Hombres G en Sevilla: contra lo inevitable del tiempo

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Hombres G deleitó con su emblemático repertorio en una nueva edición de Las Noches de la Maestranza

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El grupo Hombres G durante su actuación en Noches de la Maestranza. / José Ángel García

Una luna semejante a una uña coronaba el escenario de una nueva edición de Las Noches de la Maestranza. Era la misma luna de la noche de septiembre en Sevilla; la luna que le va rasgando al verano sus últimos días.

Se despide una estación del calendario y aparece -nunca se marcha- el tiempo que lento erosiona. Se supone que para aliviarnos esta certeza tan deprimente inventamos la música -o la pintura, o el cine, o los libros-: con todos ellos pretendemos vencer las severidades del tiempo, superar los parámetros temporales, detener lo que no se detiene. La música se escribe con el lenguaje de una época, pero su propósito es que no sea de ninguna -creo que algo similar escribió ya Juan Bonilla-. El caso es que este es un mérito al que pocos llegan. Hombres G está entre los que lo han logrado. Entre los que han hecho de su música un vaso, elaborado con el material de cualquier tiempo, que nos sirve para beber un tiempo presente. Y para recordar un tiempo pasado.

Hablando de tiempos y tal, y en otro registro menos pretencioso, un apunte: Hombres G actuó en la plaza de la Maestranza de Sevilla -en las noches de la Maestranza- con veinticinco minutos de retraso. Minutos en los que el público se iba poniendo nervioso. Silbando. Tocando palmas. Sutiles protestas. Nada importó: todo se arregló en cuanto el grupo salió al escenario -energía, fuerza- con Voy a pasármelo bien: “Hoy me he levantado dando un salto mortal. / Echado un par de huevos a mi sartén”. Primeros versos con los que el público paisano se levantó de sus asientos, de las gradas de la plaza de toros, convertida ya en un coso en el que se daban capotazos a lo negro de la melancolía. “Estoy feliz de estar en la Sevilla de mi alma”, aseguró David Summers en cuanto concluyó la mítica canción.

Continuó el recital de las canciones memorables, de las apuestas seguras: fue el turno de El ataque de las chicas cocodrilo. Letra seguida por un ambiente de gente guapa, de gente que acude a las reuniones del veinticinco aniversario de su promoción en la facultad; gente que tiene la suficiente experiencia como para marcharse pronto de la fiesta y el bagaje necesario para no temer al ridículo en un baile desinhibido al son de estos Hombres G. Es esa mediana edad. Es ese justo medio. Prudencia y sabiduría. Estupenda combinación para ir tirando lo que nos quede.

Con Un par de palabras destacaron el sonido de las guitarras, los compases de la batería, los acordes de un tema que Sevilla acompañó. Otro tono llegó con Te necesito. Más pausado. Más calmado. Las sillas blancas del coso acogieron de nuevo a sus huéspedes, y por las gradas de la plaza se sentó el personal de aquí y de allá. Quedaron de pie los hijos de aquellos que en su día escucharon a Hombres G en una España en la que casi todo estaba por hacer. Esa España cuyos códigos han pasado y a su vez perduran. Hombres G forma parte de ese catálogo que conforma lo fundacional de una cultura.

Durante toda la noche predominó ese ambiente de reencuentro, de lugar en el que has sido feliz -y al que, como advirtió el poeta Félix Grande, no debieras volver jamás-. Fue un concierto como de conversación con aquel o aquella que pudo ser y nada fue; aquel o aquella con el que te preguntas qué hubiera sido si.

“Esta ciudad es como mi segunda casa”, confesó Summers, quien recordó su vinculación con la ciudad de Sevilla a través de la familia. Tras el breve discurso sonó Te quiero. Despliegue de flow desde el saxofón y la trompeta.

Los que saben de esto dicen que el mainstream es lo más difícil. Que ese concepto de la cultura pop, de la cultura de masas, es lo más complejo. Por ejemplo: canciones como No te escaparás -que el grupo interpretó al cumplirse una hora de concierto-. Son esos temas que se aprenden las familias, esos que suenan en las radios generalistas. Nos explican que dominar esos registros es el mérito mayor de un creador, de un artista. Hombres G sobresale en ese difícil ámbito. Quedó demostrado en esta festiva, en esta celebrada, noche en la Maestranza.

La fiesta se animó aún más con Marta tiene un marcapasos. Total entusiasmo entre el público. “Marta tiene un marcapasos / que le anima el corazón / no tiene que darle cuerda, / es automático”. Tras terminar, Hombres G se despidió del escenario. Nadie se lo creyó. Palmas al compás. Otra, otra. Unos minutos de impaciencia. Y lo esperado: David Summers volvió al escenario. Sonó Temblando.

El final del concierto lo pusieron los clásicos Venezia y Sufre mamón. Esos vasos hechos de una materia sin tiempo. Esos vasos en los que bebemos cuando queremos olvidar lo inevitable del tiempo.

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