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Impedimenta publica por primera vez en castellano 'Cuentos de Hadas de Angela Carter', con las ilustraciones de Corinna Sargood.

Una de las ilustraciones de la edición original, a cargo de Corinna Sargood.
Pilar Vera

27 de diciembre 2016 - 06:00

La ficha

'Cuentos de hadas'. Angela Carter. Trad. Consuelo Rubio. Impedimenta Editorial. 640 páginas. 27, 95 euros.

Ahora parece algo obvio, obligado, evidente, pero cuando Angela Carter (1940-1991)comenzó a reunir cuentos de la tradición popular con la mujer como centro (no todos ellos se pueden definir precisamente como "feministas"), el mero propósito sonaba tan extraño como hilar con milanos de cardo.

Partía, como ella misma sugiera en la introducción de las historias que recopiló para la editorial Virago Press, de un doble prejuicio: por un lado, el de la propia naturaleza del cuento popular -algo así como chismes de viejas, chistes de más o menos mal gusto, anécdotas triviales o asuntos infantiles- y, por otro, el intentar rescatar de ellos a sus protagonistas femeninas. Protagonistas que no se limitaran a ejercer un papel pasivo, que no sólo esperaran ser rescatadas, despertadas y bien casadas -bien casadas aparecen casi todas, pues el matrimonio ha constituido durante siglos la salvación social y la reproducción, la realización existencial-, sino que influyeran de manera decisiva en el curso de la historia de la que formaban parte. En los textos de The Virago Book of Fairytales -que traduce ahora por primera vez Impedimenta al castellano- aparecen, desde luego, muy pocas hadas. En todos ellos, sin embargo, hay una protagonista femenina, ya sea esta lista, valiente, tonta, buena, cruel, siniestra o increíblemente desgraciada. La voluntad de Angela Carter no era otra que la de mostrar el justo, e inevitable, protagonismo que la mujer había tenido a lo largo de la historia, circunstancia que reflejaban las historias de la literatura oral, simplemente por el hecho de constituir la mitad de la humanidad. Una oralidad-explica Carter en la introducción- que muestra gran parte de la cultura extraoficial: sus estrategias, sus intrigas, su dura labor. Todo esto sin contar, desde luego, que la "convención europea de cuentacuentos arquetípica" tenía rostro de mujer, como de hecho lo tenían las informantes de los Grimm y las damas de salón de Perrault. Circunstancia que no influía en el hecho de que las mujeres no siempre se sentían "impelidas a presentarse a sí mismas como heroínas" -en la tradición armenia, por ejemplo, fuertemente patriarcal, las mujeres aparecen a menudo como seres estúpidos y risibles-.

Una de las ilustraciones de la edición original, a cargo de Corinna Sargood.

Los Cuentos de hadas de Angela Carter presentan, en efecto, una información importantísima: para su supervivencia, las heroínas nunca han de actuar desde la sumisión. Son, en lo bueno y en lo malo y como se diría actualmente, proactivas: "Son instadas a actuar como el cerebro de la familia (Una ración de sesos), o a emprender viajes épicos (Al Este del sol, al Oeste del a Luna)", explica la escritora. Más les vale serlo, pues las familias de los cuentos de hadas suelen ser altamente disfuncionales, "en riesgo de exclusión social". Y aunque la meta común suele ser la fertilidad y la reproducción, tenemos ejemplos en los que no es así (Vasilia, la hija del sacerdote). En los cuentos que han sobrevivido en la tradición oral del mundo, se comprueba que una mujer ha de ser hacendosa para ser virtuosa; que el movimiento hipnótico del hilar está ligado a la magia y es, también, una actividad digna de recompensa ligada (de nuevo), a la virtud; que la curiosidad y la sangre son los grandes "pecados" femeninos; que una anciana romántica es ridícula (El joven de la aurora); que no son pocos los maridos estúpidos (Ahora debería reírme, si no estuviera muerto; El marido que tenía que ocuparse de la casa); que las madrastras quieren matar a la camada ajena, siempre, y que, a veces, la envidia, la vanidad o la intransigencia pueden hacer que una madre quiera matar a la suya propia: traducido al lenguaje actual, los perversos narcisistas también pueden ser padres (Nourie Hadig); que es posible desear y correr tras los deseos -la maravillosa protagonista de Al Este del sol y al Oeste de la Luna se acuesta sin problema con un tipo que parece ser un oso durante el día, pero que se transforma (ajá) en un apuesto joven por la noche: "Pensó que no podía seguir viviendo si no le daba un beso en ese instante"-; que un corazón sensible hacia el mundo natural, hacia los débiles, hacia los distintos, tiene su recompensa -o no: pero es básico a la hora de levantar eso que entendemos por civilización-; que la mujer no sólo puede no ser un accesorio, a pesar de que lo parezca, sino un elemento fundamental para el curso de los acontecimientos ( La rana doncella, La princesa cisne); que para contentar a las mujeres hay que alimentarlas con "carne de lengua" -es decir, con risas e historias-; que hay tramas tan poderosas que se repiten incansablemente por todo el mundo (las muchas Cenicientas, por ejemplo, en forma de Capamusgo, La princesa vestida con capa de cuero, El pececillo rojo y el zueco de oro, Bella, Castaña y Temblorosa).

En la compilación de Angela Carter, no hay mujeres tan resueltas, feroces, independientes y sexualmente desinhibidas como las heroínas del Ártico que describen los cuentos recogidos por Lawrence McMillan: mujeres que se unen en pareja, que tienen un "clítoris tan grande que la piel de zorro no llegaba a cubrirlo", que se hacen muñecos de grasa de ballena cuando se muere su novio, y que reflejen probablemente los pocos tapujos en la realidad social de los inuit.

Apunta Angela Carter que las colecciones de cuentos tradicionales empezaron a recopilarse cuando comenzaron a ser "necesarios para un fin superior: el de la identidad nacional". Así sucedió con la compilación de los Grimm para sus Cuentos del hogar; o las historias de la tradición Noruega reseñadas por Peter Christer Asbjornsen y Jorgen More 1841. Por la misma fecha, J.F. Campbell viajó a las Tierras Altas de Escocia con idéntico propósito y, a finales del siglo XIX, al albor de la imparable independencia irlandesa, harían lo propio Lady Gregory y WB Yeats.

"Que yo y otras muchas mujeres -reflexionaba la desaparecida autora- vayamos buscando heroínas de cuentos de hadas en los libros es otra versión del mismo proceso: deseo validar mi reivindicación a poseer una parte equitativa del futuro, y por ello expreso la exigencia de que me concedan la parte del pasado que me corresponde".

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