Nostalgia dulce como golosinas
Pedro Guerra | Crítica
Pedro Guerra desgranó desde el escenario del CAAC una a una todas las golosinas musicales que compusieron su primer disco.
Sin duda Pedro Guerra exageraba cuando en la noche del jueves, durante su concierto en el ciclo Pop CAAC, afirmó que si metemos en una batidora a Fito Paez, Silvio Rodriguez y Caetano Veloso, sale él mismo; pero sí se puede decir sin faltar a la verdad que el público disfrutó de su cercanía y de la nostalgia y melancolía de todas y cada una de las golosinas que compusieron, hace ya veinticuatro años, el disco que le dio a conocer y que el año pasado comenzó a recuperar, reeditándolo remasterizado e iniciando después una larguísima gira de conciertos, con la que ha recalado en nuestra ciudad.
Pedro Guerra comenzó su actuación de forma discreta, solamente con su guitarra y su voz, entonando precisamente la canción que da título al disco y a la gira, Golosinas, tras la cual se embarcó en una larguísima parrafada en la que nos explicó qué significa volver a la niñez, a las máquinas de petaco y los lápices Alpino, y sentir de nuevo la felicidad que le supone a un niño volver a disfrutar de todo ello y de cómo ese sentimiento es el motor que impulsa a todo este proyecto. Era, pues, muy lógico, que la canción con la que enlazase esas evocaciones fuese Dos mil recuerdos, para seguir con Greta y volver, con Las gafas de Lennon, de nuevo la vista atrás, a un año 95 en el que pensábamos que estaba en nuestras manos conseguir hacer del mundo un lugar mejor y del que sentimos añoranza ahora que hemos entendido, como repite una y otra vez en esa canción, que no será posible.
Hubo también golosinas amargas, como Todo es desorden y El marido de la peluquera. En medio de ellas, Deseo, con la que los aproximadamente 500 espectadores totalmente diferentes a los que se ven habitualmente en este patio cartujano comenzaron a animarse mucho más a la hora de cantar con Pedro Guerra, cuando este se retiró del micrófono en una clara invitación a ello.
Con Biografía subieron al escenario el bajista Toni Gil y Guille Molina, que se sentó a la batería; con ellos las canciones adquirieron un ritmo mucho más vivo y apreciamos más matices sonoros que le vinieron muy bien a interpretaciones más festivas como Rap/a/duras penas, Hazlos reír o la esperadísima Contamíname, que puso punto final a las canciones de Golosinas. Tras ella Pedro nos recordó algunos de sus éxitos más notables: Pasa, La maestra, precedida por un alegato sobre la memoria histórica y la necesidad de no repetir errores pasados que levantó un aplauso aún mayor que el que acompañó a las propias canciones; Debajo del puente, con un solo de bajo que nos recordó que las canciones no están hechas solo de palabras; el hechizo continuó con un primer bis en el que recuperó Márgenes y Daniela y otro más en el que después de Miedo terminó a lo grande con La lluvia nunca vuelve hacia arriba, que la gente ya desesperaba de poder escuchar y le estaba pidiendo a gritos desde hacía un buen rato.
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