El incómodo Chaves Nogales

'Obra completa' de Chaves Nogales | Especial

Fue uno de los más grandes reporteros del siglo XX y desde sus inicios en las redacciones de su ciudad natal a su muerte en Londres en 1944 siempre se le fue la vida disponiéndose a contarla

Manuel Chaves Nogales entrevistando a testigos presenciales de la revolución de Asturias en octubre de 1934.

Manuel Chaves Nogales vivió relativamente poco -tan sólo 47 años-, pero dejó atrás una obra tan apabullante que uno se pregunta si hubo algún día de su vida en que no escribiera al menos tres o cuatro folios. En los años de la II Guerra Mundial, cuando vivía exiliado en Londres, Chaves Nogales no bajaba jamás al refugio antiaéreo y seguía trabajando sin descanso mientras los bombarderos alemanes arrasaban la ciudad. A lo largo de su vida como periodista, Chaves no se estuvo quieto ni un segundo, salvo quizá en sus primeros tiempos de gacetillero en El Liberal de Sevilla, donde empezó a publicar a los 18 años. Después no paró ni un minuto. Hay una foto famosa -que debería presidir todas las facultades de periodismo- en la que se ve a Chaves Nogales con la libreta en la mano, tomando notas mientras una mujer joven -con el rostro aún crispado por lo que acaba de vivir- le está contando algo desde el umbral de su casa y otra mujer mayor la escucha con gesto preocupado. ¿Qué vieron esas dos mujeres? ¿Qué cosas presenciaron? Esa foto se tomó en Asturias, en octubre del 34, después de la revolución obrera que acabó arrasada a sangre y fuego, y Chaves Nogales estaba investigando los hechos. En otras fotos lo vemos montado en un burro en Sidi Ifni, que acababa de ser ocupado por las tropas españolas, o visitando un cuartel de soldados norteamericanos que se preparaban en Inglaterra para el desembarco en Normandía. Sí, Chaves Nogales tuvo el extraño don de estar siempre allí donde estaban ocurriendo los hechos más importantes de su época.

Basta repasar el índice de las 3.664 páginas que forman la Obra completa de Chaves Nogales -que acaba de publicar Libros del Asteroide en una edición preparada por el gran Ignacio F. Garmendia- para darse cuenta de que el periodista sevillano fue uno de los más grandes reporteros del siglo XX. Chaves describió su Sevilla natal en un ensayo delicioso, La ciudad (1921), cuando apenas tenía 23 años y estaba a punto de marcharse a trabajar a Madrid. "Así como hay pueblos que viven únicamente preparándose a morir, al nuestro se le va la vida disponiéndose a vivirla". Estas palabras que el jovencísimo Chaves escribió sobre Sevilla podrían servir para describir su propio destino como escritor: siempre se le fue la vida disponiéndose a contarla. En Madrid, Chaves Nogales fue redactor jefe del Heraldo y luego fue el factótum de Ahora, un periódico muy próximo al reformismo pequeño burgués y republicano de Manuel Azaña. Entre tanto, Chaves recorrió media Europa en avión, y en Praga descubrió a un domador de leones sevillano (de la Macarena, por más señas) que no había oído hablar jamás del Quijote. Después estuvo recorriendo la Rusia soviética en avión, justo cuando Stalin acababa de llegar al poder, y describió con admirable ecuanimidad todo lo que vio en la URSS, incluyendo las cosas que admiraba -el tesón de los comunistas, el esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de los más débiles-, y también todo lo que le pareció amenazador e inquietante, como la ubicua presencia de la policía política o las trabas cada vez más asfixiantes a la libertad de expresión. Sus palabras de 1929 sobre la fascinación que ejercía el comunismo en los intelectuales occidentales parecen haber sido escritas esta misma mañana: "Todos estos tipos de intelectuales, artistoides, platónicos amantes de la humanidad que en Occidente sienten veleidades comunistas, se horrorizarían si vieran de cerca lo que es la vida comunista. Y no lo digo en daño del comunismo, sino de ellos".

