El hombre de la multitud

Galaxia Gutenberg publica la última obra del historiador australiano Christopher Clark, Primavera revolucionaria, una exhaustiva indagación, de amplia perspectiva, en los orígenes del mundo político y social contemporáneo

El historiador australiano Christopher Clark (Sidney, 1960)
El historiador australiano Christopher Clark (Sidney, 1960)
Manuel Gregorio González

18 de agosto 2024 - 06:00

La ficha

Primavera revolucionaria. Cristopher Clark. Trad. Eva Rodríguez Halffter. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2024. 984 págs. 44 €

El historiador australiano Chirstopher Clark se dio a conocer entre nosotros, hace ahora diez años, con una obra extraordinaria, Sonámbulos, también editada por Galaxia Gutemberg, donde se exponía, de modo puntual y novedoso, a través de la comunicación diplomática, la forma en que Europa se deslizó hacia la Gran Guerra, sin apenas ser consciente de ello. Pudiera pensarse que Clark, como historiador australiano, aunque afincado en Gran Bretaña, ofrecía una visión global, más pertinente y ajustada, que se debía a su condición de «observador externo». Sea esto acertado o no, relevante o irrelevante, lo cierto es que Clark vuelve a adoptar dicha perspectiva -la europea- para analizar los numerosos movimientos, no solo de carácter popular, extraordinariamente heteróclitos, que dieron fundamento a la «primavera de las naciones»; es decir, a la revolución de 1848, de la que nacería la Europa política y social que hoy periclita, a juicio del historiador.

Clark expone en esta obra las nuevas fuerzas históricas que colisionarían en 1848, dando paso al mundo actual

Son muchas las similitudes que, según Clark, equiparan la Europa de 1848 con el mundo actual. «Si se acerca una solución revolucionaria (y parecemos estar muy lejos de una solución no revolucionaria a la 'policrisis' a la cual nos enfrentamos en la actualidad), puede que sea algo similar a 1848: mal planificada, dispersa, desigual y plagada de contradicciones». Es este carácter azaroso, disperso, contradictorio y desigual de los movimientos europeos, posteriores a la derrota de Napoleón, y anteriores a 1848, el que Clark expone en esta obra, de manera detallada, atendiendo tanto a las nuevas fuerzas en colisión que en breve precipitarían en las revoluciones (la formación de las actuales ideologías políticas, las reclamaciones censitarias, el parlamentarismo liberal, los sentimientos nacionales, la emergencia de la mujer como sujeto político y social, la cuestión del esclavismo, la reciente ciudadanía de los judíos...), como a sus consecuencias posteriores, a favor y a la contra de tales exigencias y novedades, pero que conformarían, de modo perdurable, una Europa otra, con importantes repercusiones y ecos en todo el mundo.

No espere, pues, el lector, una visión meramente francesa de un hecho social y continental que excede, con mucho, el ámbito local y el foco unitario de un vasto y profundo proceso. A tal respecto, recuerda Clark que, a la hora de ejuiciar la revolución del 48, Tocqueville y Marx señalaron una parte de teatralidad, de emulación de la revolución del 89, que en el caso de Tocqueville quedaba fuertemente matizada, al detectar, no obstante los parecidos obvios, «la terrible originalidad de los hechos». Estos hechos implicaron tanto un carácter multitudinario de las reclamaciones, como unas nuevas formas de arbitrar y ejercitar el poder, que concernian a las monarquías y a las repúblicas censitarias, a la distinta consideración de las clases e intereses sociales, pero también, y en no menor medida, a los nuevos credos políticos y a las aspiraciones nacionales (Italia y Alemania son los ejemplos paradigmáticos de tales aspiraciones, resueltas de distinto modo por sus respectivos actores), cuya aceptación o cuyo rechazo habrá de contar con un agente que se perfeccionará dramáticamente en el XX, cuando la multitud, las multitudes airadas o no, determinadas o erráticas y atemorizadas, se conviertan en las masas que atronaron la primera mitad del siglo pasado.

La excelencia que cabe atribuirle a Clark es aquella que le hace acudir a la explicación de lo complejo y multiforme, no desde una óptica más o menos doctrinaria, que busque un nervio caudal de los hechos; sino desde la exposición de los diferentes nudos humanos, de los distintos, y aún encontrados, procesos históricos, religiosos, políticos, sociales, científicos y de todo orden, de los que resultará la novedad impremeditada del mundo posterior a tales sucesos. A ello debe sumarse, como ya hemos dicho, su decidida óptica continental, en la que se aglutina y se explica, de modo mucho más claro y eficiente, lo que antes se ha querido explicar como fruto de excepcionalidades y procesos aislados, en la que la historiografía española, por ejemplo, ha sido bastante fértil, dentro y fuera de sus fronteras. Es este mismo carácter trasnacional y pluridireccional el que parece unir la crisis de 1848 con la actual, y el que hace de Primavera revolucionaria un libro determinante, iluminador y sugestivo.

Poe, Azaña, Benjamin

En junio de 1900, el joven Manuel Azaña defenderá su tesis, presentada en abril anterior, en la Universidad Central de Madrid; tesis que llevaba por título La responsabilidad de las multitudes y que no haría sino trasladar al ámbito del derecho aquello que de un modo poético, nocturno, misterioso, había consignado Poe en uno de sus relatos: El hombre de la multitud (1840); esto es, la multitud como realidad giróvaga y autónoma, hija de la urbe, cuyo movimiento, cuya propia existencia, parecen ser distintas, y aun contrarias, a las del individuo. Cuando Benjamin publica La obra de arte en la era de su reproducción técnica (1936), la masa como entidad autónoma y señera, el arte como hecho de disfrute masivo, es ya una realidad, de apariencia porvenirista, que pronto se mostraría en su compleja e inhóspita realidad, analizada con solvencia, poco después, por el psicoanalista Erich Fromm. Aquella colosal fuerza histórica, en su plural y agitado nacimiento, es la que expone Clark, sustentada o sujeta por los distintos condicionamientos que le darán su ser, en esta obra ponderada y excelente, Primavera revolucionaria. La lucha por el mundo nuevo. 1848-1849.

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