El héroe del instante decisivo
Crítica de Cine
SULLY. Drama, EEUU, 2016. 96 min. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Todd Komarnicki (basado en el libro de Chelsey Sullenberg y Jeffrey Zaslow). Fotografía: Tom Stern. Música: Christian Jacob, Tierney Sutton Band. Intérpretes: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney, Anna Gunn, Autumn Reeser.
La tarea bien hecha. El pundonor. El cumplimiento del deber. De esto trata esta sobria, emocionante y gran película rodada por quien, junto al también octogenario Allen, es el último clásico moderno vivo del cine americano. En su ya larga filmografía como director, iniciada en 1971 con Escalofrío en la noche, se alternan las obras maestras (El jinete pálido, Bird, Sin perdón, Mystic River, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima) y las grandes películas (El fuera de la ley, Un mundo perfecto, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Banderas de nuestros padres, El intercambio, Gran Torino, El francotirador) con otras sólo correctas o -las menos- fallidas. Sully está en el primer grupo. Sólo el tiempo dirá si es una sus obras maestras o de sus grandes películas.
Por ser eastwoodiano y conradiano Sully me interesa desde el minuto uno por la idea que la sostiene: la diferencia entre un héroe y un villano es muchas veces cuestión de segundos. En ellos todo lo correcto hecho a lo largo de una vida puede quedar borrado y ensuciado. O, por el contrario, puede ponerse de relieve y recibir el reconocimiento público, convirtiendo a un ciudadano anónimo en un héroe. Los segundos en los que Lord Jim cede al pánico y salta del Patna abandonando a los pasajeros marcan trágicamente su vida en la gran novela de Conrad. El comandante Chesley Sullenger, Sully, también tuvo su Patna, un Airbus 320 con 208 pasajeros al que, nada más despegar de Nueva York, una bandada de pájaros paró los dos motores. Su decisión fue obedecer a sus conocimientos y su instinto, haciéndolo amerizar en el Hudson, en vez de acatar las instrucciones de regresar al aeropuerto corriendo el riesgo de estrellarse sobre Nueva York. Si hubiera obedecido y se hubiera estrellado sobre la ciudad habría sido la involuntaria víctima de un accidente. Si el amerizaje hubiera provocado víctimas entre los pasajeros habría sido un canalla que tomó decisiones erróneas desoyendo las órdenes. Afortunadamente su decisión salvó las vidas de la tripulación y del pasaje. Y aun así fue acusado e investigado por tomar esta decisión.
Eastwood, contando en flash back el incidente a partir de la posterior investigación, hace el retrato no retórico de la decencia, la profesionalidad, la bondad y el valor sereno de un hombre que tomó la decisión correcta en el instante decisivo. Y con ello hace un canto -tampoco retórico: si algo caracteriza a esta película es su austeridad- a la dignidad de la tarea bien hecha que no espera recompensa. Desde su inicio (tan parecido a la visualización del pánico del protagonista en la bodega del Patna que hizo Richard Brooks en su espléndida adaptación de Lord Jim) Eastwood toma el camino recto de la narración clásica, sobria, eficaz, construida con planos de extraordinaria naturalidad y contundencia (sólo un maestro puede aunar sencillez y fuerza) que exprimen todo lo que Tom Hanks es capaz de dar a un personaje honesto y firme, alguien en quien se puede confiar, "uno de los nuestros" como diría Marlow de Lord Jim. Que en este caso, a diferencia del infortunado Jim, toma la decisión correcta en el instante sin retorno.
El cuestionamiento oficial y empresarial de su decisión, y la presión de la jauría de la información espectáculo, dan una dimensión trágica al personaje que enriquece la soberbia interpretación de Hanks, un alarde de sobriedad expresiva. Eastwood añade una muy interesante reflexión sobre el choque entre realidad y simulación, entre la libertad y la capacidad humana y los cálculos de las máquinas que, a través de las simulaciones, cuestionan la decisión del comandante. Lo que da aún mayor interés y profundidad a esta nueva gran y emocionante -hasta las lágrimas- película de Eastwood, en la que un maestro convierte en arte mayor una película de catástrofes.
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