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"La interpretación musical se ha despersonalizado"

Pierre Delignies. Pianista

El joven músico cántabro debuta en el medio discográfico con un álbum en el sello Orpheus que incluye música de Serguéi Rachmáninov y Aleksandr Scriabin.

El pianista santanderino Pierre Delignies.
Pablo J. Vayón

14 de agosto 2016 - 05:00

De filiación paterna francesa, el pianista Pierre Delignies Calderón (Santander, 1990) ha hecho toda su formación en España, primero en el conservatorio de su ciudad natal, luego en Musikene, donde estudió con Marta Zabaleta, y en los últimos años en la Escuela Superior Reina Sofía de Madrid, donde ha sido alumno de Galina Eguiazarova. En septiembre se marcha a Ámsterdam para estudiar con Naum Grubert, "un pianista ruso fabuloso", y trabajará también en Basilea, "para mantener el contacto con Alice Burla, mi compañera del dúo de pianos". Su primer disco incluye un étude-tableau y cinco preludios de Rachmáninov junto a piezas de Scriabin.

-¿Este interés por el repertorio ruso lo hereda de su profesora en Madrid?

-Es más una cuestión personal. Puede influir algo el hecho de haber estudiado con Galina Eguiazarova, que hace esta música como si fuera suya. Pero en realidad ella trabaja con gran profundidad en todos los estilos, toda la música te la pone en su contexto, no la mira desde el punto de vista ruso. Si escogí esta música es porque la sentía muy cercana, y siempre es bueno debutar con algo con lo que te identificas.

-El disco lleva por título Shades of Melancholy (Sombras de melancolía), ¿hay tanta melancolía en esta música?

-El caso de Rachmáninov es llamativo. Se exilió. Echó de menos a Rusia toda su vida, y eso impregnó toda su obra de nostalgia. El de Scriabin es acaso distinto, sobre todo por la evolución personal de su estilo, pero incluso en su música final siempre conserva el alma, la herencia del propio Rachmáninov, que le influyó muchísimo, o de Chopin. Incluso en su música más tardía yo aprecio una sensación de dolor interno, de nostalgia ante una realidad que parecía no gustarle.

-Plantea las obras de Scriabin cronológicamente. Primero unos estudios de la Op.8 (1894), luego los Dos poemas Op.32 (1903), las Dos piezas Op.57 (1908) y la primera de las Dos danzas Op.73 (1914). ¿Hay en ello una intención didáctica para hacer entender su evolución como artista?

-Sí, sobre todo no quería hacer toda su música del mismo período. Tuve claro que había que empezar conectando con Rachmáninov, por eso las piezas de la Op.8, y luego fui poniendo las otras obras para que pueda verse que la evolución es lenta y muy coherente, o al menos así me lo parece a mí. Scriabin va poco a poco llenando su música de apoyaturas, lo que va deformando la tonalidad, hasta que llega un momento en que su música se basa en una serie de acordes muy concretos, diseñados por él, se hace muy personal sin llegar a ser atonal. Es una pena que muriera tan pronto. Me habría encantado conocer hacia dónde se habría dirigido su obra.

-¿Cuál fue su principal preocupación, técnica o musical, a la hora de afrontar esta grabación?

-La dificultad técnica es evidente que está ahí, aunque no sea de lo más difícil de Rachmáninov. Pero eso no fue una prioridad. Lo más importante para mí fue bucear en estas sensaciones que bullen en torno a la melancolía y otros estados que lindan con ella, la tristeza, la reflexión... Son aspectos expresivos muy sutiles; para disfrutarlos y entenderlos por completo tienes que conocer muy bien la música de estos autores y de su entorno. La principal preocupación fue esa, llegar a la esencia. En ese sentido, este repertorio me resulta emocionalmente muy intenso. Me encanta tocar esta música, pero me deja un poco trastocado, sobre todo en un recital.

-¿Hay siempre algo que está detrás de las notas o basta con tocar rigurosamente la partitura?

-No, no basta, nunca basta. Rachmáninov era muy escrupuloso y preciso a la hora de escribir. Con la partitura puedes intuir lo que él quiere en un altísimo porcentaje. Pero la música está viva y uno trata siempre de hacerla suya en un proceso continuo. Estas piezas tan cortas vienen muy de lo profundo y de lo inmediato, son fáciles de convertir en algo subjetivo, porque nacen puramente de la subjetividad y de un momento concreto de expresión y poco más; eso lo hace muy interesante, porque ofrece tanto al intérprete como al oyente un mensaje muy directo.

-¿Y cómo encaja ahí la propina straussiana (un arreglo de Morgen de Richard Strauss)?

-Pensé que en el disco había mucha oscuridad. El que no está enamorado de esta música puede percibir mucha pesadumbre en ella. Me apetecía acabar con un pequeño rayo de luz. Y Morgen es una canción de amor, muy positiva, en tonalidad mayor. Me pareció una buena idea acabar con esa especie de moraleja optimista: pese a la añoranza o el pesimismo de determinados momentos de nuestra vida, siempre hay que seguir adelante.

-¿En qué otro repertorio se siente cómodo?

-En el que más seguro me siento y donde veo que puedo aportar algo más personal y genuino es en el impresionismo francés...

-No está tan lejos de Scriabin...

-No, claro. De hecho, yo he descubierto a Debussy y a Ravel a través de Scriabin y no al revés, que suele ser lo habitual. Me di cuenta de la cantidad de sonoridades del piano que se pueden tomar de Scriabin y extrapolarlas al impresionismo. Esto me ha ayudado muchísimo, y por eso me siento tan cómodo tocando Debussy, por ejemplo, o alguna música española que va un poco por ahí, como la de Mompou, que es un compositor que me fascina. Estoy empezando a diseñar un programa con Debussy, Albéniz y Mompou.

-¿Tiene algún modelo como pianista?

-Cuando te están enseñando tan a fondo, tan profundamente la música que estudias es difícil quedarse con una referencia. Te das cuenta de que muchas veces ni los grandes llegan al fondo de la cuestión. Me puedo quedar con versiones aisladas o con cómo un determinado pianista afronta un determinado estilo, pero tener una referencia global para todos los estilos y músicas para mí es imposible. Me gusta mucho mirar al pasado, a la primera mitad del siglo XX y no tanto a los últimos 30 o 40 años. Cuando pase el tiempo, con perspectiva, veremos que la interpretación se ha despersonalizado mucho. Basta entrar en Youtube y escuchar versiones antiguas y modernas. Ese sonido personalísimo de cada intérprete se ha ido perdiendo. Es una evidencia ahora mismo, y no afecta sólo al piano, sino a toda la música.

-¿Cuáles son las cualidades esenciales que debe de tener un concertista?

-Juan Carlos Garvayo me contó hace poco que en un encuentro con estudiantes en el que él participó, a Alfred Brendel le hicieron esa misma pregunta, y Brendel respondió que para ser solista lo único que necesitas es tener buena salud, una razonable buena memoria, hacer mucha música de cámara y acompañar a cantantes. Música de cámara he hecho siempre. Y acompañar a cantantes no tanto, pero pienso hacerlo. Además no empezaré por Schumann o Schubert, sino por las canciones de Rachmáninov y de Debussy, que para mí son lo más de lo más.

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