Por qué Grecia
Los griegos y nosotros | Crítica
En línea con su defensa de la cultura humanística e ilustrada, Ricardo Moreno Castillo defiende la importancia de los estudios clásicos en un sistema educativo que les ha dado la espalda
La ficha
Los griegos y nosotros. Ricardo Moreno Castillo. Prólogo de Carlos García Gual. Fórcola. Madrid, 2019. 128 páginas. 12,50 euros
Casi definitivamente perdida la batalla en las aulas, a los defensores de las lenguas y la cultura clásicas sólo les queda resistir a los postulados dominantes desde una estrategia de guerrilla que sigue argumentando en favor de ese legado para propiciar su renacimiento. Apadrinado por el helenista y académico Carlos García Gual, sólido baluarte de la ciudadela asediada, el nuevo ensayo de Ricardo Moreno Castillo retoma el tono militante de anteriores trabajos –alegra saber que su Breve tratado sobre la estupidez humana, también publicado por Fórcola, ha alcanzado varias reediciones– para centrar su habitual denuncia del fatal deterioro de la educación en la decadencia de los estudios humanísticos. Por qué Grecia, se pregunta el ensayista, parafraseando el título de Lanzmann. Otros pueblos de la Antigüedad tuvieron poetas, narradores, astrónomos o matemáticos, pero sólo los griegos, en tanto que inventores de la filosofía, reflexionaron en profundidad sobre sus hallazgos y por eso todos, como sentenciara Shelley, somos o seguimos siendo griegos. Pensamos del mismo modo que ellos, habitamos el mismo mundo. Nos separan miles de años pero no han dejado de acompañarnos, pues saben más de nosotros, sus semejantes, que muchos de nuestros contemporáneos.
La clara apología de Moreno Castillo fía su eficacia a la sencillez, apoyada por multitud de citas oportunas que apuntalan el firme propósito reivindicativo. Como en un "coro bien concertado y unánime", en palabras de García Gual, las voces convocadas reúnen a poetas, pensadores y estudiosos de todas las épocas, frente a unas pocas que hacen suyos los desatinos de la Secta Pedagógica, "bárbaros de la modernidad" que desprecian la sabiduría de los antiguos y han logrado imponer sus prejuicios en nuestra edad desmemoriada. El autor hace suya la idea de Steiner sobre la "doble herencia" –Atenas y Jerusalén– y aporta importantes matices referidos a la libertad, la disciplina o el espíritu crítico, muy alejados de los necios mantras difundidos por los tecnófilos instalados en el "perpetuo ahora". El respeto de la tradición, como explicó Panofsky, no implica obediencia a la autoridad. "Sólo si somos culturalmente conservadores –en la aparente paradoja de Comte-Sponville– podemos ser políticamente progresistas".
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