La hora exquisita
SORAYA MÉNCID & MANUEL NAVARRO
La ficha
****Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Obras de G. Fauré, R, Hahn, P. Viardot, A. beach, L. Boulanger, C. Chaminade, M. Ravel, G. Rossini, V. Bellini, G. Donizetti y G. Meyerbeer. Soprano: Soraya Méncid. Piano: Manuel Navarro. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 2 de agosto. Aforo: Lleno.
Para quienes seguimos asiduamente la vida musical de la ciudad, el nombre de Soraya Méncid es conocido por su participación en el Coro del Teatro de la Maestranza y en las producciones de la Compañía Sevillana de Zarzuela. Pero se había hasta ahora prodigado muy poco en conciertos de cámara, con lo que su inclusión en el ciclo veraniego del Alcázar suponía una posibilidad inmejorable para escucharla en solitario. Y debo decir que el resultado fue una enorme sorpresa, por descubrir a una cantante de una solidísima técnica y de una enorme sensibilidad y musicalidad.
Optó para su recital por un programa en nada sencillo, pues combinaba la intimidad de la canción de concierto, con sus exigencias expresivas, con fragmentos de ópera muy demandantes en lo técnico y que piden un tipo de canto más expansivo y menos contenido. Un test, por lo tanto, completo para valorar una voz. Posee Mencid un registro de soprano lírico-ligera de timbre solar, brillante, penetrante, de seductor color en toda la gama, especialmente en un centro carnoso. Con un apoyo impecable, el paso de registro se hace imperceptible, lo que redunda en la naturalidad de la emisión y del fraseo. Su trabajo técnico le permite centrarse en la faceta expresiva del canto mediante el recurso a figuras técnicas como los reguladores, usados de manera elegante en las canciones. Así, fueron de la mejor ley los pianissimi con los que remató en notas largamente sostenidas canciones como “A Chloris” de Hahn (delicadísimo aquí el piano de Navarro, articulado en staccato como si fuera un clave). Su fraseo se reviste de elegancia y de refinamiento, declamando las líneas melódicas con atención suma a cada matiz y a cada acento, siempre desde el buen gusto como norte, lo que le hizo firmar una serie de canciones impecablemente cantadas, tanto desde la intimidad (“L’heure exquise”, con su limpio salto a la octava aguda sobre “bien-aimé”) como desde la emotividad más a flor de piel de “Die Sterne” de Viardot.
Los resortes técnicos del bel canto la llevaron a triunfar igualmente en las exigentes piezas operísticas de la segunda parte. Allí pudo Méncid mostrar su control de las coloraturas y de la agilidad en las arias de Il turco in Italia y de Don Pasquale (limpios trinos, martellato, picados, escalas), pero también la morbidez de su línea de canto a flor de labios en los fragmentos de I Capuleti e I Montecchi y de Robert le Diable, con un patetismo contenido y una sensibilidad expresiva inmejorables.
Navarro mostró el gran pianista acompañante que es, capaz de dialogar de tú a tú con la voz desde la emotividad de Die Sterne (soberbio crescendo) o de The year’s at the Spring; o desde la intimidad de las canciones de Fauré y Hahn merced a la sutilidad de su pulsación y su uso del pedal una corda. En solitario nos regaló una delicada y cuidada versión de la Pavana para una infanta difunta de Ravel, que en el programa figuraba por error como la Pavana op. 50 de Fauré.
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