El Imperio Más Vasto

KALPA IMPERIAL | CRÍTICA

La obra de Angélica Gorodischer, rescatada por Minotaurao, fue publicada originalmente en 1983

Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 1928 – Rosario, 2022).
Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 1928 – Rosario, 2022). / M. G.
Luis Manuel Ruiz

07 de julio 2024 - 06:31

La ficha

'Kalpa imperial'. Angélica Gorodischer. Minotauro. 256 páginas. 18,95 euros

Fue precisamente gracias a esta Kalpa imperial, publicada originalmente en 1983, que Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 1928 – Rosario, 2022) consiguió convertirse en una de las autoras más sonadas de un país cuya literatura, por lo demás, mantiene una larga relación con el género fantástico. Antes de este tapiz de reinos de ensueño, Gorodischer (el apellido que figuraba en su pasaporte era Arcal, aunque ella prefería usar el de su marido) había probado fortuna en variantes diversas del cuento clásico de ciencia ficción (Casta luna electrónica, 1977) o incluso de la distopía (Opus dos, 1967): pero sería esta Kalpa imperial la que vendría a revelarle el formato en que mejor podían expresarse sus dotes y hacerla madurar como escritora. Tanto así que el título fue aclamado como clásico desde el mismo momento de su aparición, al menos en lengua castellana, y que mereció una traducción al inglés nada menos que de la mismísima Ursula K. Le Guin (cuyas huellas, por cierto, son fácilmente perceptibles en muchos detalles de la obra): es ese estatus el que hace que, después de décadas de permanecer en el limbo de los descatalogados, Minotauro la rescate ahora para la colección de imprescindibles que ha llamado Esenciales.

A quien desee hacerse una idea aproximada de lo que contiene el texto de Gorodischer, le bastará con asomarse a su página inicial, donde, pasada la dedicatoria, ella reconoce sus deudas: nos dice explícitamente, y la creemos, que no habría podido escribir una sola línea sin el aliento y los modales de Hans Christian Andersen, J. R. R. Tolkien e Italo Calvino. Pese a lo que afirmen críticos posteriores, el olor de los dos primeros resulta mucho más intenso que el del último, con quien, aparte del referente obvio de Las ciudades invisibles, no le une mucho más. El señor de los anillos pervive en los vastos imperios extintos, la escenografía de ópera, el despliegue de una épica que en el caso de Gorodischer es más sugerida que real, y también en cierta nostalgia, no sé si conservadora, por los buenos viejos tiempos en que las sagas heroicas aún se cantaban en las ferias y la tecnología no nos había condenado del todo a la soledad y la ceniza.

Pero, definitivamente, de la trinidad que la autora admite, el principal es Andersen, o lo que significa. Pues digámoslo ya: Kalpa imperial consiste en la trabazón de once relatos (el formato predilecto de la argentina, de los argentinos) que, bajo el pretexto de presentar una suerte de crónica del Imperio Más Vasto que Nunca Existió, explota las posibilidades del cuento tradicional y lo pone al servicio de la exploración tanto estilística como temática. En la primera de ellas, aunque el prisma adoptado suele ser el de un narrador omnisciente que se confunde con el legendario improvisador de las Mil y Una Noches o las sagas nórdicas, el talante oscila provocadoramente entre la anécdota filosófica y el chiste, la novela romántica y la de aventuras, la fábula infantil y el drama grotesco. Sobre el contenido, la mención de Andersen vale evidentemente para muchos otros: los hermanos Grimm, Perrault, y, sobre todo, los anónimos trenzadores de historias a los que debemos la literatura tradicional de la mayoría de los pueblos. Porque el objeto de Kalpa imperial es simplemente ese, el cuento: la alegría y el vértigo de seguir contando, de añadir ramificaciones y afluentes y desvíos y ampliaciones a historias que empiezan con la insignificancia de un brote al margen de la carretera, pero que, conducidas por el pulso febril y a veces errático de la imaginación, pueden extenderse hasta acaparar el universo entero, que de hecho es lo que sucede.

El marco de conjunto en que esta proliferación vegetal de argumentos se produce es el de una civilización ingente, antiquísima, el Imperio Más Vasto que Nunca Existió, varias veces consumido y otras tantas resucitado de sus escombros. La geografía se adivina con vaguedad a través de detalles aportados por una trama y otra: hay un norte erizado de montañas, una espesa selva al sur, y ciudades entre ambos, algunas transparentes y lujosas, semejantes a laberintos, otras lodazales donde la ambición acompaña al vicio. Aunque, según hemos comentado, la única ideología cierta de la obra es su defensa de la fantasía, de la multiplicidad de formas y ecos de la imaginación, otros tópicos secundarios son reconocibles: la desconfianza hacia el heroísmo y la gloria, que suele tener, literalmente, pies de fango; la denuncia de la guerra, una mera trituradora de inocentes que sólo sirve para perpetuar a quienes detentan el poder; un nebuloso feminismo, lejos del que ha irrumpido más crítica y recientemente en los reinos de ficción; una predilección por los personajes menores, desplazados, ocres, sin perfil preciso, que es de los que, al cabo (y esta también es una moraleja importante), depende el verdadero curso de los acontecimientos, tanto en el mundo real como en los ficticios, por muy fantásticos que sean.

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