Una invitación al desconcierto del color
Praia de Baleias | CRÍTICA
La osadía cromática del artista y profesor cordobés Manuel Garcés Blancart deslumbra en Birimbao
La ficha
'Praia de Baleias' de Manuel Garcés Blancart. Galería Birimbao, arte contemporáneo. Alcázares, 5. Sevilla. Hasta el 27 de febrero
El paisaje se ha construido casi sujetándose a la tradición: a la izquierda un árbol y a la derecha, arriba, algo que podría calificarse de palmera, actúan como repoussoirs, es decir, elementos que preludian y enmarcan el paisaje, dándole, al situarse en primer plano, profundidad. Pero tal vez sea abusivo llamar palmera a la forma que aparece a la derecha en este cuadro, Praia 2: sólo es un plano de color, perfilado por una resuelta línea quebrada. El color de ese plano, verde poco saturado, sintoniza visualmente con el color del mar aunque éste, a la derecha, justo bajo la presunta palmera, gana en saturación y enseguida se convierte en un triángulo azul, color que armoniza con el arrecife que delimita la bahía. Hay pues, más allá del paisaje, aunque sin ignorarlo o desvirtuarlo, una concordancia de color que construye por sí sola el cuadro. Lo mismo ocurre con los planos amarillo-anaranjados de la, digamos, playa, interrumpidos por el perfil de la muchacha. La leve presencia del rojo en esos planos conecta con el rosado del cielo que ya anticipa un trapezoide, abajo, a la izquierda, breve prolongación de la playa.
Quizá me haya excedido en la descripción, pero lo he hecho para insistir en que el color, ese elemento, tan difícil de medir racionalmente como la melodía, puede bastar para constituir un cuadro.
La discusión no es nueva. La controversia arranca a principios del siglo XX cuando, más acá de los ensueños simbolistas, se debatía el legado del impresionismo. Como señalara Giulio Carlo Argan, los impresionistas atendieron sobre todo a la capacidad receptiva de la visión y la analizaron exhaustivamente, pero los pintores que los sucedieron (y que John Rewald llamó postimpresionistas) tomaron una actitud decididamente activa: unos buscaron sobre todo la expresión y otros la construcción. Tal vez el vigor constructivo del cubismo, reivindicando y prolongando las fuertes estructuras de Cézanne, hiciera olvidar la importancia del color cuyo uso, sin embargo, había renovado el pintor de Aix-en-Provence. El color lo habían cultivado de modo más cercano a la expresión Van Gogh, con apasionamiento, y Gauguin con desenfadada sensualidad. Estas posibilidades son las que recoge y radicaliza Matisse con una serena sensibilidad que Argan llamó clásica.
Estas posibilidades contrapuestas abren un campo de Agramante en el que discuten la fuerte personalidad de Matisse y la no menos potente de Picasso. Quizá el cubismo resultara más convincente en el debate o tal vez sus construcciones, siendo difíciles, fueran menos arriesgadas que el audaz uso que del color usó Matisse. Por eso es siempre grato encontrarse con autores como Manuel Garcés Blancart (Córdoba, 1972), pintor, ilustrador y profesor, que se atreva a seguir los lances siempre comprometidos y arriesgados del color.
Esa osadía se advierte también en otra pieza de la exposición, Praia 6. Una mujer, sentada en el pretil de una piscina juega agitando el agua con los pies mientras un varón camina por el mismo pretil. Todo el cuadro se construye con dos gamas de color, anaranjado y verde. La imagen no se aparta de la referencia real, tampoco al idealiza o la sublima: sencillamente la recrea, la hace pintura, con suave fuerza expresiva.
A veces, el empeño en clasificar obras o pintores, encuadrándolos en movimientos o tendencias, nos impiden valorar el alcance del arte. Estas clasificaciones pueden oscurecer la obra de un autor en su conjunto pero también pasan por alto el temple renovador de una época. El debate construcción vs. expresión, que se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XX, oscurece algo aún más fundamental del momento: a inicios del siglo XX los artistas de una y otra opinión coincidían en algo decisivo: pintan lo que quieren y como quieren. Van mucho más allá de los límites de la academia. Escapan de la norma, la corrección y el llamado decoro, pero también eluden el dictado de lo llamado real: el primer cuadro que he intentado analizar de Manuel Garcés no es una playa ni el segundo una piscina, son dos cuadros y deben responder, no de su fidelidad al mundo, sino de su fuerza poética.
Esto aparece de modo más claro aún en la obra que puede verse en la vitrina a la izquierda del zaguán de la galería, titulado PyJ 15. Es un rectángulo azul ultramar intenso, con una indefinida construcción abajo y unas manchas blancas levemente contaminadas del color dominante. No se nos cuenta nada, tampoco hay una construcción convincente pero la pequeña pieza de Garcés Blancart posee indudable consistencia.
Esta es la propuesta del autor cordobés: invita con serenidad a someternos al desconcierto del color. Un rasgo de la pintura que irrita a muchos espectadores porque ante el color huelgan las palabras.
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