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Tras las huellas de Murillo

El autor especializado en literatura infantil y juvenil Fran Nuño invita a conocer la vida y la obra del genio en un libro ilustrado que plantea una ruta cultural por su ciudad natal

Tras las huellas de Murillo
Charo Ramos

03 de septiembre 2017 - 02:34

Sevilla/La vida de Murillo, como la de su paisano Velázquez, tiene aún muchos misterios sin resolver pese a la ingente bibliografía que han generado ambos pintores. Son precisamente esas lagunas e incógnitas las que le han servido al escritor y divulgador cultural Fran Nuño para conformar un libro breve pero delicioso, Descubriendo la Sevilla de Murillo (ed. El Paseo).

Rosa, la narradora de esta historia, tiene 11 años y vive con sus padres y su hermano menor, Miguel, en un barrio periférico de Sevilla. Su madre, profesora de Historia, prepara una conferencia sobre la vida y obra de Murillo y les propone realizar una ruta cultural. Buscar las huellas del artista en monumentos, iglesias, pinacotecas, casas y plazas es el punto de partida de unas crónicas amables y didácticas, ilustradas por Javi Baena, con las que Nuño nos invita a contemplar "en toda su grandeza y poder", como soñó Hans Christian Andersen, la ciudad natal y meridional del genio.

"Cuando tenía 15 años, el futuro pintor quiso cruzar el Atlántico y viajar a América"

Para darle tensión narrativa al relato, el autor se centra en las zonas de sombra, en lo que no sabemos con certeza de Murillo, que fue el más pequeño de 14 hermanos, hijo de un barbero cirujano que murió cuando él contaba 9 años. Un año después falleció la madre, cuyo segundo apellido (el primero era Pérez) escogería el artista para firmar sus obras.

"Bartolomé recibió las aguas del bautismo el 1 de enero de 1618 en una pila colocada en la hoy destruida iglesia parroquial de Santa María Magdalena, en la plaza homónima donde desemboca la actual calle Murillo, que hasta los años 40 del siglo XIX se llamaba la calle de las Tiendas", repasa Nuño en el inicio de esta singular ruta.

En la iglesia de la Magdalena se casará en febrero de 1645 con Beatriz de Cabrera, una joven nacida en Pilas cuya familia se dedicaba a la platería y que vivía con su tío Tomás de Villalobos en el mismo barrio que Murillo. Ese enlace permite a Nuño recoger otro misterio. "Fue una boda concertada y Beatriz, molesta, quiso cancelarla. Sin embargo, a los seis días se arrepintió y la pareja no sólo se casó sino que fue un matrimonio bien avenido y feliz que tuvo nueve hijos aunque sólo cuatro llegaron a la edad adulta. Murillo nunca se volvió a casar tras la muerte de Beatriz".

A los niños que protagonizan el libro les interesa más, sin embargo, saber si Murillo llegó a viajar a América. "Aunque fue un pintor que estuvo en Madrid y en Cádiz, apenas salió de Sevilla. Sin embargo, cuando tenía 15 años, en 1633, tenía previsto cruzar el Atlántico y nunca sabremos si cumplió ese sueño. Si lo logró, regresó al poco tiempo", refiere el autor de otros 40 libros, algunos de ellos ilustrados por el artista gaditano Enrique Quevedo, caso de El gran mago del mundo y Luces de Feria, que acaban de ser traducidos al chino, o como La máquina de las estaciones, vertido este año al portugués.

Fran Nuño, que también regenta su propia librería, ha podido testar en su trabajo como dinamizador cultural que a los menores les resulta muy curioso que Murillo se hiciera célebre con la serie de 11 lienzos que pintó para el claustro chico del convento de San Francisco, "un lugar que hay que imaginar porque ya no puede verse. Estaba en la Plaza Nueva, ante el Arquillo del Ayuntamiento, y era inmenso, pues llegaba hasta la calle Zaragoza. El convento se derribó en 1840 y los cuadros fueron expoliados por los franceses". Este encargo sobre el fundador de la orden propició que Murillo mostrara al gran público una visión más amable y menos trágica de la vida religiosa, lo que le consagró como pintor. "De toda la serie sólo queda un lienzo en Sevilla, San Francisco Solano aplacando a un toro furioso, debido a que estaba a la interperie y algo apartado del resto en el claustro, por lo que los invasores pensaron que no era de Murillo y lo dejaron en el Alcázar, donde almacenaban los cuadros que sustraían de las iglesias y conventos antes de enviarlos a Francia".

Algo parecido sucedió con La Santa Cena, una pintura de tan acusado tenebrismo que los franceses creyeron que no podía ser obra de Murillo y por eso permaneció en Santa María la Blanca. "Aunque a los pequeños lo que les fascina de la Cena es que Murillo se habría autorretratado en la figura de San Juan", continúa.

