"No quiero convertirme en un autor literario y sentirme Dios por escribir"
Ildefonso Falcones | Escritor
El autor publica 'El pintor de almas', una novela de amor ambientada en la Barcelona burguesa y anarquista de los años del modernismo, una obra que comenzó sano y acabó en plena lucha contra el cáncer
Llegó el otoño, aunque el calor parece desmentirlo, y como de costumbre las editoriales agitan sus catálogos y sacan la artillería pesada. Otros, más elegantes, con boca de piñón y meñique afrancesado, lo llaman rentrée. De esa demostración de fuerza de los grandes sellos en las librerías forma parte Ildefonso Falcones, quien desde el apoteósico éxito de La catedral del mar luce aun sin aspavientos galones de capitán general del best-seller nacional. En El pintor de almas (Grijalbo) el autor vuelve a Barcelona, su ciudad, pero en el pasado. En el convulso primer tramo del siglo XX, con la alta burguesía catalana viviendo una de sus eras de mayor esplendor y con sus fábricas acogiendo el orgulloso despertar de la lucha obrera, Falcones narra, de nuevo, una historia de amor: la de Dalmau, un joven pintor, y la bella Emma, una impetuosa anarquista. Con las tensiones sociales de la época como telón de fondo, el autor aprovecha además para recorrer junto al lector los grandes hitos del modernismo, especialmente los de una arquitectura que dejó una huella en la ciudad que todavía hoy la identifica en todo el mundo.
–Lo normal sería comenzar preguntándole por detalles de la novela, pero ésta comienza con una dedicatoria a "todos aquellos que luchan contra el cáncer", como usted mismo, así que más bien le voy a preguntar cómo se encuentra...
–Bien, bien, con capacidad de luchar. El problema es cuando te dicen que ya no se puede hacer más... Mientras no llegue ese momento, y yo no estoy en ese punto, la esperanza sigue ahí.
–¿Escribir en esa tesitura ha supuesto para usted un paréntesis de alivio o una lucha?
–Según los días. Pero cuando te pones, una vez superados el dolor o la debilidad de algunos días, consigues evadirte, consigues no pensar en las consecuencias de algo tan grave. La literatura tiene una fuerza formidable.
–¿Por qué quiso esta vez viajar a la Barcelona modernista?
–En aquellos años se dio una serie de hechos históricos y artísticos que la hacen muy interesante. Primero, el modernismo: Barcelona es la ciudad con mayor patrimonio arquitectónico modernista del mundo, y eso en sí mismo ya es impactante, pero es que, además de esa eclosión de arte y libertad creativa, hablamos de los comienzos de la Revolucion industrial y del movimiento obrero... El contraste entre la opulencia de unos y la miseria de otros ofrecía un escenario fabuloso para desarrollar la trama de la novela, que al final es una historia de amor.
–A veces el modernismo parece haber sido reducido a un cliché casi decorativo, y da la impresión de que Gaudí eclipsa todo lo demás. ¿Conocemos lo que significó el modernismo peor de lo que solemos creer?
–Hombre, no se trata tampoco ni de peor ni de mejor, pero es cierto que Gaudí ha acaparado el mayor interés y efectivamente ha tapado a otras grandes figuras como Domènech i Montaner o Puig i Cadafalch. Es precisamente lo que he intentado en esta novela, hablar del modernismo, no sólo de Gaudí, sino de todos esos creadores que competían en aquella época con estilos totalmente diferentes. No se puede dejar de lado a Gaudí si vas a hablar del modernismo en Barcelona, pero en la novela he querido aportar una visión mucho más general.
–Siendo un hombre de orden en la vida, se pone usted la mar de revolucionario en las novelas. Vamos, que entraría sin problema dentro de esa categoría a la que Millás le puso nombre: escritor zurdo...
–Me da la impresión de que así es. Aunque por otro lado una noción tan elemental como la de la lucha por la vida es algo que he vivido permanentemente, desde el momento en que me quedé huérfano a los 16 años. Luego el tiempo me hizo ser una persona de orden pero, como todos, viví distintas fases ideológicas. Tuve mis ideas revolucionarias en la juventud, pero no tanto como otros porque entonces yo ya tenía que trabajar mucho. Ahora bien, siempre he tenido claro que nada, tampoco la estabilidad ni el dinero, debe cambiar tu noción de lo que es correcto.
–El libro está ambientado en una etapa muy convulsa de Barcelona y la de hoy, aunque por razones bien diferentes, tampoco es precisamente apacible...
