Una huida hacia el color y la unidad
Magnifiques | Crítica de danza
La ficha
*** ‘Magnifiques’. Michel Kelemenis & Cie. Dirección artística, concepción general y coreografía: Michel Kelemenis. Música: Johann Sebastian Bach. Baile: Gaël Alamargot, Max Gomard, Claire Indaburu, Anthony La Rosa, Hannah Le Mesle, Marie Pastorelli, Anthony Roques, Mattéo Trutat, Valeria Vellei. Creación musical: Angelos Liaros-Copola. Iluminación: Jean-Bastien Nehr, Jade Rieusset. Vestuario: Camille Penager asistida por Sandrine Collomb. Escenografía: Pierre Baudin & Cyril Casano. Espacio, sonido y dirección escénica: Niels Gabrielli. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 13 de octubre. Aforo: Tres cuartos de entrada.
Tras un mes colonizado por el flamenco, el escenario del Maestranza se abre a la danza contemporánea con la compañía de Michel Kelemenis, un coreógrafo afincado en Marsella y forjado en el Centro Coreográfico Nacional de Montpellier, junto a su director y maestro, Dominique Bagouet.
Fue en dicha compañía donde Kelemenis empezó a destacar, creando, junto a otro de sus miembros, Angelin Preljocaj, la pieza Aventures coloniales (1984), antes de formar su propia compañía en 1987.
Como Bagouet -aunque sin el rechazo de este por lo psicológico-, Kelemenis ama la fluidez del movimiento y siente un gusto especial por las artes plásticas, cosa que deja patente en Magnifiques, tanto en las poses creadas por los bailarines a modo de frisos lineales como en las dinámicas melés de sus cuerpos.
La pieza, escindida en doce movimientos con algunos silencios, es absolutamente coral, a pesar de algún que otro solo y de un hermoso dúo masculino.
La huida del individuo hacia el otro y hacia el grupo es constante desde el comienzo, cuando un bailarín gira y gira sobre sí mismo hasta que los demás se incorporan a su movimiento, creando unos corros muy a lo Naharin y unos unísonos espectaculares casi de musical.
Es la energía de la juventud y de la vida la que trata de destacar el coreógrafo partiendo de un espacio vacío y del negro más absoluto para llegar, poco a poco, a la unidad, a la solidaridad incluso, y al color, primero con un círculo rojo en el suelo y luego con un original vestuario callejero de toda la compañía.
Y es innegable que el motor de esa energía que fluye y que lleva a los nueve intérpretes a bailar sin cesar y, al mismo tiempo, a buscarse, a tocarse, a levantar al de al lado cuando cae y a ovillarse cuando se siente solo, parte directamente del Magnificat, la composición litúrgica vocal más popular de Bach.
Una música tan poderosa que, a veces, parece que los bailarines solo pueden ilustrarla poniendo en juego todo su arsenal expresivo. Poco o nada, en nuestra opinión, añaden las composiciones electrónicas de Liaros-Copola.
Otro feliz ejemplo, sin duda, de la unión entre la música barroca y la danza contemporánea.
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