Más misterios que hilvanan este relato: dónde vivió y dónde murió. "Murillo se mudó muchas veces y los historiadores piensan que lo hizo para trabajar más cómodamente junto a las iglesias que le hacían encargos. Durante mucho tiempo se creyó que su última morada estuvo en la calle Teresas [actual sede del Instituto Andaluz del Flamenco] pero ahora se dice que no fue allí aunque sí muy cerca, en el mismo barrio de Santa Cruz".

Tampoco sabemos con certeza dónde está enterrado el pintor. "Hasta el último momento Murillo mantiene un misterio que llega hasta nuestros días porque la parroquia de Santa Cruz donde fue enterrado fue derribada en el siglo XIX y sus restos mortales están hoy en un lugar sin identificar de la plaza de Santa Cruz, como recuerda una placa colocada en 1858 por la Academia de Bellas Artes".

El libro incluye una breve guía de las principales obras del artista que quedan en Sevilla. No permanece en la ciudad, sin embargo, la obra favorita de Nuño: la Inmaculada de los Venerables, robada por el mariscal Soult y que se conserva ahora en el Prado tras ser devuelta a España durante la dictadura de Franco. "Es la Virgen que sirvió de modelo para el monumento de la Plaza del Triunfo, esculpido por Lorenzo Coullaut en 1918, y donde está incluido el propio Murillo junto a otros célebres personajes, como Miguel Cid, relacionados con el Dogma de la Inmaculada".

A Nuño le gusta explicar en sus rutas y actividades pedagógicas que, además del pintor religioso que conocemos, hay un Murillo social, comprometido y preocupado por los desvalidos, escasamente representado en las colecciones sevillanas pero muy apreciado en los museos extranjeros. "En aquella época no era frecuente pintar escenas no religiosas pero él tenía una adinerada clientela de comerciantes flamencos y de otros países de Europa que le demandaba esta pintura costumbrista. También los historiadores han recogido numerosos testimonios que confirman que Murillo ayudaba a repartir alimentos y estaba muy pendiente de los desfavorecidos en una ciudad que iniciaba una severa decadencia tras ser la capital del negocio colonial y que había sufrido la dramática epidemia de pese que mató a tantos de sus hijos. Sus cuadros de pícaros y mendigos son muy especiales".

La caridad como virtud teologal, pero también como motivo iconográfico, está muy presente en los cuadros que Murillo realizó por encargo de su amigo Miguel de Mañara, "un ciclo que contrasta poderosamente con las imágenes tétricas y patéticas de Valdés Leal, el gran pintor de Sevilla hasta que apareció Bartolomé Esteban", recuerda. De todas esas imágenes que sobrevivieron in situ a la rapiña napoleónica a Nuño le gusta especialmente la que representa a Santa Isabel de Hungría "porque me llama la atención el contraste entre su figura tan hermosa e idealizada y su entrega a los tiñosos y necesitados, es la plasmación perfecta de la caridad".

Retomando la idea de que Murillo se instalaba cerca de los conventos e iglesias donde tenía compromisos artísticos importantes, el que viviera en extramuros junto a la actual gasolinera de la Macarena, en la Ronda de Capuchinos, resulta de lo más sugerente para el público familiar. "Allí vivió durante tres o cuatro años para ejecutar, junto con sus ayudantes, la serie que le encargaron los capuchinos para la iglesia de su convento. Una placa recuerda todavía su estancia en esta zona fuera de la muralla de la Macarena. Los frailes, para que los cuadros no fueran sustraídos por los franceses, los enviaron a Cádiz. Regresaron tras la invasión napoleónica hasta que, por diversos avatares, llegan al Bellas Artes de Sevilla", continúa el escritor.

De todo este conjunto de Capuchinos, orgullo del principal museo de la ciudad, hay una imagen que en la imaginación popular se impone: La Virgen de la Servilleta. "Esta leyenda, que le encanta a los niños, dice que un día Murillo estaba desayunando en el convento de los capuchinos cuando un monje le pidió una Virgen para rezarle. Él se la pintó sobre una servilleta, que era lo que tenía a mano. No fue así porque el cuadro está realmente pintado sobre lienzo pero ha pasado con ese título a la historia", dice Nuño de esta obra maestra que el Bellas Artes restaura ahora en sus talleres para exponerla junto al Jubileo de la Porciúncula y demás obras en la reconstrucción del ciclo de Capuchinos que será una de las citas más ambiciosas del Año Murillo.

En la tienda del museo el libro de Nuño figura junto con las novelas de Eva Díaz Pérez y Andrés González-Barba y parte de la literatura científica sobre el pintor. "No están, sin embargo, mis dos textos de cabecera: Murillo. Sombras de la Tierra, luces del Cielo (Sílex), del maestro Enrique Valdivieso, y esa maravilla de don Diego Angulo, Murillo, que la Diputación de Sevilla haría muy bien en reeditar al hilo del IV Centenario".

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