–Contrariamente a lo que pensaban algunos, yo siempre di trascendencia al independentismo, sus demandas siempre me han parecido preocupantes. Lo que pasa es que antes se limitaba a discusiones, pero discusiones en principio asumibles y dentro del respeto y la cortesía. Hoy todo ha degenerado muchísimo. Hasta el punto de que se ha superado esa barrera del supuesto pacifismo que tanto pregonan los independentistas. Ya hay algunos elementos subversivos manejando explosivos, no vamos a juzgarlos antes de tiempo, en fin, pero parece que los indicios son importantes... Mira, yo tengo 60 años y si llegase a proclamarse la independencia no sé cómo me afectaría, pero sí sé, porque tengo recursos para ello, que me podría venir por ejemplo a Sevilla, un lugar magnífico para rehacer una vida. ¿Pero y mis hijos? ¿Y la juventud? En Cataluña han hipotecado su futuro con unas cargas que son casi imposibles de levantar. Pero ya me estoy alargando mucho...
–Puede seguir...
–Las próximas generaciones, de llevarse a efecto este proceso, están destinadas a la ruina más absoluta. Cataluña es un país en quiebra. Y el mayor problema de todo esto es que se basa en promesas falsas, un poco como el Brexit. Los ingleses se han dado cuenta ya de que aquello que les contaban no era cierto, de que van a perder, pero en Cataluña la gente se ha creído todas esas mentiras y el encantamiento colectivo sigue. Cualquier político puede hacer la promesa que sea porque puede no cumplirla, que no la va a cumplir, y pese a todo no tiene que rendir luego cuentas a nadie. Es algo muy raro que todo se base en promesas de todo punto imposibles, y con el paso del tiempo seremos aún más conscientes de lo raro que es todo esto, pero es incluso más dramático que raro.
–¿A qué atribuye ese salto de escala del independentismo?
–Lo interpreto en una clave puramente economicista. Ciertos personajes necesitan seguir adelante con una política que se les ha acabado. Pero vamos a ver... ¡si Cataluña ya es independiente! Desde el punto de vista legal, del Código Civil, desde el punto de vista de las costumbres, de las tradiciones, de la lengua, desde tantos puntos de vista en Cataluña somos totalmente independientes, que lo único que ahora persigue esta gente es manejar ella sola el dinero, punto. Y quieren hacerlo porque la mayoría de estos políticos no tienen nada que hacer, o más bien no saben hacer nada, no serían capaces ni de trabajar. Y están pisoteando los intereses de la juventud, de nuestros hijos, por no saber hacer otra cosa que agitar la bandera.
–Hay quien dice que la tensión en la sociedad catalana se vive ya en el plano cotidiano y es terrible. Y quien dice que esa visión es interesada y la magnifican los medios de comunicación españolistas y que la convivencia es totalmente normal. Desde aquí a veces no sabe uno ya con qué carta quedarse...
–Desde el punto y hora en que el paisaje urbano ha cambiado, con lazos amarillos por todos lados, la tensión existe. Si limitáramos la discusión a los foros habilitados para ello, el Parlamento, el Senado, los gobiernos..., mira, todavía. Pero esa tensión está en la calle. No nos peleamos, no nos escupimos, pero tienes delante a personas que te están recordando, a cada paso que das por las calles de Barcelona, que la tensión y la división en la sociedad catalana existen. Las banderas independentistas y los carteles de presos políticos hasta en los edificios oficiales, el hecho de que las calles estén tomadas por esa simbología y de que las manifestaciones y los cortes de calles sean constantes, en cierto modo, todo eso es una agresión constante a quienes no piensan como ellos y a la libertad personal de los ciudadanos. Hay familias que ya no se sientan juntas a comer y si lo hacen y quieren tener la comida en paz, la política es un tema intocable. Quien sea ajeno a esa tensión será porque no quiere verla.
–Volvamos a los libros. Cuando alcanzó el éxito literario tenía usted ya una exitosa carrera como abogado y la vida resuelta. ¿Lo cura eso a uno de vanidades e ínfulas?
–Bastante. Tus expectativas en la vida son otras. Pero en cualquier caso yo siempre he procurado no caer en esa tentación del famoseo ni del menosprecio al que empieza o al que tiene menos éxito. No sólo es la edad, también hay un componente importante de carácter.
–¿Qué cosas se habría perdido si no hubiera tenido una carrera exitosa de novelista?
–No muchas, yo creo. Mi vida gira alrededor de mi familia, de mis amigos, de mis aficiones, y nada de eso ha cambiado en mi caso por haber triunfado. He viajado algo más, vale, sólo eso, tal vez.
–¿Vender más de 10 millones de libros en un panorama en el que una novela, incluso buena, incluso extraordinaria, puede vender 800 ejemplares y dejar contento a su editor, le permite a uno hacer lo que le dé la gana?
