica el valor de la pintura para otorgar a los momentos vividos otra consistencia, otro peso. En el souvenir Ellas, Buzón retrata a su pareja observando, de espaldas, un cuadro que protagoniza la pareja de Alex Katz. Del estadounidense tomará Buzón una máxima que reclama ese otro tempo frente a las prisas y la irreflexión del mundo: “Piensa más lento que el pensamiento”.
En la muestra, el artista combina escenas cotidianas –la figura de un hombre que pasea por la playa, un ocaso que despliega su luz entre las casas– con “los museos, que también son mi sitio”. Siguiendo la estela de ese cuadro suyo que reprodujo al principio de los souvenirs, Buzón recrea con escrupulosa fidelidad obras de Lucian Freud, Lee Krasner, Cézanne y Sorolla, que perfila colgadas en sus muros. Los dos últimos maestros parecían casi obligados en una serie que arrancó con unos bañistas. “A Cézanne lo descubrí cuando tenía 15 o 16 años, y cada vez que veía su trabajo me olía a pintura. Lo he entendido ya mayor, y cada vez me gusta más. Siempre que voy a París visito este cuadro en el Museo d’Orsay”, revela el sevillano, que en otra obra lleva el motivo de la escena de baño a un presente inquietante en el que un barco de guerra de la base militar de Rota irrumpe en el horizonte.
En sus aproximaciones a otros universos pictóricos, Buzón ha actuado “más que como un copista” y se ha sumergido en las distintas “maneras de hacer. Una apropiación de este tipo tienes que hacerla bien”, dice sobre un “reto” con el que este veterano habituado a reinventarse se ha “provocado. Pero todo lo he vivido como un capricho, no creo en los procesos tortuosos”.
En el conjunto no faltan las referencias locales: Buzón reescribe un detalle de San Hugo en el refectorio y en el despacho de la galería custodian un fragmento de una Inmaculada de Murillo. Una Virgen que el autor pintó “en la primera visita del Papa Juan Pablo II a Sevilla, por una sugerencia de Paco Molina hice una Inmaculada de seis metros que se colgó de la Giralda. Es curioso cómo las cosas vuelven, se repiten a lo largo del relato”. La memoria funciona de manera arbitraria, pero en el recuerdo de Javier Buzón la pintura siempre estuvo ahí, como una travesía contra el olvido, a favor de la emoción.
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