Una geografía del sueño

Riqueza, fortuna, juventud, alegría, inmortalidad... Eco regresa con un ensayo sobre las formas que han adoptado los más profundos anhelos del ser humano.

El profesor, ensayista y novelista italiano Umberto Eco (Alessandria, 1932).
El profesor, ensayista y novelista italiano Umberto Eco (Alessandria, 1932).
Manuel Gregorio González

16 de febrero 2014 - 05:00

Historia de las tierras y los lugares legendarios. Umberto Eco. Trad. María Pons Irazazábal. Lumen. Barcelona, 2013. 480 páginas. 44,90 euros.

Siempre es posible señalar el precedente de una obra literaria. También, y de igual modo, es fácil indicar aquellos libros que su autor refuta. En el caso que nos ocupa, el precedente mencionado bien pudieran ser los tres tomos que Jean Delumeau dedicó a la Historia del Paraíso. No obstante, la ambición de Eco es, a un tiempo, más vasta y más difusa que la del historiador francés. Si aquel dedicó numerosas páginas a la evolución del viejo mito del Paraíso Original, desde la Antigüedad a nuestros días, la Historia de las tierras y los lugares legendarios engloba ya, inevitablemente, otros lugares y otros nombres que la imaginación del hombre urdió para dar cabida a lo maravilloso. Desde la Historia natural de Plinio al Libro de las Maravillas de Marco Polo, dictado al escritor Rustichello en una cárcel de Génova, el hombre ha sido propenso a catalogar cuanto de extraño y formidable creyó encontrar bajo los cielos. En buena medida, ese es el mismo afán que mueve hoy las investigaciones de Eco. Aun sí, Eco ha desplazado ya su atención hacia otro aspecto del fenómeno. Del reino del Preste Juan, de la Atlántida platónica, Eco ha puesto su interés, ha girado la vista, hacia los hombres que la creyeron -y aún hoy la creen- posible.

Como el lector de Umberto Eco ya sabrá, este libro llega después de dos obras de similar empeño: la Historia de la belleza, publicada en 2004, y la Historia de la fealdad, que vio la luz tres años más tarde. Sin excluir El vértigo de las listas (2009), estas tres Historias... forman parte de un proyecto que podríamos calificar de Historia inmaterial y cuyo sentido último es la catalogación, la historificación de ciertas magnitudes de difícil medida. De este modo, Eco se incardina en esa corriente que, principiando en La bruja de Michelet, ha querido relatar, entre la Historia y la antropología, ciertos aspectos del vivir humano que hasta entonces no habían caído bajo la mirada del investigador. Es el caso de El miedo en Occidente de Delumeau, la Historia nocturna de Ginzburg, la Historia de la muerte en Occidente de Ariès, o los tomos que Bachelard dedica a la iconografía de los sueños. En un sentido estricto, en absoluto figurado, esta Historia de las tierras y los lugares legendarios es también una historia de los sueños humanos.

Sueños de riqueza, de esplendor, de fortuna, de juventud, de alegría, de holganza, de inmortalidad... Sueños en los que el hombre sueña trascender su pobre condición mortal, las penurias y estrecheces de la propia existencia, trasladando a un lugar remoto, a un ayer difuso, la ingenua expresión de sus deseos. No otro origen tienen el Paraíso original, el Jardín de las Hespérides, el Camelot de Arturo, la Fuente de la Eterna Juventud, el País de Jauja, los Antípodas, la Última Thule, el Santo Grial, la Troya Homérica o el Reino de Saba. No otra razón existe para que libros como El Código Da Vinci, donde se mezclan en montón sectas y órdenes religiosas con el Santo Grial, la estirpe de Cristo, los Cátaros, etcétera, hayan encontrado un numeroso eco en sus lectores. "El hombre -repetía Cunqueiro- necesita, como quien bebe agua, beber sueños"; y es esta necesidad de la especie la que parece mantener, a pesar de la evidencia racional, el éxito secular de tales divagaciones.

No sin sorpresa, el lector de la Historia de las tierras y los lugares legendarios comprobará que aún hoy existen individuos, en apariencia sensatos, que defienden la existencia de un reino fabuloso en el interior de la tierra o más allá del Polo. También quienes postulan una improbable planicie del globo o la convexidad del planeta. Existe, en definitiva, la numerosa tropa de los persecutores de la Atlántida, de Xanadú, de Agartha, de la escondida fortaleza de Alamut, de Rennes-le-Château o el Dorado que persiguió Lope de Aguirre. Al comienzo de estas líneas, hablábamos de aquellos libros que un autor refuta, inevitablemente, con sus obras. A deplorar y denostar esa vana imaginería actual (Dan Brown y aledaños), van dedicadas estas páginas de Umberto Eco. Páginas, como es costumbre, de magnífico humor y sabiduría infrecuente.

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