El hombre de Weimar
Conversaciones con Goethe | Crítica
Athenaica publica la traducción que Francisco Ayala hizo, desde su exilio americano, de las célebres y extraordinarias 'Conversaciones con Goethe' de Eckermann, obra que adquiriría un particular significado político para el granadino.
La ficha
Conversaciones con Goethe. J. P. Eckermann. Traducción y prólogo, Francisco Ayala. Athenaica. Sevilla, 2022. 560 págs. 35 €
Las Conversaciones con Goethe ya contaban con la espléndida edición que Rosa Sala Rose hizo para Acantilado en 2005, y cuya novedad en las letras españolas fue recibida con la admiración oportuna. Esta nueva edición de las Conversaciones..., diecisiete años después, viene a completar, en cierto modo, aquella recepción moderna en español de la obra de Eckermann, por cuanto traen a la actualidad, no solo la inagotable fascinación de Goethe, en cuyo arte se resume, colosalmente, el tránsito del orden ilustrado al escalofrío romántico; no solo la extraordinaria figura de Eckermann, cegada por el esplendor goethiano, sino una cuestión más próxima a nosotros, cual es la interpretación que hacía su traductor, Francisco Ayala, de la impronta de Goethe y los motivos para su futura vigencia. Vigencia que, como veremos luego en un aparte, viene referida al carácter belicoso de los nacionalismos.
A esta pertinente apreciación de Ayala, de inexcusable y tediosa actualidad, deben sumarse algunas consideraciones del granadino, cuya intención no es tanto la de ponderar la figura de Goethe en Weimar, cuanto la de señalar el notable artificio sobre el que se sustenta este “retrato del natural”, obra de Eckermann. Quiere decirse, pues, que Ayala recuerda al lector una cuestión, no por evidente, menos valorada: la significación y el carácter literario de estas Conversaciones... También cierto uso espurio del maestro por parte del discípulo; uso cuyo carácter biunívoco no es posible, en cualquier caso, ignorar. Fernando Savater, en su prólogo a La vida del doctor Samuel Johnson, obra de James Boswell, dice algo al respecto de este posible matiz indecoroso en las provechosas relaciones del biógrafo con el biografiado: “Nada más edificante que comprobar -escribe nuestro filósofo- cómo personas indecentes fueron capaces de algo mejor que la decencia”. Lo cual sería de perfecta aplicación en el binomio Eckermann/Goethe, tanto más cuanto que Eckermann estaba, en buena medida, continuando con el gran hallazgo cultural del escocés: el complicado y espinoso género de la entrevista.
En tal sentido, debe consignarse otra peculiaridad de Eckermann que es tributaria lógica de su siglo. Al carácter documental de las Conversaciones..., como valiosa fuente primaria, o casi, del Goethe espléndido y crepuscular de Weimar; a la naturaleza literaria de esta obra, que señala una inusual pericia en los diálogos y en la ordenación pertinente de una erudición -la de Goethe, por supuesto, pero también la de su sobrevenido discípulo-, en absoluto desdeñables; a este doble valor biográfico/literario, repito, cabe anteponerle otra revelación de carácter histórico y sociológico, que se presenta ya desde la propia introducción del autor, y que es la de encubierta biografía “burguesa” del biógrafo, el cual no dejará de señalar, a lo largo de estas maravillosas e inagotables páginas, la naturaleza y el monto de sus logros, siendo, como era, el humilde hijo de unos artesanos rurales. Este orgullo por ser el hijo de “villanchones redondos”, como dirá de sus padres el autor de la primera autobiografía burguesa de la Historia, la Vida de don Diego de Torres Villarroel, esta reclamación de la valía propia del individuo, no solo dará una idea más profunda y más veraz de Goethe y del propio Eckermann, sino de la singular relación entre ambos hombres, establecida gracias a las novedades habidas en el XVIII y el XIX.
Como ya hemos indicado, esas novedades se resumen en la figura del consejero Goethe, de modo excepcional, en un doble sentido: en el de que en Goethe tales hallazgos y particularidades alcanzaron una altura suma; y en el de que dichas sendas culturales, abiertas durante el XVIII y culminadas en el XIX, no se presentan en Goethe de forma arbitraria o impremeditada, sino con la soberana autoconciencia del genio. Aquella formidable cualidad analítica de Goethe, magníficamente recogida por Eckermann, la vemos aquí aplicarse a compañeros y adversarios (Winckelmann, Herder, Lessing, Shakespeare, Byron, Victor Hugo...), de un modo que no excluye ni el capricho ni la ceguera. Y es precisamente en estas zonas ciegas -por ejemplo, en su combate contra la gravedad de Newton-, donde encontramos al hombre en su perímetro completo; esto es, al hombre en su temblor humano, orgulloso y falible.
Goethe y los nacionalismos
No debemos olvidar, a este respecto, que Eckermann marchó a combatir como voluntario contra la hueste napoleónica que había invadido su país. Y que será en estas contiendas -bélicas, pero también de naturaleza conceptual-, donde se fragüen los nacionalismos que iban a distinguir al diecinueve, y de manera destacada, a dos Estados en formación, Alemania e Italia. Aún tardaría varias décadas Renan en dar su concepto de nación (“Una nación es un alma, un principio espiritual”), sobre el que se amontonarían millones de cadáveres. No obstante, las ciencias y las letras del XIX giraban ya sobre el interés folkórico del XVIII, despertado por Montesquieu en sus Cartas persas; y antes que él, por las Mil y una noches traducidas por Galland. Este agrupamiento cultural, trasfundido en ensoñación política, es el que ocupará buena parte del Ochocientos, no sólo europeo y americano, y llegará a su culmen, más allá de la guerra franco-prusiana del 70-71, en las dos guerras mundiales que anteceden y explican, suficientemente, el prólogo de Franciso Ayala, escrito cuando ya había cruzado su meridiano, un meridiano infausto, el siglo XX.
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