La herida abierta

JORGE MARTÍNEZ REVERTE | IN MEMORIAM

Ensayista y novelista, heredó como su hermano Javier Reverte el vicio del periodismo de su padre, Javier Martínez Tessier, y compuso retratos históricos de fina y meditada complejidad

Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948-2021).
Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948-2021). / Efe

Coincidí con Jorge M. Reverte, hace unos años, en un restaurante de la calle Goya que quizá ya no existe. Entonces, con la excusa de algún cigarro a la intemperie, hablamos de la Guerra Civil y de la trivialización de un drama que todavía nos compete. No sé si yo había leído ya su Guerreros y traidores o acaso hablábamos del tema por un azar cualquiera. En todo caso, fue la conversación entre dos desconocidos que fuman y divagan en la temprana noche de septiembre (veníamos de la Feria del Libro de Madrid); y en mayor modo, fue el encuentro fortuito de dos españoles interesados en su historia. Lo cual implica, necesariamente, la ausencia de cualquier forma de proselitismo.

También hablé con su hermano Javier (siempre en presencia de su adorado amigo, el poeta Antonio Hérnández), de viejas figuras del atroz martirologio hispano que todavía hoy nos inquietan: el general Modesto, El Algabeño y algunos otros nombres de aquel ayer inhóspito y sangriento que hoy ha devorado el tiempo. Sea como fuere, se trataba de dos hermanos, de acusado relieve literario, cuya vocación, no obstante, derivaba del noble y maltrecho vicio periodístico. Un vicio heredado, en ambos casos (su padre era el periodista Javier Martínez Tessier), a cuyo fondo quizá se adivinaran dos magnitudes, dos vocaciones, en apariencia, extrañas. La necesidad de narrar y la ambición de ser precisos. También, y como paso previo, una aguda conciencia temporal, sobre la que se alza y se recorta la dramática arboladura del siglo XX. Sin este impulso testimonial no sabríamos explicar la obra de Jorge M. Reverte. Y en menor modo, la honrosa imparidad que le llevó a componer retratos históricos, de fina y meditada complejidad, que no ofendieran al lector con su simplismo.

Por este motivo, uno ha leído más su ensayo que su novela, siendo lo cierto que ambos géneros participaron siempre de la encarnadura, no siempre favorable, de la España del XX. A esta peculiaridad intelectual, uno querría añadirle su faceta humana. No es sólo, pues, que haya muerto el escritor, el hombre, el hermano; es también la desaparición de alguien que quiso entender a sus compatriotas en una de sus horas más amargas. Esta es, acaso, la merma más inmediata que su desaparición nos inflige. Jorge M. Reverte (y su hermano Javier, qué duda cabe), fueron hijos de la curiosidad, no de un áspero e inextricable rigorismo. Quiero decir que es una forma humana de recomponer, de cauterizar, de alumbrar y aproximar al otro, la que se marcha ahora con ellos. Que el viaje, en este marzo sin calles, le sea leve y venturoso.

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