Describió con admirable ecuanimidad todo lo que vio en la URSS cuando Stalin llegaba al poder

Más tarde, ya en los años 30, Chaves estuvo en París entrevistando a las grandes duquesas exiliadas que tenían que trabajar en un modesto taller de costura o dando clases de ballet en una academia miserable. Y luego, nada más llegar los nazis al poder, entrevistó en Berlín a Goebbels, que le pareció un tipo siniestro que no hubiera dudado en fusilar a su padre si eso hubiera favorecido sus intereses. Y luego estuvo en el Madrid sitiado durante la guerra civil, y después estuvo en París cuando se acercaban las divisiones alemanas, y en Londres cuando caían las bombas nazis. Si no llega a ser porque una peritonitis lo quitó de en medio en mayo de 1944, Chaves probablemente habría estado en el desembarco en Normandía y habría asistido a la caída de Berlín. Y tal vez, ya anciano, hasta habría podido asistir a la Transición Española con su inseparable libreta de notas en la mano. Y el 23-F de 1981, con 84 años, Chaves podría haber escrito una crónica inmejorable de la esperpéntica intentona del teniente coronel Tejero en el Congreso. Pero no, los buenos periodistas no duran tanto, no pueden durar tanto. Los mata el tabaco y las prisas y la urgencia de los teletipos y las úlceras mal curadas que un buen día degeneran en peritonitis y los arrastran a una tumba sin nombre en un cementerio del norte de Londres, como le pasó a Chaves Nogales.

Entrevistando al arzobispo de Canterbury en el Londres bombardeado.

¿Cómo es posible que un escritor del calibre de Chaves Nogales fuera un perfecto desconocido durante la larga época del franquismo y en los primeros años de la Transición? Por una razón muy sencilla: Chaves Nogales se consideraba un pequeño burgués liberal que despreciaba por igual el fascismo y el comunismo, y como es natural en estas circunstancias, su figura resultaba molesta tanto para el franquismo reaccionario como para la intelectualidad progre que se identificaba con el antifranquismo. El prólogo de Chaves Nogales a su libro de relatos A sangre y fuego (1937), escrito en el exilio de Francia en plena guerra civil, debería ser de lectura obligatoria en todos los colegios de España donde exista un mínimo respeto por la historia contemporánea: "De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese -escribía Chaves en 1937-, había contraído méritos suficientes para ser fusilado por los unos y por los otros". Sin embargo, ese prólogo no se leerá jamás en los colegios porque Chaves es una rara anomalía en un país tan cainita como el nuestro. Y pasados 76 años de su muerte, la visión liberal de Chaves Nogales contradice todos los tics ideológicos de los profesionales del antifranquismo que convierten los hechos de la guerra civil, a través de la Memoria Histórica, en pura propaganda para atacar a sus adversarios actuales. "Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario", escribió Chaves con palabras proféticas en su prólogo. Así que Chaves Nogales, nos guste o no, resulta tan molesto en la España de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias como lo fue en la España reaccionaria del general Franco.

Murió a los 47 años, a la misma edad que George Orwell, quizá el escritor al que más se le pareció

No es casualidad que Chaves Nogales muriera a los 47 años, la misma edad a la que murió George Orwell, quizá el escritor al que más se le pareció, aunque nunca llegaran a saber el uno del otro. Los dos coincidieron durante cuatro años en Londres, pero no fueron vecinos -vivían a mucha distancia- y hasta donde yo sé nunca llegaron a encontrarse. Pero los dos trabajaron durante un tiempo para la BBC -Orwell en los programas del servicio exterior para la India, y Chaves Nogales en los programas en español para Latinoamérica-, así que podemos imaginar que un día de 1943 o 1944, bajando las escaleras, un tipo alto y flemático se cruzó con un reportero español que subía a toda prisa hacia los estudios, con su pajarita y su libreta de notas en la mano, y los dos se dirigieron una mirada cómplice e intercambiaron un cortés "Excuse me", y luego se perdieron cada uno por su lado sin saber que allí, en las escaleras de la BBC, acababan de cruzarse dos de los mejores cronistas políticos del siglo XX.

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