Anselm | Crítica
Pintar el trauma con lanzallamas
Libros
Se sorprende el escritor Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) al recibir un viernes, por la mañana, la llamada para la entrevista. “¿No habíamos quedado el lunes?”, responde con amabilidad y simpatía. Se le procura una solución al imprevisto, -“¿la hacemos el lunes?”, proponemos- pero finalmente encontramos hueco –“dame un minuto y te llamo”-. Pillamos al autor de Brujería casi desarmado, casi sin truco de magia, para hablar de esta última novela que acaba de publicar. Una historia que relata la vida de Diego Duocastella, un hombre, algo enigmático, que regresa a Cataluña tras residir durante unos años en Italia. Es en Cataluña donde conoce a los Pons, un matrimonio semejante en esa cosa del enigma. Del encuentro entre uno y otros surge un relato en el que se reflexiona sobre el amor, las relaciones sentimentales, la traición, la infidelidad. Y más.
Pregunta.-¿Brujería se podría resumir como una novela sobre el amor y la amistad?
Respuesta.-Se podría resumir así, sí: como las distintas maneras de organizar los sentimientos o la vida afectiva. Eso por un lado. Por otro, es una novela que se centra en la melancolía de una época en la que uno de los protagonistas, junto a su grupo de amigos, se sentía más él. Me fascina la gente que sitúa en un pasado el momento en el que se sintieron más ellos.
P.-Leo en estas páginas que el lenguaje de la amistad es complicado. ¿Es más complicado el de la amistad o el del amor?
R.-Son lenguajes distintos –al menos si me preguntas a mí, no a los protagonistas-. En la novela hay dos posiciones: uno de los personajes dice que es mucho más difícil el lenguaje del amor –porque es un lenguaje más sincero y más cercano-. Sin embargo, hay otros personajes que consideran que la verdadera sinceridad se desenvuelve en la amistad.
P.-¿Por qué ese interés en retratar la burguesía –un tema que vertebra su narrativa-?
R.-Eso es un poco un sambenito que me ha caído (Risas). El del autor que trata a la burguesía en sus novelas. No me rebelo contra ello, pero sí disiento, aunque sin esperanza de éxito (Risas). El caso es que creo que la burguesía no existe o está muy reducida. Ahora tenemos a individuos muy ricos o a especuladores económicos, pero la burguesía como clase que se enfrenta a la aristocracia y ejerce de líder social –manteniendo una protección social respecto de la gente- prácticamente ha desaparecido. En cualquier caso, a mí no me interesa hacer costumbrismo. Yo no quiero explicar cómo se comporta esa clase. En mis novelas hay gente con dinero y sin dinero. Mis novelas aspiran a ser más transversales. De hecho, los protagonistas principales de mis novelas –los narradores masculinos- son más bien de la vieja aristocracia, absolutamente arruinada y sin ningún tipo de relevancia social. Lo que me interesa es mezclar distintas relaciones psicológicas y afectivas con el dinero. Y no hacer costumbrismo social.
P.-Ya que hablamos personajes, hablemos de Diego, protagonista en Brujería. Es un poco como la novela de Musil: un hombre sin atributos.
R.-Cuando empecé la novela tenía una especie de diablillo seductor, muy atractivo por fuera, en su despliegue, pero con un poquito de pies de barro. Eso es Diego. Lo que me interesa de los personajes es que tengan varias capas. Es decir, que si uno es celoso en un momento de la historia no sea siempre celoso. Me fastidian esos personajes sin modulaciones. Con Diego intenté que tuviera esas distintas modulaciones. Es un personaje cínico con la política, pero irónico con lo que ve. Complicado en el trato, sensible con la naturaleza y melancólico con el pasado. Es un personaje que está atrapado en el pasado. Él siente que su vida se paró hace siete años. No se reconoce en el tiempo en el que se desarrolla Brujería.
P.-Otro protagonista masculino es Julio Pons. Un hombre que pertenece, más por azar que por méritos propios, a una familia de clase media-alta. No sé si en su discurso se puede intuir la negación de la meritocracia –ese debate en boga-.
R.-No trato de escribir personajes que representen algo. Julio Pons se representa a sí mismo. Pero, respondiendo a tu pregunta, considero que la meritocracia tiene dos vías: una que viene a decir que todos tenemos lo que merecemos y otra que dice que puede ser así, pero que hay que mirar de dónde venimos. En el caso de Julio, él tiene claro que el ascensor social se lo tiene que construir él mismo. Es una especie de emprendedor social –aunque por la vía del matrimonio-.
En mis novelas siempre procuro analizar los micropoderes que se dan entre parejas, amigos, familia"
P.-Hay un momento en la novela, hablando de relaciones sentimentales, en el que surge una pregunta trascendental: ¿qué mantiene la estabilidad de un matrimonio? Se lo pregunto a Gonzalo Torné.
R.-(Risas) Creo que es Julio quien lo pregunta y después dice: “Esa es una pregunta jodida”. No lo sé, ciertamente. Hay tantos matrimonios… Lo que sí me planteo, como escritor, es qué mantiene a los matrimonios en el contexto de hoy –antes estaba claro, la Iglesia y la ley-. Hoy contamos con la posibilidad de divorciarte, sin peso de crítica social. Por lo que ahí la pregunta cambia. Y no sólo la pregunta, también todo el entramado moral que la rodea. Cambia por ejemplo el sentido del compromiso. Todo eso es una nueva moral, digamos, en la que cada uno se tiene que responder a sí mismo. En la novela se dan muchas respuestas. Quizá la que más me guste es cuando se dice que lo que mantiene al matrimonio es una especie de fe laica.
P.-Sobre asuntos morales: la infidelidad. El matrimonio de los Pons –Julio y Laura- admiten la infidelidad como algo incluso sano para la relación.
R.-Bueno, Julio, sí. La posición en la que está Laura no es tan clara –su visión la determinará el lector-. En mis novelas siempre procuro analizar los micropoderes que se dan entre parejas, amigos, familia. Lo que me interesa es estudiar, a través de los personajes, esos micropoderes, en principio altruistas, que se dan en la amistad o en el amor.
P.-¿El matrimonio no se sostiene tanto por amor como por egoísmo –por lo que el uno saca de otro, y viceversa-?
R.-Me resisto a concluir. Creo que una novela es un pedazo de vida que el lector tendrá que atravesar. Es el lector el que tiene que dar las respuestas. Diego, que tiene un amor en el pasado, pensará lo contrario: es la fe laica del amor lo que hubiese salvado su relación. Quizá el amor sea siempre un interés. Aunque los campos semánticos son muy resbaladizos en ese terreno. Más que una conclusión, lo que se dan en las cuatrocientas páginas de esta novela son diversas respuestas.
P.-Esto lo relaciono con un diálogo de Brujería en el que se dice que las novelas no tienen mensaje.
R.-Creo firmemente en eso. Las novelas no tienen mensaje. Sobre todo a priori. Una de las cosas que más me irrita de la novela contemporánea es que son novelas muy cordiales. Es decir, novelas que tratan de establecer mecanismos de complicidad con el lector. Y luego que son novelas muy discursivas. Ofrecen un discurso empaquetado, donde todo se resuelve de antemano en la cabeza del escritor. La novela tiene que mostrar la complejidad.
P.-¿Cuál es entonces la finalidad de la novela?
R.-La novela es una conversación entre adultos. La novela es una reflexión sobre la vida.
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