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El hombre que logró superar los límites de lo decible y mostrable

En la muerte de Claude Lanzmann

Aunque no hubiera rodado nada más, sólo el monumento estremecedor que es 'Shoah' le habría bastado a Claude Lanzmann, fallecido ayer en París a los 92 años, para pasar a la Historia del Cine

El cineasta y escritor Claude Lanzmann. / D. S.
Carlos Colón

06 de julio 2018 - 06:00

Sevilla/Lo más importante es destacar qué representa Shoah (1985), la obra maestra del genial documentalista Claude Lanzmann, fallecido ayer a los 92 años, un monumental trabajo de historia oral de diez horas de duración, no sólo en la historia del cine sino de la Humanidad, en cuyo más oscuro fondo nadie logró descender tanto como él. Como memoria del exterminio Shoah se sitúa entre Noche y niebla (1955) de Alain Resnais y El hijo de Saúl de Làslò Nemes (2015).

Mis padres nunca olvidaron la tarde de 1956 en la que fueron al estreno de Nuit et brouillard (Noche y niebla) en un cine de Tánger. El documental de Resnais mostraba por primera vez imágenes de los campos de exterminio. Las más duras pertenecían a las tomadas por Sidney Bernstein, el cámara que entró con las tropas de liberación en Bergen-Belsen. En las puertas del cine tuvieron que instalar equipos de asistencia sanitaria para atender a los supervivientes o familiares de víctimas que se desmayaron.

El título hacía referencia al decreto Nacht und Nebel del 7 de diciembre de 1941, primer paso hacia las políticas de exterminio adoptadas tras la conferencia de Wansee que el 20 de enero de 1942 puso en marcha la maquinaria de la Solución Final: el exterminio industrial de seis millones de judíos. La película de Resnais fue prohibida en el Festival de Cannes porque sus imágenes podían perjudicar la reconciliación franco-alemana y aparecían policías franceses deteniendo a los judíos. La Guerra Fría y los proyectos de unión europea aconsejaban olvidar la desnazificación, considerar el nazismo obra de unos locos que engañaron a un pueblo inocente y ocultar las imágenes más atroces de los campos de exterminio.

Un fotograma de 'Shoah' (1985). / D. S.

En 1946 las filmaciones de Sidney Bernstein sobre los campos, editadas por él mismo con la ayuda de Alfred Hitchcock y Sergei Nolbandov con el título German Concentration Camps factual Survey, fueron prohibidas para "no excitar el odio contra Alemania". Sólo recientemente el British Film Institute y el Imperial War Museum han hecho su reconstrucción presentándola en los festivales de Berlín y Venecia de 2014.

Por su parte el cine de ficción nunca pudo dar razón del Holocausto hasta La zona gris de Tim Blake Nelson (2001) y, sobre todo El hijo de Saúl de László Nemes (2015). La apreciable La lista de Schindler de Spielberg (1993) ocultó los aspectos más horrendos para reforzar su carácter pedagógico. El mayor problema es que el horror del Holocausto no puede ser dicho (y esto fue una tortura para los supervivientes: el lenguaje humano conocido no podía expresarlo) ni ser filmado sin trivializarlo. El más horrendo crimen de la historia de la Humanidad –por la aplicación de la más avanzada racionalidad tecno-científica al exterminio total de un grupo humano– excedía las posibilidades de lo decible y lo filmable. Por eso Claude Lanzman aborreció todas las películas sobre el Holocausto ("llorar viéndolas libera, desahoga", decía) y sólo aprobó El hijo de Saúl, rodada en primer plano con las cámaras de gas y los crematorios desdibujados al fondo.

No hay en su obra maestra voz en 'off', ni música, ni recreación documental, ni contraplanos: sólo víctimas, verdugos y testigos hablando ante la cámara

Lo que ha hecho de Lanzmann –judío perseguido, miembro de la Resistencia, amigo y colaborador de Sartre, redactor de Les Temps Modernes, amante de Simone de Beauvoir, periodista, escritor y cineasta– un nombre histórico del cine es haber logrado superar los límites de lo no decible y lo no mostrable. Durante más de diez años entrevistó y grabó a víctimas, testigos y verdugos. No hay voz en off. No hay imágenes documentales. No hay contraplanos. No hay música. Sólo personas hablando ante la cámara. El lugar en el que toma forma Shoah (Lanzmann, como muchos judíos, prefirió esta palabra, que significa la catástrofe, a holocausto, que tiene un sentido sacrificial) es la mente de su espectador, acosada por las palabras y los rostros de los hablantes. La memoria de lo ocurrido se hace así cosa propia, angustia personal no redimible por las lágrimas, horror y miedo no atenuados por su racionalización o explicación histórica, paralización hipnótica que no permite la huida. Una experiencia inolvidable. Nunca se ha ahondado tanto en el horror como durante la entrevista al peluquero que fue sonderkommando.

Lanzmann, en un antiguo 'lager' nazi en una imagen de su documental 'El último de los injustos' (2013). / D. S.

Tras esta obra maestra monumental y única, Lanzmann se planteó abandonar el cine. "Pensé que jamás volvería a hacer una película después de Shoah, un filme épico con un único protagonista, la muerte. Así que entregué todo el material al Museo del Holocausto de Washington para que se conservase en un lugar seguro. Yo no tenía fuerzas para seguir". Sin embargo este hombre duro hasta la aspereza siguió e hizo cinco películas más sobre el exterminio, presentando la más demoledora de ellas, El último de los injustos, con motivo del homenaje que en 2013 le tributó el Festival de Cine Europeo de Sevilla, ciudad que visitó en varias ocasiones, siendo entrevistado para el Grupo Joly por el compañero Alfonso Crespo.

No era creyente. Pero nada impide poner una piedra sobre su tumba en agradecido homenaje judío a quien ha dejado en herencia el más formidable documento sobre el intento de aniquilación de su pueblo.

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