–En absoluto. Y menos en el mundo de la literatura. Esta novela así lo acredita. Sigo trabajando exactamente igual, tengo los mismos editores, los mismos correctores, los mismos problemas a la hora de redactar y de corregir y de controlar cuáles son los errores que al principio. No, no me puedo permitir extravagancias.
–No sé si existe alguna fórmula para vender 10 millones de libros, pero supongo que si existiera escribiría usted otro libro en vez de contármelo a mí...
–Mire, esto es como la fórmula de la Coca-Cola, que por lo visto es secreta, pero yo asumo que forma parte de la leyenda urbana: ¿cómo no va a haber un laboratorio que sea capaz de determinar que lleva esto, esto y esto? La fórmula de los libros está a la vista, desde la primera hasta la última página, quien esté interesado aquí la tiene [coge el libro]. Para mí la fórmula es escribir libros ágiles, en los que pasen muchas cosas y no estés en la página 60 presentando todavía a los personajes y donde para hablar de una rosa sólo hace falta decir que es una rosa. Por otro lado, escribir un buen libro es una condición necesaria pero no suficiente. Hay que tener fortuna, estar en el momento apropiado en el lugar apropiado, y en ese sentido yo he sido un privilegiado.
–¿Se confirma que sigue sin llorar cuando mata a algún personaje, a diferencia de lo que afirman otros escritores?
–¡Por supuesto! Coño, si ya sabes que lo vas a matar, a qué viene tanto teatro. No, mire, esas coqueterías de autor no van conmigo.
–¿Me explicaría qué es exactamente el mundillo literario?
–Es un mundo en el que cada cual defiende su espacio, fundamentalmente eso. La gente compra pocos libros, es una realidad, y si uno publica un libro y ese libro está al lado del tuyo... ¡ay! Hay críticos que son escritores también y, qué quiere que le diga, será porque soy abogado desde hace más de 30 años, pero que no me vengan con que son objetivos porque, para empezar, seguro que con la editorial en la que ellos publican no se van a meter. El mundillo literario son unos pocos señores que tienen una tribuna para vilipendiar o destrozar a los demás. Sin ir más lejos, en un artículo reciente de un cultural se hablaba de todos los libros que iban a salir: Pérez-Reverte, Vargas Llosa, etcétera, más de 40 libros. Bueno, pues el mío ni lo mencionaba. Eso es el mundo de la literatura. Un mundo muy endogámico en el que hay gente que se cree Dios por escribir. Y eso es lo que a mí más me repele.
–¿Diría que su éxito ha sido contemplado con más admiración o con más envidia?
–Ha ido variando. Al principio, con La catedral del mar, se llegó a decir incluso que no la había escrito yo, que había pagado para que me la escribieran. Que sería flor de un día, decían también. Pero qué ocurre: pasa el tiempo y sale tu cuarta novela, la quinta..., y todas van teniendo éxito y buena acogida por parte del público, entonces esas opiniones van variando. Lo cual hasta cierto punto me preocupa porque no quisiera acabar convertido en un autor literario; yo no quiero convertirme en Dios, quiero seguir siendo el mismo escritor calificado como comercial, no sé si para bien o para mal, pero esas son las distinciones que hacen las propias editoriales. Prefiero seguir siendo eso, un autor comercial que llega a la gente. O sea, que quiero seguir jugando en la Segunda División, y la Champions que la jueguen otros, ¡los dioses!
–Más allá del deseo de curarse, que se da por hecho, ¿han cambiado sus anhelos con la llegada de la enfermedad?
–La muerte siempre ha estado ahí, pero tú la puedes ver como un accidente, como una idea abstracta, algo que le toca al de al lado... pero cuando te dicen que tienes cáncer, y yo ya llevo dos metástasis, la muerte se planta ahí en medio y es algo con lo que tienes que convivir permanentemente. Los proyectos a largo plazo se convierten en cosas muy etéreas de repente. Yo no quiero morirme, y no voy a morirme, pero la expresión el año que viene la utilizo poco.
–Y pese a todo, aquí está usted haciendo la promoción...
–Es que no puedes parar, tienes que seguir trabajando, tienes que seguir relacionándote con tu familia, estando con tus hijos, con tus amigos, tratando con la sociedad, trabajando si tu situación te lo permite, y yo me lo puedo permitir. Lo que no puedes hacer de ninguna manera es quedarte en casa llorando y compadeciéndote. De hecho, ahora, durante los viajes me ha vuelto el anhelo de escribir otra vez. Ya comentaremos aquí otros libros, no le quepa duda.
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