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Una gran película: algo pasa con Farrelly

Green Book | Crítica

Viggo Mortensen y Mahershala Ali, en una escena de la película. / D. S.
Carlos Colón

03 de febrero 2019 - 07:00

La ficha

***** Green Book. Drama basado en hecho reales, Estados Unidos, 2018, 130 min. Dirección: Peter Farrelly: Guión: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga. Fotografía: Sean Porter. Música: Kris Bowers. Intérpretes: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Iqbal Theba, Linda Cardellini, Ricky Muse.

Con su hermano Bobby, Peter Farrelly ha firmado, con inmenso éxito de público y crítica (ya saben lo que dijo El Gallo cuando le presentaron a Ortega y Gasset), algunas de las peores películas que he visto. Ellos son los responsables de Dos tontos muy tontos -inicio en 1994 junto a otros títulos de Apatow, Stiller o McKay de la llamada Nueva Comedia Americana- a la que siguieron Vaya par de idiotas, Algo pasa con Mary, Yo, yo mismo e Irene o Los tres chiflados. La subversión que es (o fue) la fuerza del cine cómico degradada a grosería elemental.

Ahora en solitario Peter Farrelly ha escrito y filmado el mejor, por más sorprendente, gag de su carrera: una película serenamente convencional, educadamente optimista, nostálgicamente reivindicadora de los valores de la América de los Kennedy y la lucha por los derechos civiles. Un curioso salto al momento inmediatamente anterior a los cataclismos políticos y éticos -asesinatos de JFK, Bob Kennedy y Luther King, guerra de Vietnam, Watergate- que en una década dejaron tan maltrechos los cimientos de los Estados Unidos que medio siglo después no se han recuperado. Y menos que nunca con un tipo que parece salido de una de las películas de los Farrelly en la Casa Blanca.

Farrelly salta a 1962. En política esto quiere decir penúltimo año de la administración Kennedy y avance de la lucha por los derechos civiles; y en cine quiere decir la cumbre de la comedia americana con Con faldas y a lo loco, El apartamento y Uno, dos tres de Wilder, estrenadas entre 1959 y 1961, o con Matar a un ruiseñor, Lolita, Hatari y El hombre que mató a Liberty Balance, todas de 1962.

Aquel año, porque la película trata de personajes y hechos reales aunque no lo parezcan, las circunstancias unieron dos tipos tan singulares como incompatibles. Uno era el culto, sofisticado y elegante pianista negro Don Shirley, que abandonó la música clásica (como Nina Simone, aunque él logró actuar con orquestas sinfónicas) cansado de luchar contra los prejuicios raciales para dedicarse con éxito a una muy personal fusión del jazz y lo clásico (confieso que nunca le había oído: me puede recordar al Modern Jazz Quartet). El otro es Tony Lip Vallelonga, un rudo italoamericano crecido en contacto con los mafiosos del Bronx y vigilante del club Copacabana, que en los 70 y 80 acabó interpretando a mafiosos en El Padrino, Donnie Brasco, Uno de los nuestros o Los Soprano.

Don Shirley hizo varias giras por el profundo sur racista -actuando en teatros, clubes de lujo y fiestas de millonarios- convencido de que la música y su talento ayudarían a vencer los prejuicios de sus racistas anfitriones y admiradores. Sin embargo, la admiración era perfectamente compatible con impedirle utilizar el cuarto de baño en las mansiones o el comedor en los hoteles. Debía viajar con el "Green Book" ("Libro verde": de ahí el título de la película), una guía de restaurantes y hoteles sólo para negros. Para una de estas largas y problemáticas giras Shirley contrató a Tony Lip como chófer y guardaespaldas. No se puede imaginar dos tipos más distintos compartiendo el reducido espacio de un auto. Ni que entre ellos se fraguara una amistad.

¿Un Paseando a miss Daisy con los roles invertidos (chófer blanco, patrón negro)? No del todo. Farrelly da su salto al 62 recuperando el espíritu de los dibujos de Norman Rockwell -rooseveltiano y kennedyano defensor de los derechos civiles- y de las películas del igualmente rooseveltiano Frank Capra (el final es una síntesis perfecta de ambos). No vaya a pensarse que por ello, por su humor, su ternura o su optimismo, la película renuncie a la profundidad al abordar a los personajes descubriendo lo que se oculta tras el culto refinamiento de uno y la tosquedad del otro.

La clásica pulcritud de su puesta en imagen, que incluye estupendas secuencias de montaje sobre las músicas de una gran banda sonora compuesta por el pianista y compositor Kris Bowers a la que se añade una antología de canciones de la época, deja espacio sobre todo a las grandísimas y muy distintas interpretaciones de Mahershala Ali, estrella absoluta tras Figuras ocultas, Moonlight y Roxanne que recrea con un refinamiento que recuerda a José Ferrer al sofisticado pianista, y un poderoso Viggo Mortensen que se transfigura a lo De Niro para convertirse en el comilón y fumador grandullón italoamericano de dura coraza y corazón de oro. Ambos extreman las diferencias entre sus técnicas interpretativas para enfrentar a sus personajes en un juego fascinante.

Algo pasa con Farrelly. Supongo que a los farrellyanos les parecerá tan convencional y blanda como a los antifarrellyanos nos parece emotiva, humana e inteligente. Y, desde luego, progresista. Porque el progresismo, por su propia naturaleza, es optimista y educado. Los tres Globos de Oro y las cinco nominaciones al Oscar son merecidos.

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