Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Flamenco
'El sueño de Ramón Montoya'. Agustín Carbonell 'Bola'. Edición del autor. 153 páginas. Incluye CD.
Lo que más me ha interesado de esta obra, por constituir una novedad, son las entrevistas radiofónicas y periodísticas que trascribe. Se trata de reportajes sobre el gran Ramón Montoya (Ramón Montoya Salazar, Madrid, 1879-1949) que aparecieron en diferentes periódicos argentinos durante la gira que el tocaor llevó a cabo en el país sudamericano en 1937, a consecuencia de la Guerra Civil. Montoya había sido invitado en otras ocasiones a cruzar el charco pero no se atrevió. Al inicio de la contienda pasó a Francia para realizar sus grabaciones maestras de la mano de Marius de Zayas y llevar a cabo una serie de recitales por el país vecino. En 1937, huyendo de la guerra como digo, pasó a Argentina donde permaneció una buena temporada haciendo recitales. En las mencionadas entrevistas narra Montoya sus inicios en el Café de la Marina y también rememora el ambiente jondo de los Cafés Cantantes de su juventud. Rinde honores, como no podía ser menos a Antonio Chacón, que fue su mentor a pesar de que cuando se conocieron, en 1912, no era Montoya un niño precisamente. Montoya se deshace en elogios como Chacón lo hizo siempre respecto al guitarrista, pese a que ambos acabaran su relación a tortas, según señala la leyenda apócrifa. Inédita es también la entrevista que recoge este libro con Rosita Montoya, nieta del tocaor, y con Leocadio Tello, discípulo del mismo.
El resto del libro se nutre de los apuntes biográficos sobre Montoya que conocíamos por Blas Vega, sobre todo: sus inicios con 16 años en un Café Cantante llamado El Pez y su deambular por todos los locales flamencos de Madrid al final del siglo XIX. Su trabajo de acompañamiento en una de las discografías más extensas de la historia del flamenco: Juan Breva, la Niña de los Peines, Vallejo, Aurelio, Mojama, Escacena, Cepero, Niño Gloria, Bernardo, Valderrama, Chaconcito, Niña de Linares, Niña de la Puebla, Palanca, Rebollo... y un largo etcétera. Su identificación total con el arte de Chacón, para el que compuso los toques de levante y granaína. Su creación del toque solista por mineras y rondeña, una de las obras más universales de la guitarra flamenca, sin duda la pieza de concierto jondo más versionada de la historia, desde Sabicas a Paco de Lucía, pasando por El Bola, que la reinterpreta en el disco que acompaña a esta obra. También su identificación con otro genio del flamenco, Pepe Marchena, para el que inventó un nuevo concepto del toque por guajiras, milongas y colombianas. El Bola se detiene en un minucioso análisis de La Rosa, la mítica creación de Pepe Marchena.
En las mencionadas entrevistas señala Montoya que él fue el causante de la armonización del toque flamenco, merced a su estudio de la obra de Miguel Llobet y Francisco Tárrega. Señala Gamboa en el texto que incluye este libro que a esta labor, así como en la creación de la rondeña, no fue ajeno Miguel Borrull padre, maestro a su vez de Montoya, que, desgraciadamente, no realizó ninguna grabación. Montoya fue asimismo el que arregló la música de la farruca para el baile de Faíco inaugurando así un género nuevo para la danza flamenca.
El disco que acompaña a esta obra tiene dos partes. En la primera encontramos 13 toques de Montoya, la mitad de ellos acompañando a Pastora Pavón, Valderrama, Marchena, Niño Medina, Encarna Salmerón y al saxofonista jiennense Fernando Vílchez. Todos ellos habían sido editados anteriormente en los soportes modernos. La segunda mitad del disco es una reinterpretación de los toques de Montoya a cargo del autor del libro.
La música de Ramón Montoya no sólo fue revolucionaria en su tiempo sino que hoy tiene vigencia absoluta siendo su toque de acompañamiento el dominante hoy, no sólo en los estilos que creó, como granaínas o tarantas, sino también en soleares, tientos y muchos otros. En todos ellos podemos encontrar su huella y sus falsetas, aunque pasen por populares. También el toque solista posterior, incluyendo el actual, está condicionado por sus creaciones de rondeña y minera, entre otras. Pero por encima de todas estas consideraciones la importancia de Montoya radica en la belleza de su música, en la calidad de su concepción y en la emoción que implica.
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