Nada como el hogar

En las narraciones breves de la escritora el peligro acecha en los espacios aparentemente más seguros.

Elena Medel / Córdoba

11 de octubre 2013 - 05:00

"La vida casi siempre es dura". Así contestó Alice Munro a quienes lamentaban el paradójico tono lúgubre de Demasiada felicidad (2009; en Lumen, 2010, con traducción de Flora Casas), su penúltimo libro de relatos. En él rondaba la muerte y la desaparición, quizá la misma cosa, al margen de simbolismos y de alegorías, con la visita de una madre enfrentada al padre-asesino de sus hijos o el reencuentro entre una madre y un hijo tras años de desconocimiento. En su respuesta, igual que en sus relatos, Munro consolaba y castigaba: la dulzura aparente y la cercanía -la posibilidad de la identificación, más bien; ese instante verdadero y fugaz y de hermosura extrañísima en el que lo que te cuentan suena a lo que vives o has vivido- de sus textos se quiebra cuando irrumpe, sutil y casi imperceptible, el conflicto.

Porque en los cuentos de Alice Munro se calla, se salta de un periodo de vida a otro y -pese a todo- todo se comprende, con ellos se abre el paréntesis que encierra el secreto de la normalidad perversa; late ahí, anécdota bajo anécdota bajo anécdota, rascando la apariencia, y los secretos en los relatos de Munro no se confiesan o se admiten tarde y mal, después de rumiarlos durante toda una vida, y durante toda una vida triste, maldita, con horarios de oficina y noches en las que se piensa que nada mereció la pena. De esta forma Alice Munro encadena historias en una misma historia, y personajes que asoman y emergen y se ocultan, y levanta estructuras complejas que -maestra- tragamos fácil.

Una se imagina a Alice Munro enumerando las certezas a las que se agarra nuestra pobre vida pobre, y listando los enemigos a los que derribar: la pareja y la familia, el hogar, la amistad, caen con sus falsas apariencias en sus relatos, el género que prima en su bibliografía. Allá donde te sientas seguro: allá acecha el peligro. De allá, de su casa, de sus minúsculas localidades sin nombre, huyen mujeres que no soportan sus matrimonios ya rotos pero unidos porque aburre el alejarse, y mujeres ahogadas por el cuidado de sus hijos o de sus mayores, y mujeres que engañan y mujeres que mienten. Nadie se salva: Alice Munro escribe con sencillez -con limpieza lujosa, refinada- y fiereza, marcando en la piel del lector un corte limpio, demorándose en la cicatriz.

Nos duelen tres de los relatos de Escapada (2004; en RBA, 2005, con traducción de Carmen Aguilar), en torno a un mismo personaje: Juliet. Ahí, con/en el lector, se quedan sus cuentos: su runrún nos acompaña, recordándonos que puede ocurrirnos, que está sucediéndonos. En Destino, Pronto y Silencio, Juliet coincide en la sensación de encontrarse, en tres momentos distintos, fuera de lugar. Ama a quien no la corresponde con igual intensidad, se esfuerza por encajar en su papel de madre, reconoce en su hija los excesos de su juventud. Las mujeres de Munro comparten rumbo equivocado, y ella no intenta enderezarlas, sino que las observa.

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