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¿Por qué no gusta que nos guste Gloria Fuertes?

Gloria Fuertes, cuestionada días atrás por Javier Marías, construyó su obra desde la conciencia de ser mujer, lesbiana y pobre; desde la voluntad de dignificar y elevar el lenguaje

¿Por qué no gusta que nos guste Gloria Fuertes?
Elena Medel - Escritora, editora y Premio Loewe Joven de Poesía

29 de junio 2017 - 08:28

A Javier Marías no le gusta Gloria Fuertes. Como no le gusta Gloria Fuertes, y tampoco que guste, ha denunciado la "campaña orquestada" durante el centenario de su nacimiento, en la que se reivindica a Fuertes como "una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio". Marías adjudica esta "campaña" a "una corriente feminista" que glorifica -nunca mejor dicho- a las mujeres por su sexo y no por su trabajo, aportando un listado de escritoras "llenas de inteligencia y talento" -y vida eterna: todas murieron ya-, a las que sí merece la pena leer, disfrutar y elogiar.

La autora de Aconsejo beber hilo escribe en las antípodas simbólicas y artísticas de Marías. Cuando Gloria Fuertes cuenta París no se fija en la belleza del Sena, sino en los hombres de la calle que "comen pan mojado" junto al río y "fuman, fuman mucho". En ese poema -Mendigos en el Sena, de 1955-, Fuertes retrata a unos personajes deshumanizados, sin identidad ni ideología -"ni siquiera tienen ideas de izquierdas"- pero en cuyos versos finales irrumpe el asombro: "Llegamos a lo más sorprendente,/ también hay mendigas".

En su poesía laten las mismas circunstancias que empujaron a Gabriel Celaya o Blas de Otero

Gloria Fuertes construyó su obra desde la conciencia de ser mujer, lesbiana y pobre; desde la voluntad de dignificar y elevar el lenguaje cotidiano. De formación autodidacta, se declaraba "estajanovista del verso": a diario escribía dos o tres poemas. Su obra es tan inabarcable -la editorial Torremozas se enfrenta desde hace varias décadas al reto de publicar, de manera exenta, toda su obra para adultos- como irregular. En un mismo libro conviven poemas excelentes, en los que chocan el discurso amargo y la dicción luminosa, con brevísimas ocurrencias basadas -no es poco- en el juego de palabras. Por supuesto, de Fuertes se citan versos sonrojantes: tantos como los de muchos maestros en apariencia indudables.

Su poesía abrió paréntesis en la poesía española de posguerra: no se adscribe a ninguna tendencia y dialoga a la vez con sus coetáneos. En el trasfondo social laten las mismas circunstancias que empujaron a Gabriel Celaya o Blas de Otero, y con posterioridad a los poetas del 50; en su reflexión sobre la identidad ocupaba un espacio destacado la cuestión femenina, con recursos similares a los de Ángela Figuera Aymerich -ambas desplazan la crítica a ámbitos inéditos, íntimos: los asignados por tradición a la mujer- o María Beneyto. Y el tratamiento libérrimo del lenguaje la vincula con los postistas, y en cierto modo -Gómez de la Serna en sus destellos- con las vanguardias ibéricas, y subraya el humor: un rasgo tan enraizado como atacado en la poesía española.

No resulta del todo cierto que Gloria Fuertes se trate de una autora marginal. En los años sesenta se convirtió en la única mujer incluida en la prestigiosa colección Colliure, con una selección de su obra a cargo de Jaime Gil de Biedma; tres de sus libros figuran en el catálogo de la colección Letras Hispánicas de Cátedra. Su obra para adultos se estudia con entusiasmo en las universidades estadounidenses, donde se la considera una referencia para comprender la literatura en castellano del pasado siglo, y su obra infantil y juvenil nunca ha dejado de leerse.

Unos lectores en los que se sustenta el éxito del centenario. La Fundación Gloria Fuertes apenas ha contado con más apoyo oficial que el del Ayuntamiento de Madrid, de forma puntual; el Congreso de los Diputados prefirió el septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Miguel Hernández, una cifra más llamativa, menos redonda. Pero los lectores han comprado las antologías -tres: en Blackie Books, Nórdica y Reservoir Books- publicadas durante este año, han acudido a los homenajes y han reivindicado tanto sus poemas para niños, aquellos que despiertan nuestra nostalgia, como aquellos a los que apuntaba el foco: esa obra agridulce -y nada canónica- para adultos que cuesta etiquetar y clasificar, que no encaja en un sitio y encajaría en todos, que imprime sentido a lo que no quiere entenderse.

En resumen, los lectores han decidido rescatar la memoria de Gloria Fuertes, igual que sucede con otros escritores, hombres o mujeres: porque se cumplen tantos años de tal acontecimiento; porque una editorial de prestigio rescata su obra más emblemática; porque un articulista de referencia destaca un nombre, y hay quien se acerca a su librería de siempre con la recomendación doblada en el bolsillo. Me hubiera gustado conocer algún argumento que sustentara la opinión de Marías sobre Fuertes. ¿Por qué le parece sobrevalorada? Despojando su opinión de consideraciones literarias, Marías anula la escritura de Fuertes y la reduce a su sexo: no se habla de su obra, porque no existe.

Los movimientos de herstory -que reivindican otra genealogía posible, y que constituyen una forma más de entender el feminismo hoy- nos revelan a quienes escribieron antes que nosotras. A escritoras como aquellas a las que recomienda Javier Marías, jamás ninguneadas según él: como las hermanas Brontë, que debieron firmar sus obras con seudónimos masculinos; o como Emilia Pardo Bazán, cuya candidatura para formar parte de la RAE fue rechazada en varias ocasiones, sufriendo insultos por su físico; o como Carmen Martín Gaite, a quien Abc -tras ganar el Premio Nadal por Entre visillos- fotografiaba dando de comer a su hija, afirmando: "A pesar de la emoción de la noticia, atiende como todos los días sus deberes de madre de familia".

Esta revisión de la historia de la literatura nos ha descubierto a nombres de primera fila, a autoras secundarias, a creadoras con hallazgos puntuales: mujeres en tantos posibles lugares como los que han ocupado siempre los hombres. A la mayoría de ellas, las circunstancias históricas no les permitieron convertirse en las escritoras que podrían haber sido; hasta hoy no habíamos podido conocerlas. Luego juzgaremos si nos interesan o no sus libros, si se valoraron con justicia; pero tengamos, al menos, la oportunidad de leerlas y opinar por nosotros mismos, por nosotras mismas.

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