La historia sin etiquetas

Esta historia de Andalucía coordinada por Manuel Peña Díaz, breve pero enjundiosa, se libera de los discursos de identidad para proponer argumentos razonados y convincentes sobre una personalidad histórica singular pero no predeterminada.

Vista de la Alcazaba de Almería, fortaleza que rodeaba la antigua medina.
Vista de la Alcazaba de Almería, fortaleza que rodeaba la antigua medina.
Jaime García Bernal

30 de mayo 2012 - 05:00

Breve Historia de Andalucía. Manuel Peña Díaz (coord.). Centro de Estudios Andaluces, 2012. 352 págs. 18 euros.

Cuando en los años 80 Andalucía volvió a ser sujeto colectivo de una historia, después de un siglo de silencio desde la centenaria obra de Joaquín Guichot, la preocupación de los historiadores se centró en la necesidad de explicar las razones seculares del atraso y el subdesarrollo de una tierra que bajo el signo del abandono político y el colonialismo económico guardaba, sin embargo, los valores de su milenaria cultura. A finales de los años 90 esta narrativa tomó una interesante deriva que llegó a invertir los términos del razonamiento, sustituyendo la idea de atraso por la de oportunidad perdida, presentando a Andalucía como avanzadilla o protagonista de muchos momentos decisivos de la historia de España, en una coyuntura política que celebraba la definitiva (o así parecía entonces) homologación de nuestro país con la Europa más desarrollada.

Esta nueva historia de Andalucía, breve pero enjundiosa, parece haberse liberado de estos discursos de identidad subyacentes para proponer un argumento razonado y convincente que liga la experiencia secular de las comunidades humanas que habitaron el territorio de la Bética, dejando al lector la posibilidad de trazar los contornos de una personalidad histórica singular, tarea plausible, pero no predeterminada. Algunos vectores -muy bien elegidos en un trabajo previo de mesa de los autores- facilitan esta trabada estructura. Son los lineamientos mayores de nuestra historia común que comienza mucho antes de lo que creíamos, en el pleistoceno inferior (hace dos millones de años) y llega hasta los tiempos de la democracia.

Por de pronto, la vertebración territorial, esbozada ya en los circuitos de abastecimiento de la protohistoria, pero sobre todo definida en virtud de una potente red urbana, doblemente abierta al entorno rural y al negocio exterior, se configura como primer trazo fuerte de nuestra historia. Junto al espacio humanizado, en segundo lugar, los procesos de ruptura/continuidad que llevan aparejadas las sucesivas oleadas de pueblos conquistadores (púnicos, romanos, godos, beréberes y árabes, cristianos de Castilla) delimitan los rasgos propios de una sociedad de frontera y sus culturas asociadas, de integración o resistencia al invasor. Tercer vector, éste ya definido en tiempos modernos: la dimensión americana, no sólo contemplada como oportunidad y aventura sino también valorada por su impacto hacia dentro y por su significado vital para una estructura política superior que es la monarquía. La configuración territorial y el orden social de la Andalucía contemporánea empezarán a depender, desde entonces, de decisiones de instancias superiores, aunque con amplia colaboración y negociación de sus oligarquías ciudadanas. Plantea, en este sentido, el libro una interesante recapitulación sobre el papel del caciquismo local frente al gubernamental, sus precedentes en las élites liberales isabelinas y, antes, en los señores oligarcas del Barroco y la Ilustración, postulando su continuismo bajo la Unión Patriótica durante la Dictadura de Primo de Rivera e incluso en la Segunda República. Así pues, las élites andaluzas, ¿cuarto vector de nuestra historia? Novedoso es por último el capítulo que Encarnación Lemus dedica a la Guerra, dictadura y democracia, donde se hace ponderado balance de temas sometidos hoy a una amplia revisión: el alzamiento, la represión (en ambos bandos) y la autonomía.

De todo ello surge una cronología también rupturista que establece nuevos hitos y sus secuelas. Pongamos algunos ejemplos: 929 y el estado centralista de los omeya; 1264 o la castellanización de Andalucía; 1501, la conversión de los mudéjares y el triunfo de la Andalucía católica; 1706 y la política defensiva única, primer eslabón hacia la nueva articulación territorial de la región; 1868, el federalismo y los orígenes del problema agrario; 1933, Casas Viejas y la ruptura definitiva del consenso social. ¿Nuevas etiquetas? Tal vez, pero también rupturas que nos hacen pensar. Pues de eso se trata, que los argumentos científicos y la crítica histórica, como dice Manuel Peña, coordinador de la obra, nos ayuden a conocer nuestra historia y a combatir la desmemoria.

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