Una granaína diáfana
21. Guitarra: Dani de Morón. Cante: Arcángel, Duquende, Jesús Méndez, Rocío Márquez. Baile: Israel Galván. Palmas: Los Mellis, Carlos Grilo, Diego Montoya. Lugar: Reales Alcázares. Fecha: Miércoles 21 de septiembre. Aforo: Lleno.
La granaína es de una claridad apabullante. Han desaparecido todos los velos, de repente. El toque de Dani de Morón se ha vuelto cristalino, directo. Tratando de tú a la tradición aunque asumiendo las inquietudes de búsqueda que, por otra parte, son la seña de identidad de este tocaor. Y, sobre todo, siendo amable con el aficionado, afinando el discurso, haciéndolo claro, accesible. La granaína es el único toque solista que integrará el próximo disco del tocaor, dedicado al acompañamiento al cante, aunque para el espectáculo de presentación del mismo, 21, rescató también el de Morón unas bulerías anteriores, un toque con el nervio, el pulgar poderoso y el acento rítmico propio de su tierra pero, una vez más, absolutamente personal. El toque de Morón del siglo XXI, naturalmente.
Rocío Márquez enlazó con naturalidad la granaína de Chacón con la milonga marchenera. La cantaora onubense tiene esa facultad de jugar con los melismas, de alargar los tercios y resultar conmovedora en todo momento. También hizo un cante rítmico, los caracoles.
Jesús Méndez trajo a escena el cante de Jerez de hoy: bulería por soleá, en la que demostró su poderío vocal y su enorme sentido del ritmo, y bulería festera en la que cantó sin micrófono, porque no lo necesita. Justo en la mitad del espectáculo irrumpió Israel Galván desde el suelo del Patio de la Montería, inundándolo de energía. Es un gozo, es un privilegio, ser contemporáneos suyos. Ver nacer y evolucionar un artista, asistir a sus creaciones, ser testigos de sus inquietudes. El toque que le brindó Dani de Morón fue una soleá pastueña, clásica. Israel Galván es un turbión de baile en el que caben todas las emociones, desde la broma cómplice hasta el expresionismo nipón posatómico. Y todo con un compás inefable, con un virtuosismo técnico asombroso. Nos volvió a sorprender, como siempre. Porque la pieza, al final de su intervención, ya no era un soleá sino un trozo de corazón.
El Duquende vino con un hilillo de voz. Esa voz rota, sentimental, dolorida. Y le costó llegar al final de la cartagenera, de la seguiriya. Pero esa lucha con las propias facultades es pura épica.
Arcángel se quintaesenció como morentiano de pro en tientos y soleares. Especialmente el primero de estos dos cantes es una trampa, porque es muy fácil caer en la monotonía melódica, rítmica. Pero el cantaor salió airoso, con creces, del envite.
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