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Una odisea bajo las bombas
Que los andaluces son hiperbólicos es un mito bastante difícil de desmontar. Sobre todo cuando suceden cosas como el homenaje que en la noche del sábado se le dedicó al guitarrista, al cantaor, al artista total que fue -y decimos que fue porque lleva tiempo retirado de los escenarios debido a su precario estado de salud- Rafael Amador (Sevilla, 1960). Aunque sólo 4.000 personas tuvieran acceso al recinto por motivos de seguridad, puede decirse que toda Sevilla acudió en masa al Patio del Ombú de la Cartuja: los jóvenes de hoy, amantes del rock, el pop, el flamenco, la botellona o la poesía, y los jóvenes de los años 80, los asombrados compañeros de viaje de Veneno y Pata Negra; personas que, tras la caída de la dictadura, tuvieron que ponerse al día a tanta velocidad, tan sin límites, que muchas de ellas pagaron un precio bastante elevado por el uso y abuso de su libertad.
Eran poco más de las nueve cuando, con una cola-río que no terminaba de entrar, el jerezano Diego Carrasco y su banda (Maloko, Navajita Plateá) abrió un macroconcierto que tuvo mucho más rock que flamenco, más música que palabras, muy escasas frente a lo que suele suceder en este tipo de actos, porque los Amador no fueron nunca gente de palabras si no eran cantadas; palabras a compás, tan poéticas como absurdas y divertidas.
En realidad, sólo se hizo una semblanza de Rafael, de su vida y de su pertenencia a esa tribu de "flamencos corrompidos por el rock", firmada por Luis Clemente, uno de los críticos más certeros de esa generación y autor, junto a Pedro Barbadillo, del documental Dame Veneno.
Sobre el escenario, un montón de instrumentos y muchos técnicos para adaptarlos a las necesidades de artistas como Gualberto, que dedicó su ya clásico sitar -con la guitarra de Ricardo Miño- "al compañero Rafael", antes de dejar paso al grupo más flamenco de la noche, formado por cantaores como Juan José Amador, José Valencia o Segundo Falcón y bailaores de estirpe como Pepe Torres, la Farruca o Carmelilla Montoya…
Luego le tocó el turno al pequeño de los hermanos, hoy un músico de primera categoría, Diego Amador -inolvidable su primer disco Patita Negra-, que se sentó ante el teclado con gafas de sol y desató junto a su banda la parte más jazzístico-roquera de su alma de flamenco. El público, de pie, apretado como en una noche de Jueves Santo, no paraba de hacer fotos. La cerveza corría y también los aromas de hace 30 años, cuando el visionario Ricardo Pachón -presente y emocionado entre el público- produjo el primer disco de Veneno (con Kiko Veneno, Raimundo y un Rafael Amador aún menor de edad), grabado del tirón en una sola tarde y sólo años después comprendido y aclamado.
Llegó luego una de las bandas pioneras del rock andaluz, Storm, milagrosamente renacida en 2014, que atronó con su ritmo y que, al filo de las once y media, llamó al escenario a Raimundo Amador, que salió con su guitarra eléctrica y los acompañó con fuerza antes de dar paso al presente con la banda de El Pájaro: "Para mi generación la música de Pata Negra, la guitarra de Rafael ha sido la Biblia", recalcó Rafael Herrera.
Cuando el concierto puso rumbo a la rumba con El Canijo de Jerez (ex Delinquente) y con Tomasito, todos corearon "El aire de la calle me huele a goma fresca…" mientras los más carrozas buscaban un poyete donde sentarse y añoraban "sus" canciones. Porque hubo que esperar casi cuatro horas para llegar a Pata Negra y recordar ese Blues de los niños que salió de los labios titubeantes de un elegante Rafael Amador, sentado en una silla con traje y corbata, pero absolutamente pletórico. Abrazos, alegría, confusión y paso a nuevos compañeros y artistas. Entre ellas, Lole, pionera y compañera de recitales con su Romero Verde, Esperanza Fernández, que cantó a capella el himno internacional de los gitanos, el Gelem Gelem, o la extremeña Kaita. Y de nuevo Raimundo con las nuevas generaciones de los Amador, esta vez con su nieta Toñi, que se arranca con el No dudaría de Antonio Flores con una voz preciosa, y con Antoñito de las Tres Mil y María Luna para seguir acordándose de Pata Negra.
Ya todos cantaban con ellos "Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda…". Pasaba la una y media de la madrugada cuando subió por fin al escenario el culpable, el padre de tantas y tantas aventuras. Kiko Veneno saludó con un "sus quiero" y todos juntos rememoraron La leyenda del tiempo, aquel disco loco que grabaron con Camarón gracias de nuevo a la osadía de Pachón. "Volando voy, volando vengo…" Rafael tocaba las palmas y volaba con sus brazos, con sus piernas de travieso polichinela, feliz porque toda esa gente a la que alegró desde que con 8 o 9 años recorría los bares de la ciudad pasando el sombrero había venido a acompañarlo. Muchos amigos querían continuar, incluso se intentó subastar la guitarra del artista (2.500 euros de salida) y continuar la fiesta por bulerías, pero todo lo que empieza tiene que terminar... y esta cita perdurará en la historia musical de Sevilla.
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