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Su huella en Sevilla

Especial 'El joven Murillo'

Recorrido por las iglesias y conventos en los que Murillo desarrolló su carrera y aún hoy siguen atesorando un legado que sufrió el expolio francés de 1810

Su huella en Sevilla
Pedro Roldán

18 de febrero 2010 - 12:10

Nacido al final de 1617, Bartolomé Esteban Murillo fue bautizado en la pila de la destruida iglesia que hubo en la plaza de la Magdalena, y actualmente se encuentra en el templo que fue del convento de San Pablo. Entre ambos emplazamientos, tiene una calle con el apellido de la abuela materna del pintor, por el que es universalmente reconocido. Vivió cerca de la Puerta de Triana; después en la calle Corral del Rey, y de ahí pasó a dos viviendas en el entorno del convento Madre de Dios, más tarde a Santa Cruz, donde retornaría tras su larga estancia en la actual calle San Clemente, en San Bartolomé. En 1660 creó en el actual Archivo de Indias la que sería origen de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría. Y en la plaza de Santa Cruz debieron quedar las cenizas del pintor, tras la destrucción del templo.

En 1865 se erigió en la plaza del Museo la gran escultura en bronce de Murillo, obra de Sabino de Medina (existiendo una réplica en Madrid junto al Museo del Prado); y en la balaustrada del Palacio de San Telmo, otra figura del pintor se levanta entre la docena de sevillanos ilustres realizadas por el escultor Antonio Susillo. Los jardines de Murillo son el homenaje vivo que se le dedicó en 1918, junto a la plaza de Alfaro donde falleció, y la llamada Casa Museo de la calle Santa Teresa es el fallido intento de darle en 1982 una mayor proyección al genial artista.

Muchos lienzos del maestro del Barroco se encuentran repartidos por el mundo, aunque gran parte de su producción aún permanece en Sevilla; pues de los más de dos centenares de cuadros del pintor que había en la ciudad antes de la invasión francesa en 1810, apenas quedó medio centenar tras el expolio de las tropas napoleónicas. De las paredes del Museo de Bellas Artes, cuelgan fantásticos cuadros de Murillo, procedentes la mayoría de la desamortización de Mendizábal en 1840: del Convento de San Francisco se expone la Concepción Grande del altar mayor, que por su enorme tamaño resultaría difícil de transportar, pues los 13 lienzos pintados para el claustro chico salieron de la ciudad; la serie del Convento de Capuchinos para su iglesia se conserva casi íntegra a excepción de la obra principal de su retablo mayor; y del Convento de San Agustín se muestran varias obras…

La iglesia de Santa María la Blanca posee una cúpula con pinturas al fresco de Murillo, y de los cuatro lienzos semicirculares que tuvo solo quedan testimonio de las copias realizadas, pues aunque dos fueron devueltos por Francia en 1816, estos se quedaron en el Museo del Prado; pero en la nave izquierda sí permaneció la tenebrista La Santa Cena, al no ser considerada de Murillo, aunque San Juan se tiene por un autorretrato del pintor. En el Palacio Arzobispal está La Virgen del Rosario y Santo Domingo, tenida como la pintura más antigua datada del pintor. Y en la Catedral, otro grupo de obras decoran la Sala Capitular y la Sacristía Mayor, mientras en la capilla de San Antonio se encuentra el cuadro de La Visión de San Antonio, que con cinco metros de altura es el más grande de los que se pintaron en Sevilla. En 1874, este cuadro sufrió el robo de la parte correspondiente a la figura arrodillada del protagonista, que fue recortada, y reconocida en la ciudad de Nueva York por una persona que la compró y devolvió, pudiéndose observar la línea de unión del mismo después de su restauración. Y en una pequeña capilla junto a la puerta principal, está colocado el cuadro del Santo Ángel de la Guarda pintado para el convento de Capuchinos, que fue donado al templo mayor en 1814.

Pero merece una mención aparte la serie encargada por Miguel de Mañara para la iglesia del Hospital de la Caridad, donde se pueden contemplar los originales de Murillo y reproducciones de los lienzos que fueron saqueados en 1810 por el mariscal Soult. Dos de las seis pinturas originales de las Obras de Misericordia se conservan junto al presbiterio: La Multiplicación de los panes y los peces (dar de comer al hambriento) y Moisés haciendo brotar agua de la peña (dar de beber al sediento). Las otras cuatro son copias de los cuadros originales que están en diversos museos del mundo: La vuelta del hijo pródigo (vestir al desnudo) en la Galería Nacional de Arte de Washington; Abraham recibiendo a los tres ángeles (dar posada al peregrino) en la Galería Nacional de Ottawa; Curación del paralítico en la piscina (visitar a los enfermos) en la National Gallery de Londres, y San Pedro libertado por el ángel (redimir al cautivo) en el Hermitage de San Petersburgo. La séptima es el grupo escultórico del Entierro de Cristo (dar sepultura a los muertos) que preside el altar, realizado por Pedro Roldán. En el templo se conservan también otras tres obras originales de Murillo: San Juan de Dios, ayudado por un ángel, carga sobre sus hombros a un moribundo, para curarle en el hospital que ha fundado en Granada y Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos y dando de comer a los pobres, así como La Anunciación que preside el retablo del mismo nombre, y las más pequeñas pinturas del San Juan Bautista niño en el ático del retablo de San José y el Niño Jesús en el de Nuestra Señora de la Caridad.

En Sevilla, se recreó la iconografía de la Virgen Inmaculada, al pintarla Murillo con aspecto joven, el cuerpo erguido, vestida de blanco y manto azul celeste en vez del rosa anterior, en los numerosos y enormes cuadros de la Concepción que realizó. Hay una anécdota curiosa en torno a una de estas obras murillescas de la Inmaculada que en tiempos formaba parte del patrimonio del antiguo Hospital de los Venerables Sacerdotes, pues siendo visitada su iglesia por el mariscal Petain, recién finalizada la Guerra Civil española, preguntó a qué se debía el hueco vacío de uno de sus retablos, a lo que con toda la diplomacia posible le respondió su cicerone, el poeta Joaquín Romero Murube, que antiguamente había un precioso cuadro de una Inmaculada de Murillo que un antecesor del visitante (el mariscal Soult) se llevó a Francia en 1813 cuando las tropas napoleónicas estuvieron en España; impresionado, o tal vez avergonzado por la tropelía, prometió que ese cuadro volvería al sitio que le correspondía en cuanto regresase a su país, lo cual hizo enviándolo a España por tren junto a la también expoliada Dama de Elche el 8 de diciembre de 1940. Pero ambas obras se quedaron en el Museo del Prado, sin llegar a Sevilla el lienzo a pesar de las diversas gestiones y peticiones realizadas. Antes, en el París de mediados del siglo XIX, se cuenta que alcanzó el precio mas alto jamás pagado por una pintura en una subasta.

En 1918, costeado por suscripción popular, se erigió en la plaza del Triunfo un monumento neoclásico a la Inmaculada, obra del arquitecto José Espiau y Muñoz y del escultor Lorenzo Coullaut Valera; cuatro altas pilastras sostienen una imagen de la Virgen inspirada en la que fuera Inmaculada de los Venerables, y en su base las estatuas de cuatro grandes concepcionistas como el escultor Juan Martínez Montañés, el jesuita Juan de Pineda, el poeta Miguel Cid y el pintor Bartolomé Esteban Murillo, completan el conjunto, situado entre la Catedral, el Archivo de Indias y los Reales Alcázares, Patrimonio de la Humanidad.

Pedro Roldán es abogado y escritor.

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