Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Sombra sosegada
Son estos meses de julio y agosto una especie de paréntesis en el año. Una interrupción. El verano es el tiempo de la vacación, es decir, es la época en la que suspendemos nuestras obligaciones y descansamos –estamos desocupados, si atendemos a la etimología de la palabra–. Por ese momento que marca un cese, una ruptura, la vida toma otro ritmo. Así en la infancia, cuando las tardes son inmortales y entretenidas, o en la primera adolescencia, con esa sensación de horizonte inalcanzable en días sin horarios, o en la juventud, viviendo viajes que todos recordaremos. El verano es propicio a dejarnos huellas en nuestra vida personal. Una huella que, en el caso de los creadores, puede ser germen de obras, de ideas, de nuevos proyectos. Sobre esa explicación acerca de qué es esta estación tan significativa se construye la conversación con el escritor Antonio Agredano, quien, para empezar, confiesa que “en verano decidimos quiénes somos”.
Para el autor de libros como Prórroga o En lo mudable, el verano es, sobre todo, un lugar y una nostalgia –porque todos tenemos un lugar y una nostalgia para esta época–. Ya sea en el pueblo, en la costa, en una ciudad lejana. El sitio de referencia del escritor, donde él ubica el sustantivo verano, es el Parque Figueroa, en Córdoba, la ciudad natal de Agredano. “Parque Figueroa, el barrio donde me nací, es un sitio muy veraniego por una razón: tiene una piscina gigantesca. Cuando en Córdoba, por cierto, apenas había piscinas en los barrios”. Agredano asocia aquella piscina a la infancia que se fue y que guarda con cariño en la memoria. La piscina del barrio cordobés de Parque Figueroa es la nostalgia de aquella “verbena veraniega a las que se iba con la niña que te gustaba. En esa edad en la que tener una novia era simplemente dar la mano a una niña”. “El verano me lanza a la infancia y a la adolescencia”, afirma el escritor.
Es así: estos meses son más que un tiempo o un espacio. Son momentos que imprimen carácter, que van sedimentando el poso de una biografía. Relacionamos estos momentos con lo feliz, con lo agradable, pero Agredano nos suma un nuevo enfoque: el niño al que no le gustaba, por complejos, bajar a la playa, y se resguardaba en la sombrilla. Es decir, el verano, que es ante todo ocio, proporciona dispersión, recreo, pero también alberga otras interpretaciones –más ásperas-. Como la que nos detalla el escritor: “A mí me pasaba una cosa de pequeño, y es que he sido un niño gordito. Odiaba por tanto ir a la playa, y odiaba quedarme en bañador, pues veía los cuerpos fibrosos de los nenes. Lo que yo hacía en la playa era refugiarme en la sombrilla, y me dedicaba a leer”.
Esas lecturas de ayer –ese refugio– son el origen de la mirada del autor de hoy. Aunque estos libros no fueran los que “marcaron” a Antonio Agredano, el escritor sostiene que son aquellos que le iniciaron en la curiosidad lectora. Fueron títulos que, si bien no orientaron la personalidad literaria del escritor, sí supusieron un eslabón de la cadena. “Creo que tiene que haber momento en el que el niño debe leer un libro amplio, grande, con profundidad, para darse cuenta de que puede leer grandes novelas, o poesía, por citar otro género”, indica el autor, para quien el verano es la estación lectora, en lugar del otoño o del invierno. “Los veranos me parecen más literarios. Sin duda más impredecibles que los inviernos –y las cosas predecibles deberían irritarnos a los escritores–. Ese tono melancólico de los otoños o los inviernos me resulta muy aburrido. Está más trillado. Considero que los veranos son más extraños, y tienen más aristas”, argumenta.
La ausencia de obligaciones, los días ociosos, el tiempo libre. Son circunstancias que facilitan la creación, que ayudan a concentrarse en la obra –pintura, guiones, novelas, canciones–. Sin embargo, no es este el caso del escritor Antonio Agredano. “Para mí el verano nunca ha sido un momento favorable para la creación. Nunca. Por varias razones: primero, porque el calor me afecta al carácter, es decir, me convierto en un hombre huraño. Malhumorado. Y segundo, porque jamás he tenido mucho tiempo en verano. Es más: me gusta trabajar en verano. Casi siempre me cojo las vacaciones más en otoño”, relata el autor, quien aprovecha un breve inciso para manifestar una categórica animadversión hacia los chiringuitos de playa. “No me gustan los chiringuitos. Soy un hombre, aunque todo el mundo piense lo contrario, al que no le gustan los chiringuitos. Porque odio beber y comer con calor. Ese concepto del bañador, del sol, de la arena que quema… Y comer y sentirte saciado y tumbarte en la arena… Qué va, huyo de ello”.
En el verano, el autor cordobés prefiere leer a escribir. Leer novelas, ensayos o poemarios “difíciles”. Agredano leyó El Señor de los Anillos con doce años –“cuando aquello era una cosa rarísima”, aclara– y ahora dedica las horas veraniegas a esos nombres que no encajan con el concepto de lectura ligera. “Cuando he tenido tiempo, cuando he tenido vacaciones más estandarizadas, leer ha sido fundamental. Pero leer con el propósito de acometer grandes libros. Estos meses te permiten un estado mental que te anima a leer libros más ambiciosos. Al menos a mí”, asegura. Las lecturas veraniegas de Antonio Agredano no se corresponden con novelas de aventuras o thrillers convencionales. Con los autores suele suceder así: en el verano se sumergen –por usar un verbo acorde- en las grandes obras.
La charla está terminando. Pero antes apuntamos las últimas observaciones –agudas, inteligentes– de Antonio Agredano: el verano como tiempo sobre el que se sustenta aquello que eres y que te define. Se podría prescindir de todo lo que ha rodeado nuestras vidas, quedarnos tan sólo con el verano, y aun así no nos faltaría materia para escribir una memoria personal. La que a cada uno nos acompañe en nuestros recuerdos. “El hombre que soy se construyó en verano, y eso que odio el verano. En esta época uno tiene que decidir muchas cosas. El otoño o el invierno te ven llevando más de la mano. Te guían. Te marcan pautas. Pero es con el tiempo libre cuando uno tiene que tomar decisiones. Y cuando uno toma decisiones, madura”, señala el escritor.
Agredano se despide con una conclusión: la idea de tiempo circular que contiene el verano. De aquellas vacaciones en las que fuimos niños hasta aquellas otras en las que, pasados los años, somos adultos. “Aún recuerdo cómo me llevaban en un Seat Málaga… y ahora soy yo quien lleva a mi hijo. Ahora vivo el verano en el que eres padre, y lo cierto es que soy como una vez fue mi padre”, concluye el escritor.
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