Sevilla da luz al legado del "tito" Manuel Molina
Más de 60 artistas, como Manolo García, Smash, Esperanza Fernández o Ricardo Miño, recordaron ante un FIBES abarrotado las distintas facetas de este artista “irrepetible” que, como decía en el documental que abrió el homenaje, “prefería morir a no cantar”
Sevilla/La vigencia del cante de Manuel Molina y lo atemporal de su mensaje se percibió rápidamente este viernes en el homenaje que más de sesenta artistas del flamenco y otras músicas le rendían en FIBES al maestro del compás pausado y la poesía de tres versos. Del mismo modo que se notó en el entusiasmo de un público intergeneracional y ecléctico que llenó las más de tres mil butacas del auditorio en una gala benéfica a beneficio de su hijo Manuel Molina, con síndrome de Asperger.
Así, nueve años después de su despedida, donde pidió "que nadie fuera a llorar porque es más hermoso cantar, aunque se cante con pena", aquí la nostalgia por su ausencia -representada con una silla vacía y una guitarra iluminadas a un lado del escenario- no impidió que se contagiara un ambiente festivo en el que se quería recordar a un “artista irrepetible e inolvidable" y una de las figuras más personales, creativas y libres del arte jondo que, como advirtió en el extracto del documental que abrió la noche "sin cantar no podría vivir, ni quiero”.
Sin embargo, a tenor los desiguales aplausos, se percibía que muchos acudían atraídos por un llamativo cartel que anunciaba a populares artistas como Manuela Carrasco, Farruco, Israel Fernández, Antonio Canales o el cantautor Manolo García, que interpretó el mítico Todo es de color antes de rememorar la primera vez que con catorce años se escapó a Barcelona para verle actuar con los Smash “en unos tiempos en los que la música era subversiva” y culminar con sus Pájaros de barro.
En este sentido, y pese a que “lo que más detesto en la vida es la monotonía”, decía Manuel en el vídeo, el concierto, que arrancó con media hora de retraso entre palmas impacientes, se presentó como una larga e irregular noche en la que se fueron encadenando actuaciones con tediosas transiciones que provocaron un trajín de entradas y salidas entre los espectadores, que a estas horas se acordaban inevitablemente de la cena.
La emoción inicial se fue transformando en cansancio cuando en este recorrido que buscaba retratar “todas las facetas de Manuel”, como anunció Pepe Da Rosa, a las 22.45 horas apenas habíamos salido de esos inicios de rock psicodélico y bluseros. A partir de las 23 horas dio comienzo “el bloque musical” que tuvo como protagonistas al guitarrista Rycardo Moreno, el pianista Pedro Ricardo Miño, que desató una ovación por su jondura, y la cantaora Esperanza Fernández, que se acordó del Romero en flor y Río de mi Sevilla.
Casi tres horas después de las 21 horas se anunció un descanso de diez minutos que daría comienzo a la "segunda parte" donde se esperaba aún a Israel Fernández, María Terremoto, Antonio Canales, Manuela Carrasco, Diego del Morao o Josemi Carmona, entre las figuras destacadas del cartel.
Claro que, como advertía Manuel desde la pantalla, “el flamenco es una forma de sentir, una forma de vivir y una forma de buscarse la vida”. Y, al final, quienes se habían reunido de manera desinteresada en esta cita y quienes pagaron la entrada por una buena causa supieron entender los desajustes y agarrarse al espíritu de este maestro de tantas generaciones. En el sitar de Gualberto, en esas letras de José Caraoscura arropadas con el bajo de Pepe Bao, en esas bulerías del piano de Pedro Ricardo Miño o en las que improvisó Fran Cortés acordándose de Triana y de su padre Chiquetete. Y, por supuesto, en esas emotivas bulerías junto que le cantó a Pepa Montes en ese Giraldillo al Momento Mágico de la Bienal de Flamenco, que la bailaora, quien se disculpó por no poder bailar por una dolencia, quiso ver de nuevo proyectada.
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