Borgo | Crítica
Una mujer en Córcega
Enrique Morente con camiseta asomando por la camisa, chaqueta, zapatos de rockero que acaban en una prominente punta, gafas de sol... Es la imagen del cantaor granadino a la que, como fondo, hay que poner una calle del Albaicín o del Realejo. Nació en 1942. Tiempos donde las sacudidas de la postguerra convertía a los españoles de a pie en supervivientes del orden. Las cuestas del Albaicín no escapaban a estas reminiscencias, acentuándose más o menos en función de los claroscuros que las invadían.
Su infancia se desarrolló en un ambiente familiar, meciéndose en la voz de su madre y sucumbiendo en la de artistas locales como Juanillo el Gitano, Cobitos o la dinastía de los Habichuela. Sus primeras incursiones en la música acontecieron a muy temprana edad y con naturaleza ambivalente. Ejerció como seise en la Catedral de Granada y como avispado observador en las reuniones familiares y de vecinos. Después deambuló por medio mundo y fue el primer flamenco que consiguió llenar estadios de fútbol junto a los Lagartija Nick y con el disco Omega, Leonard Cohen y Federico García Lorca como estandartes.
Era un sabio que se puso el traje de cateto. La coquetería de Buñuel, pero al revés. En los últimos tiempos se dejó ver en escenarios de compromiso y reivindicación. Su última actuación en Granada se celebró el pasado 2 de marzo. Con el título Morente canta a las mujeres saharauis quiso mostrar su apoyo y solidaridad con la causa de este pueblo.
El concierto se realizó en vísperas de la Cumbre Unión Europea-Marruecos, pero el cantaor buscó el lado alternativo en los actos organizados por el movimiento de solidaridad con el pueblo saharaui.
Esa voz que se juega la vida/ esos ojos llenando el vacío/ esos dedos hurgando en la herida/ esa liturgia del escalofrío. /Ese orgullo que pide disculpas/ ese sentarse para estar erguido/ ese añejo sabor de la pulpa/ visceral del limón del olvido. /Esa revolución de la amargura/ese inventario de la mala suerte/ ese tratado de la desmesura. /Ese como, ese que, ese hasta cuando/ ese pulso ganado a la muerte/ ese Enrique Morente cantando".
Es el cantaor granadino a través de la pluma de Joaquín Sabina, quien le dedicó un sentido soneto en Ciento volando de catorce. Era un genio y, como tal, dado a las genialidades: "Cada vez me parezco más a mi perro", dijo en una ocasión sobre su cante.
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